“¡Es la Economía, estúpido!” es una frase que tuvo su éxito durante la campaña electoral entre Bill Clinton y George Bush padre, mediante la cual se ejemplificaba que lo importante para los estadounidenses no era tanto la Guerra del Golfo I como los problemas de la crisis económica que vivían día a día (el autor fue James Carville asesor de Clinton). Hoy esa frase ejemplifica perfectamente la preocupación de la clase dominante por el tema del coronavirus. El Consejo Europeo, que no deja de ser el Consejo de Administración Político de la clase dominante, antes que los detentadores de la soberanía europea, se ha reunido mediante videoconferencia para tomar una serie de medidas contra el efecto de la infección no en las personas sino en la economía. En el ruedo español ha sido Pablo Casado quien mejor ha ejemplificado esa preocupación por lo económico antes que por lo sanitario. Como vamos a morir de igual forma, nada mejor que salvar al capitalista… otra vez.

¿Estamos ante una nueva fase de la doctrina del shock que popularizase Naomi Klein? El tiempo dirá si esta catástrofe sirve para seguir la senda de los Chicago Boys del neoliberalismo imponiendo más medidas neoliberales de destrucción del Estado de bienestar, por aquello de basarse en desastres y contingencias (y así ganar lo psicológico del tipo “si se aplica tal fórmula neoliberal todo mejorará”) como es la que ofrece el coronavirus. A tenor del pánico que vienen sufriendo los anarcoliberales españoles, la dirigencia del PP y la Comisión Europea no parece que en esta ocasión se vaya a intentar aplicar esa doctrina. Bien al contrario, al menos a nivel español, lo que ha salido reforzado es el sistema sanitario público pues se ha visto que la sanidad privada se dedica a derivar a los infectados a centros públicos, lo que provoca una imagen perfecta de lo que sucedería en ese estado ideal que intentan vender los gurús del neoliberalismo. Que ni teniendo mucho dinero te atienden en casos de pandemias.

Pedro Sánchez ha ofrecido una rueda de prensa, con posterioridad a la reunión mediante videoconferencia con el resto de países de la Unión Europea, y ha explicado los acuerdos adoptados. De las cuatro partes en que se dividen las acciones a tomar, sólo una se refiere a medidas fitosanitarias o de salud, mientras que las tres restantes tienen que ver con la cuestión económica. Evidentemente, no es culpa del presidente del Gobierno pues es un acuerdo europeo y, por ende, muy influenciado por la ideología dominante (que como todos ustedes saben es la neoliberal), pero salvo algunas cuestiones muy concretas de apoyo a las empresas, que es razonable en determinados sitios donde la infección se está extendiendo y donde se tomarán “medidas contundentes” (se supone que aislar Madrid, Álava y La Rioja), lo que hay detrás de muchas de esas medidas (sobre las que se ha explayado con un poco más de concreción, lo que denota que estaba en el ambiente de la dirigencia europea lo económico no lo sanitario) tiene más que ver con un salvamento general del capitalismo que ya había dado muestras de recesión y agotamiento mucho antes de que en Wuhan saltase la alarma en enero. Como en España se estaba con las elecciones, la formación de Gobierno y, por ejemplo, la invención de casos como el Delcygate o demás estupideces de la derecha española, no ha traspasado el umbral de lo mediático el problema del capitalismo financiero, las distintas guerras comerciales y la crisis de producción.

Ahí tienen el caso de Casado que antes de ayer tuvo a bien ofrecer una serie de medidas, un plan de choque, contra el coronavirus que no reunía ni un solo apartado sanitario. Entre otras cosas porque no tiene ni idea o porque, se sospecha en la capital española, la administración madrileña o bien no ha ofrecido los datos sino que los ha escondido, o bien tienen tal caos organizativo que ni sabían lo que pasaba realmente, y así no se le podría señalar a él como coparticipe de la situación.  Una serie de medidas que, en buena parte de los casos, no tienen nada que ver con el coronavirus en sí. Al menos con la afección directa en ciertos casos sino que parecen más bien una serie de medidas para beneficiar a las distintas fracciones del establishment. Ni una sola de las medidas aportadas beneficia en sí a la clase trabajadora. Como sucede con el teletrabajo, donde el trabajador debe poner todos los útiles y gastos mientras que el empresario no compensa eso salarialmente y veremos si no se producen abusos varios (que suelen ser habituales en este tipo de trabajos), como extender la jornada laboral más de lo establecido.

Tanto el PP como la Unión Europea se están preocupando mucho más de salvaguardar los suyo, el sistema capitalista, que la salud de las personas. Al ser un virus que no es sumamente mortal (no es una peste o un ébola) pues que la gente se quede en su casa encerrada. Eso sí, produciendo y gastando de alguna forma. Bien es cierto que las medidas de aislamiento y cierres de centros educativos no se toman para que las personas no se infecten sino para que no colapsen los servicios sanitarios. Esos mismos que vienen destruyendo los gobiernos de derechas, esos mismos a los que han desangrado en términos de recursos humanos, esos mismos a los que ponen por las nubes ahora (populismo de pancarta) pero a los que vienen negando el pan y la sal en cuanto a infraestructuras o investigación. Hoy, cuando las cosas vienen mal dadas, la derecha europea recurre a “papá Estado” para que les proteja y salve ese sistema capitalista que boquea y vuelve a necesitar respiración asistida porque ya no da más de sí. Todos los neoliberales ahora no afirman que mejor el dinero en los bolsillos de las personas y que gasten con quieran. Ahora piden el dinero de la clase trabajadora para sostener al capitalismo en sus distintas variantes. Y todo porque como los antiguos socialistas saben muy bien: “¡Es la Economía, estúpidos!”. Tanta guerra cultural para que hasta el más machote de la extrema derecha, Javier Ortega Smith, ahora acuda al Estado a que le cure y salve el sistema. De primero de materialismo y aquello de la determinación en última instancia.

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