El 1 de octubre no fue sino el punto de inflexión de esa gota que desbordó un vaso que estaba excesivamente lleno de deslealtades, de menosprecio a la militancia y de un insulto a la inteligencia infame.

El 1 de octubre fue la escena final de una absurda teatralización en el que la gallardía sólo era transmitida por los medios de comunicación. Quienes impusieron la abstención y derrocaron al secretario general no tuvieron el valor de plantear en el Comité Federal del PSOE lo que ellos anhelaban. No tuvieron el valor de pedir que se consultara a los militantes si estaban de acuerdo con la abstención al PP porque, en realidad, sabían que la militancia jamás lo hubiese aceptado.

Es mentira que con Pedro Sánchez se continuara con la sangría de votos; la frenó. Es falaz arrogarse en solitario la victoria de la Junta de Andalucía y hacer colectivo el fracaso de las generales. La humildad no es plato fuerte de Susana Díaz por más que la intente practicar en esta campaña de primarias.

No ver que en Podemos están los votos de quienes se marcharon hartos de no tener espacios en el PSOE, es ponerse un cabestro que nos condena a ser meros consortes de mayorías de otros como se ha demostrado con la que más que absurda abstención. Una abstención, por cierto, que es una pedorreta de burla a sus mayores muñidores porque maltrata de forma especial a algunas de las comunidades autónomas cuyos líderes encabezaron este desaguisado. Y por ende a todos y cada uno de los españoles que no votamos para indultar al PP, a sus políticas y a su corrupción.

Es incomprensible cómo algunos son capaces de mecerse con los cantos de sirena de la derecha, la política, mediática, eclesiástica y la derecha de la derecha, mientras ni se inmutan con los gritos de los que se fueron porque este partido les dejó huérfanos de referentes, porque tiró tantas piedras contra su tejado que las frías noches de los últimos cinco años el PSOE ha dejado de ser el refugio de quienes peor lo estaban pasando a consecuencia de la crisis.

Y, aun así, bienvenido el 1 de octubre que nos hizo volver a ocuparnos y preocuparnos por el PSOE. Bienvenidos los aforos llenos, el socialismo afectivo, la ilusión, el corazón; todo lo que hizo grande al PSOE y que había sido sustituido por una especie de lorazepam político inyectado por quienes llevan demasiados años ocupando sitios para los que sólo ellos se creen imprescindibles y que han mantenido a costa de segar toda posibilidad de que nueva y vigorosa vida pudiera hacerles sombra.

Los avales logrados por Pedro Sánchez son la viva demostración de que el “aparato” del PSOE está descacharrado y que no representa el sentir de la mayoría de la militancia.

Soy una socialista orgullosa de su pasado, de los logros que este partido ha logrado en estos 138 años de historia. Soy una socialista que se sintió prendada de la historia de avances y logros que me contaba mi abuela, que vio cómo éramos los socialistas los muñidores de los grandes avances sociales que ha vivido este país. Pero vivir de la melancolía es empezar a morir y yo quiero un PSOE vivo, que sea capaz de mostrarse como el escaparate de izquierdas que atraiga a mis hijas, un PSOE referente de la sociedad y, eso, hoy, sólo es posible con dosis masivas de coherencia, de espacios compartidos, de trabajo conjunto, y de corazón.

Insinuar que quienes apoyamos a Pedro Sánchez buscamos venganza contra Susana Díaz es demostrar que no han entendido nada. En realidad, lo único que buscamos es salvar al PSOE, volver a hacer del “viejo” ese espacio en el que las reflexiones (que no son lo mismo que las frases hechas y huecas) sustituyan a las estrategias conspiradoras, el espacio en el que el trabajo e interés colectivo sustituyan ambiciones que precisan del destrozo que provocó el 1 de octubre.

Al PSOE unido e ilusionado no le gana nadie. Bienvenidos al nuevo tiempo del PSOE. Pese a quien le pese.

 

 

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