Es profundamente una cuestión tradicional la que a los medios de comunicación impide contar los amoríos de la clase política. No se hizo en su momento, bien por apoyar la supuesta seriedad de la clase que surgía de la transición, bien porque no se ha querido caer en lo frívolo, al estilo británico. En todo caso se ha impuesto un velo de la ignorancia sobre las conductas amorosas de la clase política, salvo algún caso aislado (tipo Malú-Albert Rivera), en el entendimiento de que es algo que no interesa a las masas. Pero si en vez de pensar en masas, como hacen los oligarcas, pensásemos en términos de ciudadanía o de militancia ¿se podría romper esa barrera del silencio?

Mientras que ocultar los amoríos, salvo los que son evidentes por culpa de los propios protagonistas, en los medios de prensa “seria” es algo tradicional, no ocultarlos cuando afectan a cuestiones esenciales para la ciudadanía o la militancia de un partido es un cuestionamiento ético. En todos los partidos cuecen habas y en todos hay flirteos, escarceos, amoríos, amantes (heterosexuales, bisexuales, homosexuales o lésbicos) y sus rupturas. Son como cualquier ser humano, eso humanos y no se quedan fuera de las pasiones que desarrolla cualquier persona. El problema es cuando esos flirteos, amoríos y amantes dan pie a una serie de prebendas, problemas y canonjías basadas en lo sexual-afectivo. En Podemos, Ciudadanos, PP y PSOE se han establecido candidaturas por la “fuerza del amor”.

El caso más relevante fue cuando a Tania Sánchez se le mandó al fondo del hemiciclo tras romper con Pablo Iglesias. Lo hicieron tan evidente que no hizo falta chismorreo. No sólo es que el dirigente morado haya situado a su pareja como número dos, sino que la decapitación de Sánchez puede haber provocado problemas internos/externos a Podemos por una simple ruptura amorosa. Lo mismo puede decirse de ciertas candidatura dirigidas en favor de las parejas de otros y otras dirigentes de Podemos. Por influir en los cambios (en algún caso desde lo antisistémico hasta la oficialidad) y la propia concepción de la democracia igual contar esos amoríos y que sean más públicos puede ayudar a la militancia de los partidos para conocer qué les proponen elegir teniendo el conocimiento de todos los factores. En el PP y el PSOE ha pasado con hombres y mujeres en numerosas ocasiones a lo que habría que añadir los deseos de algunas órdenes eclesiásticas. Que la prelación sea producto de un amorío debería ser conocido por la militancia ¿o no?

Si dentro de un partido tiene importancia el conocimiento de lo amoroso-electivo, ya les decimos que los casos abarcan todo el arco parlamentario y todo el espectro sexual, en los nombramientos públicos mucho más. Hay personas que han hecho carrera mediante la utilización de lo sexual-afectivo (hombres y mujeres), siendo amantes, pareja con derecho a roce, amigovios y cambiando de una cama a otra si las cosas venían mal dadas. Y en estos casos, en muchas ocasiones, las personas para estar cerca y tapar el flirteo/lío han sido nombradas para cargos en los que no estaban realmente capacitados. De diputado o diputada las carencias pasan más desapercibidas, de hecho entran también chaqueteros, familiares, esbirros e inútiles de toda especie, pero en un cargo de alta responsabilidad, donde se gestiona dinero público, lo ético indicaría que se desvelasen los amoríos. Al menos la ciudadanía tendría conciencia de lo que pasa. Imagen un Hospital dirigido por el amante de un alto cargo de un partido que, además, oculta su homosexualidad/bisexualidad.

En política, aunque no se hayan enterado realmente, ha habido crisis provocadas por amoríos. En todos estos casos y más que han ocurrido ¿deberían los medios de comunicación contar los amoríos en favor del buen uso de lo público? Si se hace con familiares y amigos ¿por qué impedir lo amoroso? La prelación de los méritos, como ocurre con los demás enchufados, queda desterrada en estos casi también. Que el sexo determine el rumbo de una comunidad autónoma, ayuntamiento o partido y no se diga es muestra de la pobre democracia que se tiene en España.

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