Triunfó el pueblo en general: Lo ocurrido el 1 de octubre no va de políticos vencedores y vencidos. El mensaje que queda va mucho más allá porque los verdaderos fracasados han sido los políticos, sobre todo los que han querido acallar al pueblo por medio de la fuerza y la represión. El día 1 de octubre de 2017 pasará a la historia porque ha sido la jornada en la que el pueblo catalán ha triunfado por encima de la represión del Estado.

Se pueden poner todos los matices que se quieran poner, matices totalmente interesados y orientados a rascar votos perdidos por el descontento y el hartazgo. Sin embargo, la respuesta democrática a un problema político no puede pasar por la represión o la violencia por más que éstas se utilicen para hacer defender una ley, dado que la ley no legitima la violencia.

El pueblo catalán ha sido el verdadero triunfador y quien le dará a sus gobernantes un elemento que, tal vez, habían olvidado: la dignidad de la libertad.

El Estado español ha querido terminar con el referéndum utilizando la represión y la fuerza bruta lanzando sus ataques contra hombres y mujeres desarmados, hombres y mujeres de todos los estamentos sociales y de todas las edades. Ahí es donde han perdido la batalla del relato y toda la razón que pudieran albergar, además de alentar e incentivar a muchos ciudadanos catalanes que no tenían intención de ir a votar a levantarse de su sofá y salir a la calle con una papeleta en la mano para demostrar que la voz de un pueblo no se puede callar con porras, escudos, pelotas de goma o culatas.

La legitimidad que le podía dar la ley para evitar el referéndum quedó destrozada en el momento del primer porrazo. El pueblo catalán ha vencido claramente la batalla del relato. En la prensa internacional no se habla en ningún momento de si el Gobierno Central o el de la Generalitat tenían razón; de si se trata de una revolución pacífica o de una rebelión en toda regla. De lo que se habla en la prensa internacional, tanto conservadora como progresista, es de la brutalidad policial contra personas desarmadas que sólo querían votar. New York Times, Il Corriere della Sera, Washington Post, Libération, Bild, Le Monde, The Times, La Stampa, por citar algunos ejemplos.

La represión contra la voz del pueblo siempre se vuelve en contra de quien la ejerce. Miles de catalanes que no iban a votar, lo han hecho porque las imágenes que se han visto en sus calles, en sus colegios o en sus centros cívicos. No se puede intentar someter a un pueblo por medio de la violencia porque en estos movimientos represivos se da la razón a quien, a priori, no la tenía. No se trata buscar quién tiene o no tiene la razón pero poner el cumplimiento de la ley como coartada para ejercer la represión es contrario a la propia conciencia democrática.

El pueblo debe conocer qué es lo que pasa y, sobre todo, quién hace que ocurra. Es preciso desenmascarar el rostro impenetrable del poder y de los que abusan de él en nombre del propio pueblo

Detrás del pueblo siempre estará el pueblo, la conciencia social colectiva que asegura el bien común y la dignidad de una convivencia en paz y libertad, garante de derechos inalienables e inherentes a la condición humana per se, no porque hayan sido otorgados arbitrariamente, pese a que en demasiadas ocasiones tengan que ser conquistados a un alto precio.

Por eso, la soberanía o es popular, y da carta de naturaleza a un poder democrático que gobierne y administre la vida pública, sin defraudar la confianza de los ciudadanos ni traicionar su representación, o degenera en formas oligárquicas que supeditan el bien común a intereses privados y diluyen la responsabilidad personal e intransferible en el inconsciente colectivo y, por lo tanto, anónimo, cuando no oprimen, atemorizan y maltratan bajo la apariencia de una falsa seguridad que se trueca en totalitarismo y violencia.

Cualquier sociedad que renuncie a un poco de libertad a cambio de seguridad no merece ninguna de las dos cosas. La única conciliación posible es entre libertad y justicia y, si fracasamos en este empeño, habremos perdido todo. Sin embargo, la desintegración social, que es consecuencia directa de la crisis, tiene culpables, aunque nadie sepa a ciencia cierta identificarlos. Desenmascararlos y exigirles que sean moralmente responsables de sus actos —y de sus omisiones— es una obligación ineludible cuando se demanda el respeto a los principios éticos y a los valores que aún sostienen el sistema.

No me refiero a aquellos que son penalmente responsables porque en ese caso el Estado debe perseguirlos y hacerlos comparecer ante la justicia para que paguen por sus delitos. Estoy hablando de la obligación moral, cuya expiación no depende tanto de la ley como de la rectitud de la conciencia y del deber de contrición. Es posible que el pueblo no tenga rostro o que sus millones de bocas que claman justicia y de manos que se alzan contra la tiranía actúen de forma colectiva cuando en defensa de la libertad y la independencia se reclama el poder vilmente arrebatado, pero el rostro del poder sí tiene una cara identificable.

Es preciso humanizar el comportamiento público y la gestión política para que el pueblo conozca qué es lo que pasa y, sobre todo, quién hace que ocurra para saber a qué atenerse.

En la lucha contra la dura realidad el ser humano solo tiene un arma, la imaginación, que es el ingenio que fabrica las ideas y construye los sueños, el auténtico motor que mueve el mundo. Por eso, en cuanto soy y existo, me rebelo.

Cuando el pueblo sueña la historia cambia.

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