Cheikh Ndiaye en el restaurante Dakar en Lavapiés, lugar de la entrevista con Diario 16. Foto: Beatriz Alonso

De camino a la entrevista con Cheikh Ndiaye, portavoz de la Asociación de los Inmigrantes Senegaleses en España (AISE), encontramos un control policial en la Plaza Agustín Lara. “El ambiente en Lavapiés sigue tenso. Es un momento crítico” confirma a Diario 16 Ndiaye. La causa: discriminación por rasgo étnico, focalizada en negros y afrodescendientes. Lo contrario es la ‘blanquinidad’: persona blanca que vive tranquila porque nunca será sujeto de registro, control u hostigamiento por parte de la policía.

“Las personas que no se distinguen del resto por sus rasgos raciales no lo entienden. Esto es racismo institucional”, nos asegura. “Le preguntamos a policía: ‘¿Por qué a mí? Control rutinario, dicen’. Acoso, es acoso; violación de los derechos humanos”, sentencia para Diario 16.

Este ingeniero mecánico senegalés afincado en España desde los 18 años, nos explica que la situación viene de muy lejos: les controlan, persiguen, detienen, torturan… pero nadie habla, tienen miedo. “Pagamos impuestos, luz y gas, transporte, sanidad… el trato que recibimos tiene que ser el mismo que el resto. El problema es que nos regimos por la ley de Extranjería, que no regulariza nuestra situación. Entonces luchamos para conseguir lo que nos merecemos: los mismos derechos”.

A Cheikh Ndiaye el activismo le viene de cuna. Su padre, que lleva 28 años en España, fue uno de los primeros que fundaron la asociación. Su hermano de 17 años, nacido en España, todavía no tiene la nacionalidad. “Nos ningunean. Estamos preparando documentos e iremos donde haga falta: Ayuntamiento, Consulado,  Embajada; y hasta al ministerio del Interior. Conocemos nuestros derechos”, nos asegura.

Y quieren justicia. Trabajan en ello junto con los colectivos que les apoyan, como SOS Racismo o la Asociación de los Sin Papeles. “Unidos somos más fuertes”, afirma para Diario 16 y hace un llamamiento: “No tenéis que esperar para ayudarnos a que llamemos a vuestras puertas”.

Mame Mbaye era el secretario de organización de la AISE. “Ayudaba con el corazón abierto, siempre dispuesto”, nos cuenta Ndiaye, que le conocía muy bien, eran amigos. “Me sentí mal, sentí impotencia. Con todo lo que estamos haciendo desde la sociedad civil para mejorar la vida de la gente; y el Estado no se mueve hasta que no hay una muerte. Me parece deplorable. El viernes de la concentración pacífica, un día después, mientras enviábamos el primer comunicado, el Estado quería sacar a  Mbaye de España, solamente para callar las voces. Eso es ilegal. Aún no tenemos la autopsia completa. Les conviene ganar tiempo”, nos asegura.

“Obviamente hubo una persecución, una redada. ¿Con qué derecho va la policía con sus coches y sus motos todos los días detrás de nosotros? Parece que se les ha olvidado que somos personas. Hemos hecho ya tres comunicados, convocado a los medios, y España todavía no se entera. Pero no nos vamos a cansar. Hemos presentado una denuncia ante la ONU sobre lo que está sucediendo”, nos asegura.

“Se está protegiendo a asesinos, y mido mis palabras, porque ha habido una negligencia en el momento en el que alguien se cae sin aliento y no le ayudan”, nos explica. “Después de que Mbaye se cayó, el compañero que iba con él estuvo hasta  las diez de la noche sin declarar, porque no quería que le manipularan, no tenía a nadie. No le habían dejado ayudar a Mbaye, le empujaron y le dijeron que había que esperar al SAMUR. A lo mejor se habría salvado si le hubiesen ayudado a tiempo. Una persona sin respiración en siete minutos se muere. Y no es la primera vez que corrían detrás de esa gente, les han roto piernas y manos, y hasta la cabeza. A algunos les han dejado minusválidos. Algunos se sientan y dicen: si corro más, me muero”, nos asegura.

Ese jueves, Ndiaye llegó cuando ya estaba puesto el cordón policial. Y se quedó detrás. “Llamé a todo el mundo al ver 1.150 mensajes en mi móvil. Al final me lo cogió el tesorero de la asociación. Y me lo confirmó: Cher, se ha caído Mbaye, no nos han dicho nada, pero sabemos que está muerto”.  Después llegaron los palos y las piedras, se empezaron a quemar cosas, “Había ultras en esto. Hemos intentado calmarles. Quité a varios compañeros para que no se metieran en medio. ¿Qué ha ocurrido? Se ha muerto una persona, han violado nuestros derechos. Y nadie dice nada. Luego empiezan los disturbios. Dicen que somos violentos. Y se olvida al muerto”, relata para Diario 16.

Dos días después moría otro compañero, minusválido, Ousseynou Mbaye “y a día de hoy no puedo decirte qué le ha ocurrido”, nos asegura.

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