Albert Rivera se quita la careta de demócrata y liberal con los resultados de las encuestas y lo sucedido en Cataluña durante la última semana. Tras esa careta de populista del sistema, como hemos dicho en numerosas ocasiones, aparece el rostro deformado por el odio de un ser autoritario. Una personalidad autoritaria que estaba escondida, aunque algún ramalazo había dejado entrever. Ahora que no es más que un «juguete roto» de la inmisericorde clase dominante, se nos muestra como lo que es: un autoritario que no consiente que nadie haga algo contrario a su voluntad.

“Quiero ser presidente para meter en la cárcel a los que intenten romper nuestro país” ha dicho en la plaza de Sant Jaume en una de esas reuniones que suele utilizar para provocar al respetable. Todo un ejemplo de perfil liberal dialogante, consecuente con la separación de poderes y el Estado de derecho y dispuesto a dar cauce político a los problemas políticos. ¡Ah no! En realidad es la mejor plasmación verbal del autoritario que mete en la cárcel al que opina de forma diferente a él. Cinco años hablando de Venezuela sin parar, con el fin de criminalizar a una formación política de izquierdas, para acabar diciendo lo mismo que el dictador sudamericano pero intentando parecer demócrata. Meter en la cárcel al que piensa distinto, por pensar distinto, se ha hecho a lo largo de la historia y quienes lo han realizado durante la modernidad han sido considerados dictadores. Lo que pasa es que algunos tenían el apoyo de una u otra parte de la división mundial.

Cuando alguien ocupa la presidencia del gobierno no es para meter en la cárcel a las personas que opinan de forma distinta sino para resolver los problemas de la ciudadanía. Las contingencias y las posibilidades que esa persona y su partido creen más oportuno. Meter en la cárcel sólo lo hacen en las democracias liberales los tribunales de Justicia. Quien vulnera la ley acaba en prisión (salvo que seas de la clase dominante que ya te buscan la salida, pero esto no lo reconocerá jamás Rivera), no es necesario que un presidente del Gobierno encierre a nadie, ni señale a nadie para que sea hecho preso. Eso lo hacen en dictaduras que parece que es lo que le gusta al dirigente naranja por su forma de expresarse. La verdadera faz de dictador, algo que ya sabíamos por su forma de actuar dentro de su partido, y que no es sólo privativa de su persona (son cientos los dirigentes naranjas que poseen esa personalidad autoritaria).

Por suerte la encuestas son bien esclarecedoras, Ciudadanos no va a servir para nada en el próximo parlamento. Ni para apuntalar al PP, mediante la coalición trifachita, ni para apoyar al PSOE como le pidieron en las pasadas elecciones desde la clase dominante. Será un partido inútil, molesto y camino hacia la desaparición o la fusión fría con el PP. Por mucho que diga Rivera que espera ser presidente del Gobierno, la realidad es que como mucho quedará para ser uno más en la corte de Casado. O palmero, si es que sabe llevar el ritmo en algo, porque en política esos bandazos, que le han permitido fundar el cuñadismo como estrategia política, y ese autoritarismo han demostrado que ni ritmo, ni compás. “No hay fuego, ni barricada, ni bola de acero, no hay señalamiento ni amenaza que pueda frenar la ilusión del proyecto que tiene Ciudadanos para España” ha dicho en Barcelona, sin percatarse que no ha citado lo que sí le va a frenar: la ciudadanía española cansada de su carácter autoritario.

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