“Pero debéis saber aquí, donde corresponde decirlo, que no seré candidato a la Secretaría General”. Con estas palabras se despedía del puesto de máxima responsabilidad del PSOE después de 23 años Felipe González. Aquel a quien las masas entronizaron y hoy, años después desprecian por sus veleidades capitalistas. Aquel que cambió el PSOE y España como no se esperaba en un país que siempre iba a remolque de la Modernidad, afectado más por las constantes disputas internas que por avanzar al ritmo de los tiempos. Sería González con su regeneracionismo liberal quien encabezase esa revolución que España tanto esperaba (y necesitaba).

Hijo de un vaquero, esto es, del propietario de una vaquería en Sevilla, González se acercó al socialismo desde una perspectiva humanista. No en vano su primera militancia “política” se produjo en las HOAC, gracias a las cuales pudo viajar y estudiar una temporada en Lovaina. La impresión, según el mismo ha contado, de El miedo a la libertad de Erich Fromm fue un impulso para posicionarse frente a la dictadura franquista y unirse, tras pedírselo Alfonso Guerra y el resto de personas que estaban en las Juventudes Socialistas (que estaban reconstruyendo), al PSOE. Poco a poco, por su capacidad dialéctica y por tener coche (una de esas casualidades de la vida), fue elegido como el representante del grupo sevillano que se alzaría con el poder en el famoso congreso de Suresnes.

Su capacidad para explicar las cosas, esquematizar, resumir y llegar al auditorio que poseía (y posee) González le hizo sobresalir del resto e irse erigiendo en el líder indudable del PSOE. Ni los rebeldes del propio partido ponían en duda su liderazgo. Además, existió una clara intención de proteger la figura del líder del PSOE durante toda la transición, llegando incluso a inventarse historias sobre sus capacidades y actividades. Es evidente que contó con la protección de los “poderes occidentales” en los años transitivos. Todo el mundo veía en el joven sevillano a un seguro freno de la “factible pero nunca posible” victoria por la izquierda del PCE.

Los dirigentes socialistas representaban de mucha mejor forma que los comunistas o las gentes de Tierno Galván a la sociedad española, esa clase media que tanto glorificaba y hablaba José Félix Tezanos. Eran jóvenes, preparados y salidos de las profundidades del país. Casi desconocidos pero con un líder que conectaba con las masas. Un directivo del SPD comentó en su momento a Guerra: “No sabéis la suerte que tenéis, a nosotros nos cuesta veinte años tener un líder así, y a vosotros os ha aparecido”. Exageración tal vez, pero muy cierta la capacidad “carismática” del líder socialista.

Con la perspectiva de los años se pierden las impresiones, pero basta visionar vídeos de aquellos años para comprobar cómo Felipe González enganchaba con la ciudadanía. Hasta se escuchaba aquello de “Felipe queremos un hijo tuyo”. A ello, también ayudaba, la parafernalia que montaron entre Julio Feo y Guerra para dotarle de un aura mucho más misteriosa y carismática. González viajó y viajó, no tanto para formarse, sino para hablar con los grandes líderes europeos. Toda la Internacional Socialista (que en aquellos años tenía más gobiernos que en la actualidad) se fotografiaba y le invitaba. Eso era un plus de imagen mayor que la que podía tener el propio presidente Suárez.

La muerte del padre y la totemización de González

Pero el gran golpe de efecto se produciría con la celebración del 28° Congreso del PSOE. Ahí se entronizaría a González y le harían las propias bases del PSOE intocable. Después de unas declaraciones en Barcelona donde afirmó que pediría quitar el marxismo de la declaración de principios del PSOE, las bases del partido bramaron. Estaban muy cansadas del dirigismo de la cúpula, de tener que dejar paso a neo-socialistas en listas y cargos públicos por delante de militantes con más años y decidieron utilizar la bala del marxismo contra la oligarquía socialista.

