Ayer confirmó el presidente de Vox a las doce de la noche que había superado con éxito su positivo por coronavirus, tan sólo una semana después de haberse hecho la prueba. Una recuperación muy rápida que puede levantar sospechas por esa misma razón. De hecho su compañero de fatigas ultraderechistas, Javier Ortega Smith, sigue con su encierro luchando contra el “virus chino”, ese mismo que le ha costado la reprobación de una potencia mundial… por tonto a las tres. Sorprende que Santiago Abascal se haya recuperado tan rápidamente, no por los síntomas en sí (que en algunos casos no llegan a la semana) sino por haber expulsado el virus de forma tan rápida de su cuerpo que no ha dejado ni rastro. Igual es que al ser vasco el virus se ha asustado y se ha marchado, no como en el cuerpo mixto en pureza de Ortega Smith. Uno es muy mucho español y el otro a medias y por eso le afecta más el virus. O puede que todo haya sido una estrategia fallida de comunicación política.

No hay que dudar de la palabra del ultraderechista, pero cuando se ven otros casos de personas que están padeciendo el virus, como el periodista Kike Mateu que lleva 22 días en el hospital y ayer por primera vez dio negativo en el porte del virus, y que se recuperan pero deben permanecer aislados porque pueden llegar a contagiar a otras personas, la duda está más que justificada. Que se sepa Abascal ha estado expuesto a dos personas que han dado positivo como el citado Ortega Smith y el senador estadounidense Ted Cruz (¿habrá sido el vector el político español?), por lo que no es extraño que pudiera haber contagiado y, a su vez, haber ayudado a distribuir la pandemia por todos lados. El problema estriba en que casi todo lo que rodea a Vox son mentiras, medias verdades y mucha ocultación. Financiación de Irán; vínculos con la secta El Yunque; cuentas poco claras que según dicen sus propios expulsados acaban en los bolsillos de los propios dirigentes del partido; arquitectas que no tienen ese título pero firman proyectos; utilización de mecanismos globales digitales para distribuir su discurso del odio; así como la utilización del nacionalismo español para ocultar que su verdadera intención es entregar todo lo público a manos privadas pero pagado por la ciudadanía.

¿Podría haber sido todo una estafa o una estrategia fallida para atacar al Gobierno (o a parte del mismo) y en especial a los dos símbolos del mismo como son Calvo e Iglesias? Podría haberlo sido sin duda. Desde el discurso de Iván Espinosa de los Monteros atacando al feminismo (Carmen Calvo) y a la socialdemocracia antigua (Pablo Iglesias) hasta las quejas por la celebración del 8-M, el no cierre de fronteras con Italia, pero escondiendo que ellos bien que celebraron su Congreso a la búlgara (para ser anticomunistas bien que imitan a Todor Zhikov), todo encaja a la perfección. La estrategia podría haber tenido dos formas, siempre pendientes de la comunicación eso sí. Una estrategia podría haber sido aparecer como víctimas de la incompetencia del Gobierno que ha permitido que llegase el virus a los más patriotas, igualándose así con la plebe en esta enfermedad tan dura. Un mecanismo de asimilación a la mayoría utilizando el contagio como elemento de mediación en la construcción de esa épica. De esta forma podrían hacer un discurso tipo: “Nosotros somos como vosotros, no somos casta o élite porque también caemos con el virus”. El problema es que para este tipo de discurso los políticos de los demás partidos no deberían haber caído.

También podría ser una estrategia no tanto de asimilación al pueblo como de poder personal del líder al que se quiere dotar de componentes carismáticos. “Abascal no sólo vence al coronavirus sino que lo hace pronto y con fortaleza” como mitologema que les permita proseguir con “si tan fuerte es, no hay nadie más indicado para dirigir el país con mano dura pero hacia la consecución de lo que corresponde a una España destinada a las más altas glorias”. Y el fürher al frente del II Reich Español. Una estrategia que tiene un problema añadido, sus apariciones en redes sociales no han mostrado postración y recuperación milagrosa (lo necesario para tener una narración mítica consecuente), más bien todo lo contrario. En tiempos de la política espectáculo, por mucha comunicación que se emplee, no hay que perder el sendero de las verdaderas historias que pueden incorporarse al colectivo, de forma consciente o inconsciente. Líderes que necesitan estar siempre en primer plano lo que demuestran es carecer de liderazgo. No sólo le pasa a Abascal sino a todos los demás. Y ese aparecer siempre es lo que impide la estrategia de elevar a lo carismático a Abascal. La vigorexia que muestran él y su compañero Ortega Smith no ayuda para conformar ese tipo de narración o relato.

No son más que especulaciones, no se niega, pero es todo tan extraño alrededor de Abascal que a nadie de los que leen estos párrafos le extrañaría algo así. Cuando menos un momento de duda ante recuperaciones milagrosas porque lo político va tan rápido en estos tiempos del coronavirus que, última posibilidad del porqué, la presencia de los principales dirigentes afecta a los votos futuros. Las peticiones de unidad, mientras se ladra por la espalda; los ofrecimientos de apoyo contra los enemigos de España, mientras se señala a cargos menores como Adriana Lastra; no dejan de ser movimientos espectaculares para no perder ni un solo voto a futuro. Y para no perder esos votos Abascal no podía estar confinado en una habitación de nueve metros cuadrados (¿cómo realizó el vídeo de hace unos días en esa habitación, con todo lujo, si estaba confinado y no le habían dado el resultado positivo?) sin aparecer en rueda de prensa. ¿Se saltará el período de aislamiento necesario aunque se haya recuperado o hará lo que critica al vicepresidente Iglesias? Apuesten en que a no más tardar aparecerá fuera de su casa y confirmará algunas de las dudas expresadas.

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