Hoy no toca hablar de Catalunya

Recordaba hace unos días Iñaki Gabilondo el artículo publicado el pasado fin de semana del 6 de Octubre en Financial Times por el historiador Simon Schama, en el que se interrogaba sobre quién hablaba hoy en nombre de la gente.

Hacía alusión a un mal de nuestro tiempo. Esos líderes carismáticos que vendían esa idea tóxica de que ellos y sólo ellos hablaban en nombre de la gente. De manera genérica como si la gente fuera algo uniforme y no plural.

Introducía un antiguo concepto que muy pocos conocíamos, el de oclocracia que utilizó Ovidio allá por el siglo II a. C., considerándolo el mayor peligro para nuestra moderna democracia.´

Oclocracia es sinónimo del gobierno de las muchedumbres, de la masa, del gentío en contraposición de democracia que es el gobierno del pueblo. Tiene que ver también con la demagogia y el populismo que impregna la política actual, la nacional y la internacional.

Con la aparición de las redes sociales se observan también aprendices de oclócratas que a imagen de los respectivos líderes y parece ser que por delegación de los mismos, se encargan de convertirse en representantes de un todo cuando apenas lo son de una minoría dirigente, en especial entre los partidos políticos.

La oclocracia es tremendamente destructiva para la democracia, porque o eres un seguidor incondicional de la mayoría o si se te ocurre discrepar te conviertes en un peligroso traidor.

Así en la escena internacional se vislumbran numerosos seguidores, partidarios y defensores de esta perversión de la democracia, especialmente entre dirigentes políticos poderosos. Quien primero enseñó su patita fue Donald Trump desde su campaña a la presidencia de EEUU se ha encargado, con éxito a la vista de sus resultados electorales,  de implantarla en un país que parecía idóneo.

A pesar de creerse los dueños del mundo el pueblo americano es profundamente inculto, lo que supone un caldo de cultivo ideal para un peligroso patán como Trump.

De no ser por esa “cualidad” resultaría impensable que alguien que cada vez que abre la boca, o escribe un tuit suelta un exabrupto, o lo que es peor una sandez de consecuencias imprevisibles, siguiera teniendo su nivel de popularidad y se resistiera a lo que debería ser evidente, el triunfo del “Impeachment” que los demócratas y una parte de los republicanos han puesto en marcha.

Todo parece indicar que quizás por esa oclocracia que ha logrado imponer durante sus años de mandato, salga indemne del mismo e incluso que pueda ser reelegido sin apenas despeinarse.

Hoy en día uno de los mayores peligros para la humanidad, si excluimos el propio ser humano, es Donald Trump. Él solito ha puesto en peligro desde el equilibrio geopolítico con sus tensiones reciente con Irán, o su apoyo ambiguo a las locuras de Erdogan en Turquía, hasta la situación económica mundial con una irresponsable guerra comercial que podrían ser los causantes de la próxima crisis que ya llama a nuestra puerta.

Pero el oclócrata Trump tiene también discípulos aventajados en Europa. La figura de Boris Johnson no sólo se le parece en lo físico, también en el efecto devastador que puede suponer para su país y la UE en su conjunto.

Sus últimas locuras que van desde el avance suicida hacia el Brexit, hasta ser capaz de cerrar el Parlamento Británico por primera vez en su historia no tienen límite.

El problema para el mundo es que lamentablemente sus técnicas funcionan, ayudadas por una falta preocupante de alternativa. Ni en EEUU ni en Gran Bretaña se vislumbra alguna figura que les pueda poner freno.

Ni Joe Biden que se supone como el demócrata mejor situado, ni la eterna promesa de la izquierda inglesa Jeremy Corbyn parecen hoy capacitados para poderles ganar las próximas elecciones.

Quizás porque para competir con gentes tan faltas de principios no se puede ir con los métodos clásicos, sino que hay que enfangarse un poco y no parece que ninguno de los señalados sean de ese estilo.

Con ese panorama parece que al menos el futuro de la oclocracia en ambos países es muy prometedor.

Quizás no sólo en EEUU y Reino Unido, tampoco nuestro país se libra de la epidemia, en nuestro caso con una mezcla de puro fascismo que creíamos muerto y enterrado, pero que gracias a los errores de unos y otros ha resurgido con fuerza, quizás no tanto electoral como de poder de introducción en nuestra sociedad.

La aparición de VOX y su líder Santiago Abascal ha permitido mostrar su verdadero rostro. Pero sobre todo la influencia que en los pocos meses de vida ha sido capaz de trasladar al resto de partidos de la derecha extrema, PP y Cs incluso en ciertos sectores de la izquierda.

Los dirigentes de VOX han sido capaces de impregnar con una velocidad vertiginosa como si de un peligroso filovirus se tratara no sólo su ideología, también su retórica e incluso sus tics públicos.

Escuchar a la nueva presidenta de Madrid, Isabel Díaz Ayuso intervenir en un debate en su parlamento sobre la quema de iglesias de 1936, o a su Alcalde José Luis Martínez-Almeida sobre los derechos de la mujer no tiene nada que envidiar a lo que aseguran los ultras de VOX Iván Espinosa de los Monteros o Javier Ortega Smith.

Quizás la máxima expresión haya estado en las barbaridades dichas por este último sobre las “Trece rosas rojas” que ya han tenido respuesta en sendas denuncias.

Pero no nos podemos descuidar sobre su influencia social y política. Debería ser de obligada visión para su estudio la entrevista que el pasado jueves le hizo Pablo Motos a su líder en “El hormiguero”, con récord de audiencia y exponiendo su cara más amable y cercana. Ese cambio debe hacernos mantener las alertas elevadas al máximo.

Un mal panorama agravado por la llegada de la sentencia del “Procés” que azuza de nuevo el avispero de Catalunya. Ahí también existen otros especímenes de estas peligrosas características, tanto Puigdemont como Torra los son. Pero eso da para otra reflexión.

Veremos………

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