El doble atentado yihadista en Barcelona y en Cambrils que ha dejado trece inocentes muertos, cinco terroristas abatidos y más de 100 heridos, algunos de ellos en estado de extrema gravedad, ha mostrado cómo las clases políticas españolas y catalanas están totalmente divididas. Ni siquiera el dolor y la tragedia han logrado una tregua de unidad, unidad que se ha dado sin ningún tipo de problema entre los distintos cuerpos de seguridad.

Sin embargo, los políticos tienen otros intereses y el desafío independentista catalán está tan enquistado que las palabras no se han correspondido con los hechos. La retórica oficial, los argumentarios precocinados para cada ocasión, han mostrado que esas palabras escritas por los departamentos de comunicación están vacías.

En la gestión política de los atentados de Catalunya hemos sido testigos de cómo se han organizado dos gabinetes de crisis, uno de la Generalitat y otro del Gobierno español. La ruptura es un hecho tan tangible que ni siquiera un atentado terrorista ha logrado que los políticos españoles y catalanas se unan desde un primer momento.

Hemos escuchado a Mariano Rajoy y a Carles Puigdemont hablando de unidad, de la unidad como única arma para luchar contra el terrorismo internacional que ahora ha azotado a España, pero hay detalles que demuestran que esta unión de la que todos los políticos alardean o que todos reclaman no es más que una impostura, algo que viene determinado por el postureo o porque la ciudadanía no entendería jamás que con catorce cadáveres de inocentes sobre la mesa los representantes catalanes y españoles fueran cada uno por su lado.

En el día de ayer fueron cada uno por su lado con gabinetes de crisis separados, por un lado, el de la Generalitat y por otro el de los representantes del Estado.

En España siempre que ha habido algún acontecimiento trágico, un gran atentado, el pueblo ha demostrado la unidad, la solidaridad y, sobre todo, el olvidarse de todo para arrimar el hombro para hacer lo que haya que hacer. Por otro lado, la clase política siempre ha tenido un comportamiento que ha dejado mucho que desear. No obstante, esas divisiones venían siempre por estrategia de partido o por ideología. Jamás la división envuelta en una bandera o una institución.

Recordemos lo que ocurrió durante el 11M, el último gran atentado en España. En el primer momento nadie cuestionó la versión oficial sobre la autoría y se puso a disposición de la autoridad. Incluso todos los partidos dieron por finalizadas sus campañas electorales. Nadie dudó, todos unidos contra el terrorismo que había matado a 197 personas. En este caso fue el Partido Popular quien rompió la unidad con su intento de manipular la información para que la verdad no les afectara electoralmente. El cambio de la autoría también dividió a los partidos. No obstante, no se produjeron choques entre instituciones.

En el de Barcelona, a pesar de que todos han utilizado la retórica de la unidad, a pesar de que tanto el Gobierno de España como el de la Generalitat quieren dar esa imagen de “todos a una”, la realidad es que cada uno va por su lado. La separación de las líneas de acción se ampliará a medida que vaya pasando el tiempo y el dolor de la ciudadanía herida se vaya atemperando.

Todos los políticos tienen razón cuando afirman que la unidad es la única arma para luchar contra este tipo de terrorismo. El paso de la palabra a la acción es lo les quita esa razón.

 

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