En todo el conflicto catalán cada partido ha estado siguiendo el guión que se esperaba de ellos. El Partido Popular ejerciendo el Imperio de la Ley, el PSOE tendiendo puentes dialogados entre ambas partes en conflicto y Podemos (más todo lo que tiene dentro y alrededor) defendiendo un referéndum pactado. Ciudadanos, sin embargo, se ha apartado de su línea liberal-demócrata para adentrarse en oscuras cavernas, donde sólo las sombras pueden ser interpretadas, haciéndonos creer que ellos habían salido afuera y conocían la verdad. Pero resulta que su verdad está más cercana al tradicionalismo patrio que al liberalismo que dicen defender.

A Albert Rivera, cada vez más, se le está poniendo cara de Primo de Rivera. Tanto del padre como del hijo y no del nieto. Su concepción de España, ya que se autodefine como liberal, debería estar más cercana al diálogo y menos a la reacción. Porque, curiosamente, en todo este tinglado al que están llevando a la sociedad española unas élites corruptas y bien pagadas de sí mismas, la formación naranja es la más reaccionaria de todas. Un españolismo cerril anclado en la falsedad de los Reyes Católicos y un europeísmo vendido al gran capital. Y no sirve que decir que como son catalanes ellos y ellas viven el conflicto de una manera que no es tangible para los demás. No. También lo viven en el PSC y no dicen las barbaridades que sueltan por sus bocas desde Ciudadanos.

Hasta el momento, España estaba acostumbrada al cuñadismo ideológico, ese ponerse todas las medallas, de la formación naranja. Pero la sorpresa ha surgido, para algunos y algunas, con el conflicto catalán. Desde Ciudadanos defienden una España como destino universal integrado en Europa. Vamos el sueño de Carlos I casi. Una democracia, que ellos entienden de manera orgánica, donde los pueblos no tienen posibilidad de expresarse. Sólo caben en esa democracia la élite empresarial, el pequeño y mediano empresario, el buen español y la falsedad esa de la “clase media-trabajadora” que tanto le gusta citar a Rivera. Recuerdan mucho más al fascismo (aunque aquellos eran anticapitalistas) y a la dictadura de los años 1920s que a un partido que se define como liberal. Son liberales en lo económico, como se verá, pero en las demás cuestiones son reaccionarios.

En primer lugar, han cambiado su posición de ser mediadores respecto a la política (eso que les sirve para pactar con derecha e izquierda), a entender la política como una situación agonal, antagónica donde están los malos (quienes no piensan como ellos o parecido) y los buenos (ellos). Rivera, el 27 de septiembre, fue claro y contundente al expresar que “debemos explicar claramente todos los partidos qué vamos a hacer y de qué lado estamos. O se está con la Ley y la democracia o estás contra ella”. Ese mismo día, además, situó a un partido con los malos, en este caso al PSOE: “el PSOE se está acercando a aquellos que están rompiendo nuestra democracia y nuestra Constitución”. Entiende el “camisa naranja” que por no seguir su línea de pensamiento y hablar de diálogo y deliberación, el PSOE no es de los buenos. Y se permite el lujo de amenazar al propio Pedro Sánchez: “Si Sánchez no puede apoyar a gobierno, jueces y fiscales en una ocasión como esta en la que se están pisoteando los derechos de los ciudadanos, es muy difícil que pueda ser presidente”.

En segundo lugar, niegan cualquier tipo de capacidad deliberativa a los nacionalistas (no españoles, evidentemente) y de diálogo. En el I Congreso Iberoamericano para Presidentes y Familias Empresarias (CEAPI), acusó Rivera a los gobiernos anteriores por sus estrategias equivocadas que son las causantes de dañar la nación española: “España no puede cometer en el futuro los mismos errores que los últimos 30 años apoyándose en los nacionalistas”. Deben apoyarse en ellos, la tropa naranja, por buenos españoles. Esto se confirma con las propias declaraciones que hizo el presidente de Ciudadanos el 1 de octubre: “El futuro de España no pasa por conceder más privilegios a los separatistas, sino por tener un proyecto de futuro español y europeísta”. España y Europa como únicas fuentes del sentimiento de pertenencia. El Sacro Imperio Romano Germánico de vuelta es lo que quiere Rivera. Igual con menos catolicismo pero con el capitalismo como religión oficial de los pueblos europeos.

Respecto al capitalismo no niega Rivera sus preferencias. En el congreso citado anteriormente, ya expresó que “en Ciudadanos encontraran una convicción clara en el libre comercio y la globalización como símbolo de libertades”. Unas libertades que no son para los ciudadanos sino para las empresas, evidentemente. Y un libre comercio en el que Europa debe volver a ser importante y fundamental, si los Estados Unidos lo permiten eso sí. No vaya a ser que se enfaden los que tanto han financiado el auge de Ciudadanos.

