John Stuart Mill es considerado, igual junto a Alexis de Tocqueville, como el padre del liberalismo moderno. El heredero del Utilitarismo (James Mill su padre le educó en casa para seguir sus pasos y los de Jeremy Bentham); el diputado whig; el hombre cuyos Principios de Economía Política eran la biblia de la economía en la universidad victoriana; el hombre cuyo Sistema de Lógica influyó en las generaciones posteriores de filósofos; el pensador que escribió la más ardiente defensa de la libertad (Sobre la libertad) y del sistema representativo (Consideraciones sobre el gobierno representativo); la persona que sigue presente en las reflexiones de todas las teorías de la Justicia actuales; el diseñador del concepto de emprendedor en la gestión empresarial (en sus reflexiones sobre la Compañía de Indias que retomaría Joseph A. Schumpeter muchos años después); el gran liberal decimonónico en definitiva sigue dando lecciones a los liberales de más de siglo y medio después. Y si son españoles no sólo son lecciones sino que supone sacar la vergüenza (algunos dirás si la tuviesen) a la dirigencia de PP y Ciudadanos que siempre se reclaman liberales.

Visto el comportamiento y el discurso de Pablo Casado, Isabel Díaz Ayuso, Inés Arrimadas o Juan Carlos Girauta, entre otros y otras, es evidente que jamás han leído, ni por referencia al gran liberal que dejó sentada la vía liberal dentro de las democracias representativas. La lucha en favor de la libertad de expresión y de opinión de Mill sigue teniendo una vigencia impresionante, más si cabe en este tiempo de acosadores digitales, de plataformas totalitaritarias donde se premia al delator, de impedimento de un pensamiento alternativo y público, y de liberales que son reaccionarios disfrazados en el mejor de los casos. En Sobre la libertad afirmaba el pensador británico: “Se necesita también protección contra la tiranía de la opinión y sentimiento prevalecientes, contra la tendencia de la sociedad a imponer, por medios distintos de las penas civiles, sus propias ideas y prácticas como reglas de conducta a aquellos que disientan de ellas […] Todo lo que da algún valor a nuestra existencia, depende de la restricción impuesta a las acciones de los demás”. Esto lo aducen en muchísimas ocasiones cuando se les señala por alguna bravuconada antisocial, pero lo olvidan en el momento en que una amplia capa social pretende ejercer ese derecho a disentir del pensamiento oficial de la clase dominante.

Son costumbristas, por tanto, conservadores de esas esencias que dicen inmanentes al espíritu de España y sobre las que no cabe discusión o debate, ni posibilidad de avance. Cuando esto lo defienden en el PP o en Ciudadanos (casi todos los días) se saltan la máxima “progresista” que legó Mill en la obra ya citada: “El efecto de la costumbre, impidiendo se promueva duda alguna respecto a las reglas impuestas por la humanidad a cada uno, es tanto más completo cuanto que sobre este asunto no se cree necesario dar razones ni a los demás ni a uno mismo”. Un individualismo de la duda y puesta en cuestión de la “verdad” dictada bien por la opinión publicada, bien por iglesias, que jamás han aplicado en el PP o Ciudadanos salvo con los demás. Se olvidan de ese “ni a uno mismo” que solicita el pensador liberal. ¿Esto en qué queda reflejado? Por ejemplo, en imponer la religión católica como asignatura computable y dentro del currículum académico. Por ejemplo, cuando quieren meter en la cárcel por manifestarse a las personas con la ley mordaza. Por ejemplo cuando se niegan a debatir (esto por carencias intelectuales evidentemente) cuestiones relativas a poner en duda la lógica del capitalismo o las posibilidades de la democracia en sí. Sí que se les puede aplicar otra máxima de Mill: “Otros prefieren soportar casi todos los males sociales antes que aumentar la lista de los intereses humanos  susceptibles de control gubernamental”. Como actuar contra la violencia machista, los vientres de alquiler o la prostitución en toda su cadena de producción.

