Foto: Eva Ercolanese

Una vez más (y van…) la clase dominante, el establishment, vuelve a ganar una investidura en España cuando cabía la posibilidad de formar un gobierno con la mirada en la izquierda. Un gobierno reformista, cuando menos, que tuviese la capacidad de transformar y revertir los negros años de la derecha austericida y contraria a los intereses de la clase trabajadora. No ha podido ser y la culpa, si quieren buscar una culpa, es de todos y todas. No se salva ni una persona de las que han estado implicadas en negociaciones, votaciones y aspavientos varios. Sin darse cuenta todas han trabajado en favor de la clase dominante y sus aparatos mediáticos de control ideológico. Da igual que ustedes piensen en ese medio como situado a la izquierda o a la derecha, todos haciendo su verano a costa de las visitas, los clics y alentando la pelea entre quienes debían llegar a un acuerdo.

Todos y todas han filtrado noticias, cabreos, aspiraciones y charlas informales a los distintos medios de comunicación provocando un irrespirable aire político. No se han dado cuenta de que estaban haciendo el juego a la clase dominante al ir mellando poco a poco al propio sistema. Por acción, omisión o querer ser el protagonista del espectáculo dantesco que ha venido sufriendo la ciudadanía, unas y otros ha ayudado a deslegitimar, primero, al sistema (incluso alguno ha querido cambiar artículos constitucionales aumentando el efecto) y, segundo, a la propia izquierda haciendo ver que es un grupo de personas que carecen de intereses mayores al cargo, al poder por el poder y que disfrutan peleando. Nadie recordará ni una sola aportación programática de estos días infaustos. En tres meses no hemos podido asistir a un debate sobre principios o políticas públicas. Ni lo ha habido, ni han querido que lo hubiese.

Si usted que lee esto es de Podemos seguramente cargue toda la culpa a Pedro Sánchez por no aceptar todo lo que dijesen desde la dirección de la formación morada. Dirán que con un 5% del presupuesto no se puede hacer política, olvidando seguramente que la política se hace en grupo, junto a otras personas a las que les une la fraternidad de clase, la fraternidad de la propia lucha por lo que es justo. La política es colectiva y no sólo el gobierno es el ámbito de acción, hay muchas instituciones políticas y sociales en las que la lucha debe darse. Incluso en el Parlamento hay un inmejorable altavoz, en casos mayor que el Ejecutivo, el cual debería regirse por la solidaridad entre los miembros. Pero claro, parece ser que en esta sociedad espectáculo lo importante es la ficción que oculta la realidad, el meme rápido y los me-gusta en las redes sociales. Y mucho eslogan-hashtag para rellenar egos y políticas vacías. En Podemos son culpables de lo ocurrido y de que la clase dominante tenga una sonrisa de oreja a oreja en estos momentos. Pareciera que sólo les importasen los cargos porque oferta programática no se ha conocido, ni han presentado a la luz pública.

Ver a Pablo Casado sentado en su escaño con cara de “me han fastidiado un día de piscina con los críos”, o a Albert Rivera difundiendo la chabacanería en la que se ha instalado en estos tiempos del cuñadismo patrio, o a Juan Carlos Girauta abrazándose con Santiago Abascal entre risas, es el mejor indicador para comprobar que algo estaban haciendo mal el resto de diputados. En esta tesitura hay que hacer notar que ERC y PNV, con Gabriel Rufián y Aitor Esteban, han tenido una paciencia cisterciense al esperar que los principales negociadores se entendiesen. Esperando a tener algún tipo de programa que apoyar. Esperando que los egos y las desconfianzas desapareciesen. Y esperando, esperando casi se les va la vida. Lamentable ha sido ver a Alberto Garzón anunciando que se iban a plantear cambiar el voto en IU para luego, debido a la presión de las deudas contraídas o porque se le han rebelado diputados y diputadas, hacer lo mismo que Podemos. Igual en Equo.

