La pregunta “¿qué España se nos ofrece?” podría extenderse a toda la clase política actual y pretérita. Realmente nadie, salvo raras excepciones, tiene claro qué España sería buena, o aceptable, para que las escisiones y disputas que se presentan constantemente, y no sólo las territoriales, puedan significar un modelo de convivencia. Por la derecha defienden una España organicista, una unión indisoluble en base a mentiras como las que ofrecen la mayoría de nacionalismos y regionalismos. Es muy literario el hablar de forma idílica de la Edad de Oro, donde no había problemas, pero no deja de ser un mitologema (narración mítica).

Sabiendo que la España de la derecha está trufada de tradicionalismo, reacción y una cultura tan detestable como la falsedad catalana o vasca, por ejemplo. Sorprende que los dinosaurios o popes socialistas salgan en tromba a criticar la acción de la Ejecutiva del PSOE. En especial que se hable de diálogo. Alfonso Guerra, Joaquín Leguina o Juan Carlos Ibarra no hacen ni más ni menos que seguir un mitologema transitivo que no es muy real y, como sacerdotes de una religión, procuran el mantenimiento de la fe sin resquicios.

Es curioso que estos mismos personajes, que salen en prensa cada vez que los llaman desde los medios de la derecha para lastimar al PSOE, utilicen los medios para “defender su libertad de expresión” cuando ellos mismos expedientaron y expulsaron del PSOE (por acción u omisión) a personas que hicieron lo mismo. A Alonso Puerta por denunciar irregularidades y, por qué no decirlo, dejar el camino libre a Leguina como secretario general de los y las madrileñas. A Pablo Castellano por hablar cuanto quería denunciando el giro a la derecha de González. Y tantos otros que antes y después pasaron. Había que mantener la disciplina de partido decían, pero deben comenzar a tener demencia senil porque ahora no se lo aplican ellos mismos.

¿Por qué salen defendiendo sus ideas y atizando, directa e indirectamente, a la Ejecutiva? Caben varias opciones que quedarán a elección de quien lea estas líneas. La primera opción es producto de su educación juvenil. Digamos que tienen a un falangista o conservador dentro, producto de la educación franquista y que, a pesar de los años, no han podido reprimir. Como sucede con las pulsiones sexuales, que diría Freud, lo mismo ocurre con las pulsiones nacionales. Acaban por salir todos los mitos del inconsciente colectivo franquista y les puede. Sacar los tanques a la calle o querer meter a gente en la cárcel por defender una idea, como proponen Guerra y otros, no es producto de una educación socialista. Así sea inconstitucional, que no ilegal pues no hay ley que prohíba en sí un referéndum, lo que están haciendo en Cataluña, las medidas propuestas parecen excesivas. Algo exagerada esta posibilidad pero no descartable.

Una segunda posibilidad es que, aturdidos por los focos políticos de su madurez, siguen echando de menos estar en la primera plana. Ellos que tanto hicieron por el partido ahora están dejados de la mano de dios y parecen jarrones chinos. Con ciertas posturas que defienden son ellos mismos los excluidos porque, es tradición en el PSOE, que los más mayores hagan de pedagogos de los que van llegando por detrás. Pero estos señores lo que quieren es mandar por persona interpuesta en muchas ocasiones. Y por ello nadie les toma en serio en estos días, salvo quienes son como ellos. Son como los padres que quieren seguir guiando la vida de los hijos aunque éstos tengan más de cuarenta años.

La tercera posibilidad es que salgan en defensa de una obra que consideran propia y que no quieren verla ser destruida o modificada. Actúan con los defensores de la fe de la Constitución del consenso. Son sacerdotes laicos de algo que se ha mitificado hasta la extenuación y que como modelo está quebrándose por las numerosas aristas que posee. La principal no haber sabido encajar a todos y todas por igual y permitir un sistema donde la corrupción campa a sus anchas. El consenso estuvo bajo la presión de las armas y del gran capital. Se pasó de una dictadura a una democracia cediendo la mayoría demasiadas cosas a la minoría. El sistema funcionó por la buena voluntad de unos (no tanto de otros) hasta que se ve que está agotado.

Guerra y sus colegas generacionales salen en defensa de su obra porque es suya, porque ellos la levantaron en primera plana y les “jode” que las generaciones que vienen por detrás quieran tocar hasta las comas. Esos sí, cuando hubo de plegarse a ceder soberanía por mandato de la Unión Europea, ninguno se negó a que tocaran el artículo 135, por ejemplo. Ni se les ve quejarse cuando se pierde soberanía mediante acuerdo comerciales internacionales. En todas esas cosas están callados y alegres en sus cuevas de las sombras. Pues algunos y algunas han salido de esas cuevas y han visto la luz. Y al contrario que en el mito de la caverna platónica, parece que no están dispuestos a morir a manos de los santones de la oscuridad y la mitificación.

Idealizaron su propia obra y la llevaron a una escala mítica para que se volviese imperturbable y perdurable en el tiempo. Vamos que los trascendiese personalmente. Sin embargo, las nuevas generaciones no piensan igual y quieren modificar la sacrosanta constitución. Y no sólo por el problema catalán que no es sino el ejemplo de la quiebra de un sistema podrido. La compra-venta de votos comienza a no funcionar entre las personas que poseen cierta madurez política. Lo que tanto deseaban ellos con su creación ha generado una antítesis que pretende superar su obra. Pura dialéctica. ¡Parece que no aprendieron nada en sus lecturas marxistas y hegelianas!

Aun así, atacan sin dar alternativa. No quieren diálogo con “criminales” (porque están matando a su hijo sistémico), pero tampoco ofrecen más alternativa que seguir como hasta ahora. En el mercadeo y chalaneo político nacionalista. Huelen mucho más a Donoso Cortés que a Pablo Iglesias Posse. Mucho más Carl Schmitt que ha Habermas. Mucho más a blanco y negro que a bits. No ofrecen ninguna España donde convivir que la suya, la que se está quedando vieja. Habría que pedirles más lealtad y sentido de partido, y menos arrebatos de un nacionalismo rancio. ¿Qué España nos ofrecen? Porque si es esta no gusta a una gran mayoría.

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