Y, en tercer lugar, detrás de todo no hay más que un comportamiento electoralista de la cúpula de Ciudadanos. Eso sí, los que hacen electoralismo son los demás: “estamos defendiendo la democracia española, y algunos socialistas nos apoyan mientras Sánchez ha decidido podemizarse y buscar un voto nacionalista”. Cómo le gusta a Rivera repartir carnets de demócratas y populistas. Susana Díaz es buena porque firma un acuerdo, y Sánchez es malo porque busca votos nacionalistas y además está cayendo en el populismo. Cuando no hay partido más populista y demagogo que Ciudadanos. La sociedad española, o al menos aquellos y aquellas que cubren la información política, conocen perfectamente que en Ciudadanos no se mueve una letra si no es con una encuesta en la mano. Además, de defender los derechos de la coalición dominante a la que representan, siempre miran la encuesta antes de decidir dar un paso adelante.

Por ejemplo, en Madrid, su portavoz Ignacio Aguado, lleva dos años manteniendo en el poder a Cristina Cifuentes. Evidentemente no dejarán jamás que Podemos rasque poder en Madrid, son los malos. Pero, de vez en cuando, votan en contra de Cifuentes o le chantajean con pactos y acuerdos que no llevan a ningún lado, para mantenerse en las encuestas. Que no se note que son demasiado de derechas. Se enfrentan a la presidenta en cosas nimias o de poca monta, en aquellas que no les perjudican, pero en las grandes cuestiones y más en las que los intereses de clase están en juego, ni pestañean. Lo mismo pasa en Andalucía. Juan Marín no levanta ni una ceja mientras Díaz actúa en cuestiones que a la formación naranja ni le va, ni le viene. Eso sí, como la encuesta o la reacción social sea un poco contraria a ellos y ellas, saltan al cuello. Electoralismo puro y duro, bajo el paraguas de una España reaccionaria.

Pero es que hay más. Son el único partido que lleva un año pidiendo elecciones en Cataluña. En cada intervención de Inés Arrimadas se piden elecciones o moción de censura Puigdemont. Y Rivera secunda esa postura. El 29 de septiembre afirmaba que “en Cataluña debe haber elecciones autonómicas con garantías para tener interlocutores válidos”. ¿Qué interlocutores? La formación naranja. O ese mismo día: “Si Puigdemont no anuncia elecciones ni dimite, la oposición puede presentar una moción de censura para elegir un gobierno estable”. Un gobierno estable, para el que no dan los números (ahí está la falacia de su argumento electoralista y antagonista), dirigido por Ciudadanos como es obvio.

Más ejemplos. Con la que estaba cayendo ayer en Cataluña, lo principal para Rivera era: “Necesitamos unas elecciones en Cataluña para elegir un nuevo interlocutor que nos represente a todos y abrir una nueva etapa de diálogo, reformas y negociación”. Un interlocutor que sería Arrimadas porque, como manifestó a continuación, PP y PSOE eran los culpables de la situación que se está produciendo en Cataluña ya que ambos han “menospreciado la fuerza del populismo y nacionalismo en España”. Por este motivo Ciudadanos “tiene la autoridad moral y la legitimidad para decir que el futuro pasa por renovar y reconstruir el proyecto común español”. ¡Olé el electoralismo! Ellos y ellas son los únicos que en todo esto están pensando en elecciones para ganarlas e imponer su doctrina liberal-reaccionaria al resto de la ciudadanía. Ni diálogo, ni nada. Sumisión a la verdad que dicen ostentar. La España única e indivisible y el capitalismo sin restricciones.

Por eso quiere utilizar Rivera el artículo 155. Para demostrar quién manda en España y que se celebren elecciones cuanto antes: “Un Estado debe defender a sus ciudadanos, me da igual con qué artículo”. Esa España que él tanto ama y que necesita un organicismo nuevo que disuelva el populismo y el nacionalismo (de los demás), esa gran nación del Imperio comercial parece rememorar Rivera porque Puigdemont está quebrando España: “el Govern está tomando decisiones unilaterales antidemocráticas contra la mayoría del pueblo español”.

Ni visión de Estado, ni diálogo, ni empatía, ni fraternidad. En Ciudadanos defienden la mano dura y una España que hace años, por suerte, ya no existe más que en las cabezas y corazones de reaccionarios y trasnochados. Y pensar que en el PP hubiese sido más lógico esa deriva fascista pues lo llevan en los genes políticos (y en algún caso personales), pero ha saltado Ciudadanos. No es que en el PP no exista ese posicionamiento, no. Pero al menos se han quedado en algo más sutil, la utilización del Imperium mediante el palo y la ley. La verdad que no. PP y Cs son la inscripción y el dibujo de la misma parte de la moneda en este caso.

Albert Rivera, en su máximo culmen de soberbia personal, ha llegado a autocalificarse como héroe: “que no se nos olvide la épica de aquellos héroes que están aguantando y defendiendo la democracia en Cataluña”. Una actitud que encaja perfectamente con su sentido trágico, agonal y divisorio de la política. Él, un héroe salvador de la patria española.

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