Por último, el PSOE con Sánchez a la cabeza tienen también culpa. No sólo por ser las fuerza mayoritaria, que al final tiene el sentido que tiene, sino por haber estado jugando una partida de ajedrez inspirada por el camarlengo monclovita. Que quien quiere ser presidente del Gobierno presente poco más de una semana antes de la investidura su oferta programática, después de casi tres meses de abusar de la política espectáculo, dice poco de sus intenciones. Por lógica a un presidente del Gobierno en funciones lo que más le interesa es tener cerrado lo político, lo mollar, lo programático para desenmascarar a sus oponentes. En el caso del PSOE nada de eso. Que si gobierno de cooperación, que si cargos intermedios, que si esto, que si lo otro y la casa sin barrer. De ahí que haya tocado hacer todo deprisa y corriendo, escondiendo la ropa sucia debajo de la cama, cayendo en el juego de su adversario. Y lo peor es que debe tener pocas luces quien le escriba los textos. ¡Cómo se le ocurre decir que sus convicciones están antes que un gobierno con el resto de la izquierda si no había ni una propuesta de programa encima de la mesa! Las convicciones y los principios se tienen en cuestiones ideológicas y/o programáticas no sobre el reparto de ministerios. Porque quien le haya escrito la frase, de la que han tenido la valentía de hacer un meme, no se ha percatado que realmente Sánchez ha dicho que su convicción es no gobernar con Podemos o el resto de la izquierda, mientras pedía la formación de un gobierno de progreso (que no se ha atrevido a calificarlo de izquierdas, como tampoco ha hecho Iglesias). Más lógico lo de Adriana Lastra hablando de las esencias de la “Berdadera Hizquierda”.

Aunque los grandes traidores y culpables de todo este embrollo no están afiliados a partidos sino que cobran de ellos, muy bien y con mucho boato, y se llaman Iván Redondo y Pablo Gentili. Los muñidores en la sombra de todo este desaguisado. Es lo malo de dejar en manos de mercenarios que únicamente tienen en mente su propia cuenta de resultados. Dos tipos que tienen a España en vilo y están liquidando a la izquierda con sus estrategias de pijos que sacan sus ideas de las series de televisión (de pago, como no podía ser de otro modo) y a los que les importa bien poco el sufrimiento de las personas, de la ciudadanía. Ahora que tan mal vistas están las personas militantes en los partidos, donde existe la memez del independiente, de listo de fuera, es bueno recordar que los militantes guardan esas esencias del partido y son la conexión más firme con lo real. Incluso cuando se constituyen como oligarquía siguen teniendo ese pequeño recuerdo de base. Los asesores, camarlengos y comunicólogos del espectáculo no lo tienen y sólo aplican recetas que ni han fabricado ellos y ellas. Y así ocurre que tienen a la izquierda al borde de la desaparición en su totalidad. Claro que la mayoría de estos asesores y mercenarios de la política son parte del establishment y tienen la misma mentalidad que la clase dominante, por lo que no pueden actuar, ni aconsejar más allá de lo hegemónico.

Una esperanza es que manden al paro a los asesores, que cambien a los negociadores que ya hemos visto que se han mostrado incapaces y aspiren a una nueva intentona. Si no quieren, todos serán culpables de lo que suceda en las siguientes elecciones y no deberían confiar en que las personas de izquierdas, después de tan patético espectáculo, les vuelvan a votar (a Errejón tampoco le votarían, como Manuel Cavanilles, alto cargo monclovita en cuestiones de estrategia, ha deseado antes de borrar un tuit). Menos egos y más programa. Nuevas elecciones sería entregar el gobierno a la derecha, bien con el trifachito, bien con Sánchez con la única posibilidad de gobernar junto a Ciudadanos (señora Lastra, cualquier acuerdo con la formación naranja nunca será de izquierdas, que luego tiene lapsus y pasa lo que pasa). Mientras tanto, la clase dominante de vacaciones en Marbella o Mallorca disfrutando del verano, sabiendo que han vuelto a conseguir que la izquierda no se una. Quien piense que detrás de Iglesias no hay mucho establishment, tanto como detrás de Sánchez, tiene la candidez como principal característica. La clase dominante gano la investidura y la clase trabajadora palmó de nuevo.

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