Individualismo sí, pero contrario al despotismo de la costumbre, bien por cuestiones religiosas (de los primeros en escribir sobre el respeto que se debería tener a los laicos, imprescindible su lo que dejó por escrito al respecto en su texto La naturaleza), bien por cuestiones sociales (en realidad reglas sociales establecidas por la élite hacia la mayoría de la población). No hay que olvidar que Mill estuvo enamorado de una mujer casada (Harriet Taylor), a la que esperó hasta que enviudó para casarse con ella y a la que respetaba por sus capacidades intelectuales. De ahí que considerase como necesaria la participación electoral de la mujer en iguales circunstancias que los hombres, pues el ejemplo de su amada y algunas otras mujeres de la época, le habían demostrado que el “despotismo de la costumbre” apagaba y ocultaba las mismas capacidades del ser humano mujer. Bajo la implacable moral victoriana esto era verdaderamente una defensa de la libertad y lo liberal sin precedentes. De ahí su lucha con el despotismo de la costumbre que “es en todas partes el eterno obstáculo al desenvolvimiento humano, en incesante antagonismo con esa tendencia a conseguir algo mejor que la costumbre, denominada según las circunstancias, el espíritu de la libertad o del progreso o mejoramiento”. Cuándo habla de libertad Díaz Ayuso (siempre con la palabra en la boca) seguro que no está pensando en esto de superación de la costumbre, más bien lo que hace es defender la costumbre, lo reaccionario (que también lo hay en la izquierda postmoderna ¡ojo!) ante que la libertad que produce progreso humano. Para la gente del PP, entregados al economicismo (como ha denunciado el liberal Jorge Vilches), el progreso sólo es económico, ni social, ni político, ni humano. Por eso defienden todo lo simbólico tradicional, sean corridas de toros o trasuntos religiosos. Especialmente los imbricados en lo nacional-tradicional.

Y para estas cosas nacionalistas, el liberal John Stuart Mill, también tiene receta liberal que no siguen, ni por asomo, en el PP o en Ciudadanos. En su ensayo Consideraciones sobre el gobierno representativo, esto es, un ensayo sobre la forma democrática en sus principios fundamentales, habla sin tapujos de la necesidad de que las naciones tengan sus propios Estados, siempre y cuando se carezca de “compañerismo” entre las distintas nacionalidades. Pero indica la posibilidad de acciones federalizantes o la concesión de la autodeterminación. Así dice: “Cuando el sentimiento de nacionalidad existe en alguna medida, hay una justificación prima facie para unir a todos los miembros de esa nacionalidad bajo un mismo Gobierno exclusivamente para ellos”. Esto, como entenderán, no lo apoyaría nadie ni en PP, ni en Ciudadanos, ni algunas personas en el PSOE o en Podemos. Aunque matiza al decir que esto no implica que “la cuestión del gobierno deba ser decidida por los gobernados”. Hay que pensar que detrás de todas aquellas expresiones estaba el romanticismo y el capitalismo en búsqueda de unir diferentes nacionalidades bajo un mismo Estado y una misma lengua para provocar un comercio interior potente y sin trabas. ¿Por qué apoyaba la separación Mill? Porque en un pueblo con distintas lenguas y sin compañerismo es imposible, al final, la formación de una opinión pública. Claro que esto era en casos extremos de pueblos sometidos a imperios distintos (austrohúngaro, por ejemplo), ya que Mill pensaba que “todo lo que tienda a mezclar nacionalidades y a fundir sus atributos y características en una unión común es un beneficio para la raza humana”. Algo que ni PP, ni Ciudadanos apoyarían porque, siguiendo la tradición francesa, son más imponer un modelo cultural al resto. Un modelo tan inventado como los nacionalismos románticos y con la misma base económica capitalista.

Si hubiese posibilidad de afinidades, eso que desde el futuro Gobierno de Coalición pretenden encontrar, desde luego la fórmula federal sería óptima según Mill. No obstante, en pensador londinense se mostraba escéptico de que en un Estado con diversas lenguas y culturas al final se pudiesen desarrollar instituciones libres, que era lo que él realmente andaba buscando. En España ya se sabe que más que instituciones libres PP y Ciudadanos, por no hablar de fuerzas neofascistas, más que instituciones libres buscan instituciones entregadas a los intereses de la clase dominante. Y siendo liberal, no marxista ni nada por el estilo, esto añadía Mill: “Uno de los mayores peligros de la democracia, lo mismo que de todas las otras formas de gobierno, reside en los intereses siniestros de quienes ostentan el poder: el peligro de una legislación de clase; de un gobierno dirigido (independientemente de que lo consiga o no) a lograr el beneficio inmediato de la clase dominante; para detrimento duradero de todo el resto”. Jamás reconocerá Casado que hace política de clase y aún menos Arrimadas. Pero esto es lo que escribía un liberal del siglo XIX, algo que asusta por su fuerza actual. Y sorprende porque en realidad PP y Ciudadanos son más bien conservadores y el filósofo pensaba que los conservadores eran “por ley de su propia existencia el partido más estúpido”. Ni una coma hay que quitarle.

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