El problema era que también querían a Felipe González como líder máximo. Pero un González marxista no era posible. Y eso que durante los años de la dictadura los “sevillanos” fueron los más radicales y marxistas de todos. Pero eso había sido una impostura, una pose, porque ellos eran conscientes de que España necesitaba una revolución burguesa antes que socialista. De hecho, pocos años después González reconocía en una entrevista en Time: “Un montón de cosas de las que decimos que tenemos que hacer las podría hacer igual la burguesía progresista, pero no lo hacen”.

El caso es que venció el marxismo en ese congreso y se produjo la catarsis. Como decía Sigmund Freud en Tótem y tabú, tras cometer el parricidio la tribu instala un tótem que representa al sacrificado y comienza el proceso de deificación de la persona. Eso mismo, sin necesidad de “matarle” físicamente, sucedió durante el proceso congresual. Mataron al padre y le convirtieron en un dios sobre el que existiría un tabú especial, no podría volver a ser puesto en cuestión. Y así sucedió. Desde ese momento González pasaría convertirse en un “ser” intocable, carismático y cuya voluntad sería aceptada, con mayor o menor fortuna, por todo el socialismo patrio.

Si había que ser nacionalistas antes que socialistas se haría. El discurso del PSOE, bajo el mandato inquebrantable de González, limaría sus aristas más socialistas del programa de gobierno y presentaría un programa claramente regeneracionista. El deseo de una España moderna y similar las demás democracias occidentales podría más que el deseo de conseguir una sociedad “donde el hombre no fuese esclavo del hombre”. Se quitaron los socialistas toda la sobrecarga ideológica de la dictadura y la transición y se dedicaron a proponer una España moderna y europea. El impulso ético y modernizador, con evidentes toques socialdemócratas, se puso en primera plana del discurso ideológico de González y del PSOE.

Los años de gobierno y la caída de González

La victoria de 1982 propició un gobierno socialista con suficiente fuerza parlamentaria como para llevar a cabo su programa de gobierno al completo. 202 diputados que dejaban a la oposición en nada dentro del Parlamento. Era el único partido unido, con un líder “carismático”, con un plantel de políticos que despuntaban, con buena imagen exterior, con una ideología moderada y con la ética regeneracionista con bandera. Por eso se pusieron manos a la obra en la reconversión industrial, que sentó como una patada en sálvese la parte a los sindicatos, decidieron quedarse en la OTAN (sin ser parte de la estructura militar, aunque luego también se entraría en ella y tendría un secretario general español y socialista), decidieron impulsar y modernizar todas las instituciones del capitalismo para lanzar a España como potencia económica.

También promovieron las pensiones, la sanidad y la educación universales. El desarrollo de infraestructuras gracias a los fondos europeos, la modificación de las relaciones laborales para conseguir un mayor empleo juvenil (que comparadas con las actuales son casi de revolucionarios) y el posicionamiento de España en los foros internacionales. España creció mucho, las personas comenzaron a vivir mejor, el “hijo del obrero” acudió a la Universidad y se compró un adosado en Las Rozas, pero la imagen comenzó a deteriorarse por la parte ética. La corrupción y la imagen de beautiful people que se desarrollaba al lado del PSOE quebró el discurso ético que les había llevado al poder casi omnímodo.

Incluso el GAL, donde participaron todos los partidos y todas las instituciones del Estado, se lo perdonaban los españoles. Pero que se gastasen los dineros en el Casino de Estoril los miembros del GAL o que el director de la Guardia Civil robase el dinero del antiterrorismo no se podía consentir. A ello hay que sumar que ciertos medios de comunicación se confabularon, junto a algunos jueces, para montar lo que se conoció como La Conspiración. Alrededor de los casos Juan Guerra (que quedó en nada), Roldán o Filesa, los conspiradores comenzaron a inventarse casos de corrupción. Es más, llegaron a firmar que el socialismo en sí es pura corrupción. Algo que, por cierto, siguen diciendo los dirigentes del partido conservador español, que está imputado por organización criminal. Llegaron, en su paranoia conspiradora, a inventar casos a la familia del propio González.

