No nos hagamos ilusiones. La crisis no ha pasado y lo peor quizá esté aún por llegar. En poco tiempo vamos a asistir a una tercera fase de la recesión que empezó en 2008 y que puede causar auténticos estragos en las economías mundiales. Así lo cree al menos el economista Santiago Niño Becerra, quien en su nuevo libro, El Crash. Tercera fase, cree que el sistema capitalista ha llegado a un punto crítico de “exceso de producción”. Paradójicamente, aunque mil millones de personas en todo el mundo no tienen garantizado un plato de comida, sobra de todo, desde caramelos de menta a vehículos de gran cilindrada, algo que se refleja ya en la caída alarmante en las ventas de los grandes centros comerciales. “Y algo casi más grave es que sobra dinero. Si no hay demanda para absorber esa capacidad productiva, la única solución es reducir la oferta con las implicaciones que ello tiene”, presagia Niño-Becerra en la Cadena Cope.

En unos cuantos años el mundo no será como el que hoy conocemos y el capitalismo habrá mutado ‒una vez más‒ hacia algo que nadie, ni siquiera los expertos economistas más avezados, puede anticipar. De momento las previsiones no auguran nada bueno. Drástico descenso de la producción, contracción económica, desempleo, más desigualdad y miseria. Basta con detenerse a mirar los mensajes que lanza el Banco Central Europeo, un día sí y otro también: el futuro está en las fusiones empresariales mientras en España la mayoría de los bancos siguen suprimiendo oficinas y puestos de trabajo.

Es evidente que el capitalismo se está transformando. El modelo de hoy ya no tiene nada que ver con el de 1850 ni con el de 1925; es un ente que lucha por sobrevivir, un modelo vivo que va adaptándose a los tiempos y a las circunstancias. Lo malo es que, debido a ese poder de mutación, ya ni siquiera existen recetas para alcanzar la estabilidad económica. “Yo no veo que haya una salida para evitar lo inevitable. Lo que se ha intentado con la compra masiva de deuda pública ha sido estimular al sistema para aguantar unos años más y preparar el terreno mientras se diseña un nuevo modelo. Se compró tiempo, en una palabra, y eso ha funcionado. Lo que pasa es que no se puede vivir de estimulantes toda la vida, y menos en algo como la economía”, añade Niño Becerra.

El sistema está dando sus últimas bocanadas agonizantes, como demuestran numerosos síntomas de agotamiento. En primer lugar se está produciendo una concentración de la renta en pocas manos, una brutal acumulación de capital como nunca antes se había visto. Así, el diez por ciento de la población española controla el 52 por ciento de la riqueza de nuestro país y ese fenómeno es extrapolable al resto de los países del mundo. Por otro lado tenemos el problema de la deuda, que pese a los parches puestos por los gobiernos sigue estando ahí. Ya no serán las hipotecas subprime las que envíen el mercado al garete, como sucedió en 2008, pero el veneno puede llegar ahora por los préstamos con garantías empresariales y por el hecho de que en los balances de los bancos siga habiendo activos insanos, tóxicos, que están contabilizados a un valor muy superior al de mercado, algo que supone una bomba de relojería para la economía mundial.

En tercer lugar está la guerra comercial y de divisas que mantiene Estados Unidos con China y otros países del mundo. Precisamente hace solo unas horas la Unión Europea ha anunciado que tiene la intención de revisar sus balanzas comerciales respecto a Norteamérica. Tal conflicto causa pavor en las bolsas de todo el mundo, que muestran signos de debilidad tras el anuncio de la subida de los tipos de interés. Niño Becerra cree que esta situación de gran inestabilidad se produce porque la crisis, lejos de estar resuelta definitivamente, tiene tendencia a agravarse.

Por tanto, si el sistema se está transformando, si vamos hacia otro modelo probablemente aún más desigual e injusto que el que ya conocemos, ¿en qué vamos a notar los pobres mortales que el atracón de capitalismo de los últimos 200 años puede terminar en un Big Crash? Niño Becerra asegura que lo veremos en el inmenso poder que acumularán las grandes corporaciones en los próximos años, una hegemonía que se producirá a costa de la soberanía de los Estados. Aún estamos lejos de que las multinacionales usurpen el papel de las naciones, pero de seguir por este camino más tarde o más temprano ocurrirá. Para Niño Becerra lo más importante que va a salir de esta tercera fase de la crisis, la “definitiva”, según dice, será el enorme poder acumulado por las corporaciones transnacionales, que en poco tiempo podrán hacer “todo lo que ahora mismo hace un banco menos captar depósitos”.

“Esto abre la puerta a una dimensión absolutamente desconocida. Por un lado empresas que no son bancos prestando servicios bancarios y al mismo tiempo empresas gigantescas que cada vez se concentran más. La gran acumulación de capital dará lugar a monstruos empresariales cada vez más grandes y presentes en 150 países y ello, como contrapartida, dará lugar a una caída del poder legislativo y ejecutivo de los Estados”, insiste Niño Becerra. “A ver qué gobierno se atreve a toserle a Siemens. De hecho, la última reforma fiscal de Estados Unidos fue pensada para que las grandes corporaciones repatriaran una inmensa cantidad de liquidez que ese país necesitaba. Se ha llegado hasta ese punto”, alega. El experto recuerda que los famosos “trajes fiscales”, decretos a medida que países como Luxemburgo o Irlanda lanzaron para beneficio de las grandes empresas, fueron negociados por el mismísimo Jean-Claude Juncker, presidente de la Comisión Europea, aunque ahora quiera olvidarse de ellos.

Finalmente, según Niño Becerra, hay un asunto del que nunca se habla y que tiene una “importancia tremenda”. En el año 2011 todos los países de la UE excepto Reino Unido y República Checa firmaron un protocolo por el que se comprometían a que el 31 de diciembre del año 2020 alcanzarían un déficit del 0 por ciento. Ese programa sigue vigente, nadie lo ha derogado de momento. “La única manera de aplicar el protocolo, no ya en 2020, que no llegamos, pero sí en 2021, es que los Estados dejen de considerarse como Estados y pasen a ser regiones o zonas”, vaticina el economista. Tenemos un ejemplo claro en Italia. Si trazamos una frontera imaginaria a través de Emilia-Romaña el resultado será la aparición de dos áreas distintas: una Italia al norte y otra al sur. A la primera le sobran los recursos para llegar a ese objetivo del 0 por ciento de déficit; la Italia del sur jamás podrá cumplirlo. “Eso mismo está sucediendo en Bélgica, Francia, Finlandia, Dinamarca, Alemania y evidentemente en España”, sugiere Niño Becerra. “Mi opinión personal es que la UE va a empezar a hablar en breve no ya de la Unión de Estados sino de zonas o llámese como quiera. De alguna manera, esa idea nace a principios de los años 80 con la Europa de las dos velocidades y recoge una idea mucho más antigua del general De Gaulle, que habló de la Europa de las patrias”. Es decir, que la idea del Tratado de Roma de 1957, hermosa filosóficamente hablando –una Europa unida y de la mano–, “no sabemos para lo que sirvió, pero ahora hemos llegado a un punto en que no es sostenible. Y no solo a nivel regional: la economía de Holanda y Hungría no se parecen en nada”, concluye.

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