Como cuentan quienes vivieron de cerca esas jornadas, Soraya Sáez de Santamaría peleó hasta el último momento por quedarse la Administración Territorial, la Función Pública se la mandó a su amigo Montoro. Quería responsabilizarse de ello y que no cayera en manos de la gente de Cospedal o los no afines a su persona. Rajoy transigió cediendo a todas las peticiones de la vicepresidenta, incluso apartando a la gente de su entorno más afín como García Margallo. Eso sí, le colocó a Cospedal para que se fajase en el Consejo de Ministros.

¿Por qué quería Sáez de Santamaría esa parte ministerial? Porque sabe que es vista como una buena funcionaria, dentro del PP, pero no se la ve con capacidad política, como mujer de Estado, pues siempre ha permanecido a la sombre de otros. Nunca ha dado la cara en sí, como le reprochan desde el interior del PP. Por eso necesitaba tener ese poder bajo sus manos. Dos eran, y son, las pretensiones bajo esa petición que hizo a Rajoy. Una, controlar las Comunidades Autónomas y por ende tener más presencia territorial en el propio PP. Una labor completamente interna.

Pero también quería, como segunda pretensión, que se la fuese viendo como una mujer de Estado. No sólo está para tapar las vergüenzas a Rajoy, sino que ella misma es muy capaz en la gestión de los grandes problemas patrios. En especial el diálogo con vascos y catalanes, como gran objetivo, estaba bajo su lupa. Quiere suceder a Rajoy, cuando toque, aunque los marianólogos creen que tardará en dar el paso, y para ello ha de ganarse prestigio político para batir a las rivales internas. En especial, Cospedal, su gran enemiga. No en vano, fue desde la vicepresidencia de Moncloa desde donde se filtró el informe del Consejo de Estado sobre el Yak42 para dañar a la ministra de Defensa. Sin embargo, Cospedal salió airosa del envite y se posicionó con fuerza en el siguiente Congreso Nacional del PP.

Entretanto la vicepresidenta había abierto despacho en la ciudad Condal con la intención de llevarse los focos sobre el dilema catalán. Iba a resolverlo y a hacer claudicar a los independentistas. Todo ello se catalogó en el gobierno como Operación diálogo. Se pretendía que, gracias a la mejora económica, Puigdemont rebajase sus 46 peticiones a 45+1. Esto es, ir dejando el referéndum y la secesión para más adelante y convencerle con dinero a espuertas de permanecer en España.

En diciembre decía Sáenz de Santamaría: “espero estar continuamente presente, hacerme imprescindible, confundirme con el ambiente” en Cataluña. Pues sí se ha confundido con el ambiente. Tanto que su presencia no ha servido para nada. Querían dialogar y sólo han dialogado con empresarios y algún que otro político. Los de Ciudadanos deberían no contar pues tienen una posición similar a la del gobierno, sino más radical y franquista. Rafael Hernando también se prestaba al diálogo: “Nuestra cercanía a Cataluña es evidente, estamos abiertos al diálogo con la Generalitat mientras se escuchen las dos partes”. Pues ni acercarse a dialogar con el gobierno catalán.

Soraya pretendía que Cataluña la impulsara en su carrera hacia la presidencia del PP, y de La Moncloa, pero visto lo visto ha fracasado tremendamente. Las posturas siguen estando enfrentadas, enconadas y tienen un punto antagónico que no resuelve el problema, aunque pueda ser beneficioso para ambas partes. Los independentistas dirán que España les ataca, y los conservadores que la ley “eterna” será la encargada de dirimir la cuestión. La Operación diálogo de Sáenz de Santamaría, sin embargo, queda enterrada en la concavidad de la historia mediocre de la política española. Un fracaso más que añadir al sorayismo tras los escándalos de Montoro, el fondo de pensiones y la economía de amiguetes en general.

Ahora, como buena hija de general afirma que “el Estado español tiene la fuerza para resolver el problema en 24 horas”. Ha pasado del diálogo al palo. Un fracaso que ha costado dinero a todos los españoles y que, con suerte, habrá servido para que la vicepresidenta tome fresas con nata en Las Ramblas. Porque para solucionar el problema catalán desde luego no ha servido. Sólo le quedan la vía jurídica y militar al gobierno, y ello en gran parte culpa de Sáenz de Santamaría. Añade así un fracaso más a su cuenta de resultados. A ella que aspiraba a todo, que controla todos los medios de comunicación, que filtra documentos a la prensa para acabar con Cospedal y Cifuentes, que cesa periodistas y pone directores, que esperaba ser la estrella que iluminase el firmamento de la política española, ella se ha estrellado en Cataluña. Demuestra así que es tan incompetente como sus sorayos económicos. Al menos le queda Javier Arenas, de momento, para consolarla tomando chopitos en la costa andaluza.

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