El error tremendo del socialismo en el Gobierno de España fue no generar una ética que permease en los españoles, una formación ciudadana tan necesaria como regeneracionista. Haber abandonado ciertos principios socialistas produjo un partido sin ideología y prácticamente dedicado a las elecciones. Aunque, la evolución posterior ha sido casi peor bajo Rodríguez Zapatero y Sánchez. Pero dejaron un progreso en España que no ha podido ser superado por ningún gobierno posterior. Cogió España González con una crisis tremenda y con una inflación del 22% y la dejó preparada para enfrentar los dilemas económicos. Dejó de lado muchas reclamaciones del socialismo patrio respecto a la ética, el exilio y los muertos en las cunetas, pero propició una democracia limitada pero mejor que lo que hubo antes.

El jarrón chino

Dejó el PSOE pero no quiso separarse del todo. Propició que se eligiese a Joaquín Almunia como secretario general, a lo que no se negó nadie en el partido, pero que sería la salida a una crisis que a día de hoy sigue sin cerrarse. Salvo la etapa dictatorial del dúo Zapatero-Blanco, el PSOE es desde entonces una verdadera crisis. Después de haber tenido una figura con tan fuerte presencia, cualquiera que ha llegado después tiene difícil suplir esa imagen. Para muchos y muchas españolas el PSOE está indefectiblemente relacionado con la imagen de González, para bien o para mal. El PSOE que construyó Guerra para sostener a González, es modelo para cualquiera que venga detrás. Actualmente quieren parecerse a Podemos e inventar la rueda, cuando el PSOE es ya un partido cartelizado, esto es, dependiente de las instituciones públicas y sus finanzas para sobrevivir. Y, hasta el momento, han demostrado no saber cómo salir de ese bucle.

González ha quedado como un jarrón chino, como se ha quejado amargamente, pero él ha puesto de su parte para ello. Aceptar puestos en los consejos de administración de empresas del IBEX 35, afirmando que no es malo que un socialista sea rico (como hizo en el libro de conversaciones con Juan Luis Cebrián), acercándose cada vez más a posiciones liberal-conservadoras, apoyando la Gran Coalición, y dedicándose a defender mejoras democráticas que son el sostenimiento de los lobbies económicos. Ha dejado de ser socialista, incluso felipista. Ante el desafío de la globalización González ha tomado parte por los beneficiados de la misma, no por los perjudicados. Esto es, la ciudadanía.

A pesar de ello, no se puede negar que ha sido, junto a Adolfo Suárez, el político que más ha impactado en España en los últimos cincuenta años. De hecho, un detalle que marca su magnitud, es que aún hoy todo el mundo le llama Felipe. A los demás presidentes se les conoce por su apellido. Nadie dice el presidente José María, ni José Luis. Pero todo el mundo dice Felipe. De hecho, surgió el felipismo frente al guerrismo, al zapaterismo o el sanchismo. A todos se les cita por su apellido, pero a él se le sigue citando por su nombre. Quitando Alfonso Guerra (con el que hay diversidad), sólo en el PSOE se sabe de quién se habla citando el nombre sin dudar.

Hizo cosas buenas por España, pero hoy en día no es más que una sobre de ese chaval sevillano que conquistaba a las masas en 1977. Hoy no es más que un defensor del capitalismo y del peor, por cierto, el financiero-constructor-vividor de lo público. Amigo de los poderosos. El carisma lo dejó en el baúl de los recuerdos y hoy no es más que un molesto jubilado para muchos y muchas socialistas. Les dejó tirados y así se lo pagan. Más que un jarrón chino, es la butaca de la abuela que está llena de muelles insoportables pero que nadie quiere quedarse.

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