Foto: Ivan Baldivieso | AGECOM

Ya pasando la época estival y poniéndome de nuevo a intentar plasmar alguna reflexión sobre un papel, hay un tema que siempre ha despertado cierto interés en mí. Es el tema del amor. En esta ocasión no me refiero al amor romántico que sienten dos enamorados y del que tanto eco se hacen las películas, sino al amor entendido como admiración y respeto hacia un ser independiente.

Este concepto de amor, y la consecuente acción de amar vienen muy bien definidos por un sociólogo, Erich Fromm, que sabe captar ese significado de amor al que me refiero. Fromm posee un libro titulado “El arte de amar”, donde viene a definir el amor en sus diversas fórmulas y una de las reflexiones más importantes de este libro expresa que el modo de producción imperante actualmente en la sociedad tiende a enajenar al hombre y a imposibilitarlo, al menos socialmente para amar.

Fijándonos más en esa acepción del significado de amar que enfatiza Fromm, intento encuadrar ese sentimiento en el proceso en el que me encuentro actualmente, mi período de formación MIR. ¿Se nos ama durante ese período? ¿podemos sentirnos amados y respetados en un sistema de producción? El MIR, entendido como este sistema social de producción de profesionales puede, a priori, no tener en cuenta ciertas fórmulas que vayan más allá de competencias, de hecho, es sabido que se adquieren con un nivel muy alto de satisfacción. Me pregunto si podemos incluir en ese complejo engranaje algún elemento que, como aceite lubricante, potencie el mencionado engranaje y a la vez mejore el producto.

Uno de estos aceites que creo que debe ser elemento indispensable para la mejora del producto, es el amor y más específicamente éste entendido como respeto. Aprovecho a Fromm para expresar la definición que voy buscando. Fromm cita en su libro la siguiente definición que me gustaría resaltar: “respeto no significa temor y sumisa reverencia, denota de acuerdo con la raíz de la palabra (respicere=mirar) la capacidad de ver a una persona tal cual, tener conciencia de una individualidad única.  Respetar significa preocuparse porque la otra persona crezca y se desarrolle tal como es. De ese modo, el respeto implica la ausencia de explotación. Quiero que la persona amada crezca y se desarrolle por sí misma, en la forma que le es propia, y no para servirme. Si amo a la otra persona, me siento uno con ella, pero con ella tal cual es, no como necesito que sea, como un objeto para mi uso. Es obvio que el respeto sólo es posible si yo he alcanzado independencia; si puedo caminar sin muletas, sin tener que dominar y ni explotar a nadie”.

El citado texto viene a refrendar una idea que me es muy inquietante y que hace plantearme si un sistema muy dirigido hacia un bien resultante es capaz de incorporar este elemento, el amor, como parte del proceso. Creo que para ser capaces de tenerlo, es importante que todos los actores del mencionado proceso, sean conscientes y tengan muy clara la importancia que éste tiene. Nuestra medicina debe de ser amor, debe de ser respeto, debe de tener clara su finalidad para no caer en errores y deshumanizar nuestra profesión; y así alejar nuestro objetivo último: el paciente y su bienestar.

Tenemos el poder de amar, tenemos la capacidad de respetar y sentir respeto. Si somos capaces de interiorizarlo y posicionarlo como eje fundamental del sistema, el resultado puede ser increíble. Por ello, y ya para acabar, espero que las futuras generaciones no renunciemos a este poder y creamos en él, porque tal y como dice la escritora Alice Walker, “la forma más común de renunciar a nuestro poder, es creer que no lo poseemos”.

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