“El conflicto entre Israel y Palestina mantiene una escalada de tensión”. Titulares similares a este son los habituales. Y en conciencia debo decir que son del todo falsos. No existe un “conflicto” entre Israel y Palestina. Existe un abuso, una humillación y por otra parte, una respuesta. Si alguien quiere considerar que esto es un “conflicto entre dos partes”, donde cada uno tiene “su razón”, está contribuyendo a alimentar una idea falaz, injusta y totalmente tendente a generar una opinión pública que beneficia, sobre todo, a Israel y a sus abusos.

 

No voy a adentrarme en cuestiones históricas. Ni siquiera políticas. Y es que cuando se tiene la posibilidad de ver, en persona, lo que significa un asentamiento, una ocupación por parte de Israel en tierras palestinas, ya no hay explicación que valga.

 

Usted, querido lector, estará cansado de ver una y otra vez imágenes de altercados, violencia, grupos de gente corriendo de acá para allá en las calles de Jerusalén, como si todo lo que viniera de allí fuera un batiburrillo, un galimatías donde no hay más que violencia. Y además, seguramente, esté acostumbrado a ver a señores armados, vestidos con uniformes, que son los que “intentan” poner orden en esas imágenes. Agobiados entre cientos de hombres, vestidos algunos con sus ropas tradicionales, y otros, más jóvenes, con la vestimenta que cualquier joven pueda llevar en las calles de nuestra ciudad. Repito: los palestinos liándola, y los israelíes encarnando la imagen del orden y de la autoridad, protegiendo vaya usted a saber qué. Esa es la imagen.

Ayer la imagen bestial era la de cientos de palestinos –musulmanes- rezando en la calle, frente a los arcos de seguridad que se había decidido implantar en la zona sagrada de Jerusalén, y que, por supuesto, estaban acompañados de esos policías armados hasta los dientes. Y ese ha sido el motivo del monumental cabreo por parte de palestina. Y yo añado: y de quienes estamos bastante hartos de ver las continuas humillaciones de Israel.

 

Como esto va de imágenes, le voy a describir cómo es llegar a Israel y a Palestina. Por si usted no lo ha experimentado.

 

La llegada al aeropuerto transmite la sensación de estar en un lugar en guerra. Controles de seguridad como los que usted jamás se haya podido imaginar. A una le preguntan dónde va, cuál es su agenda, con quién tiene previsto reunirse, dónde se va a alojar. Cacheos continuos, revisión del equipaje, y miradas que te observan con tono desafiante. Todo plagado de policías cargados de sus armas. Por todas partes.

Y sales del aeropuerto. Y comienzas tu camino hacia Jerusalen. Tendrás que parar en lo que llaman Checking points (puntos de revisión), donde, igualmente, tendrás que someterte al control de policías armados hasta los dientes. Que te preguntarán de nuevo dónde vas. Revisarán toda tu documentación, el maletero del coche, te harán de nuevo abrir las bolsas. Y esto puede sucederte varias veces durante un camino que se te hará eterno.

La carretera, una estupenda autopista que, para imagen visual, le informaré que está vallada. Grandes alambradas a los lados. ¿Por qué? Porque de un lado el terreno es israelita y del otro, palestino. EL gran problema: el reparto del territorio, visible ya desde que uno aterriza.

 

Pasear por Jerusalén es encontrarse igualmente rodeado de policías con sus metralletas. Continuamente.

Pero lo más chocante, lo más significativo es visitar un asentamiento israelita en territorio palestino. Eso es algo que normalmente los turistas no pueden ver, no está dentro de las rutas planificadas, y muy seguramente, nadie se lo cuente.

 

Imagínese un pueblo castellano, de esos sin calles asfaltadas, sin prácticamente recursos. De lo que debían ser más o menos en los años cuarenta nuestros pueblos. Casas humildes, sin iluminación en la calle, sin ningún tipo de servicio. Un poblado, prácticamente. Y de pronto, en mitad del lugar, usted encuentra una carretera asfaltada, que le dirige a un complejo cerrado. Una especie de urbanización: con farolas en las aceras (con aceras), con contenedores de basura, con tendido eléctrico. Con parques para los niños. Con todo tipo de servicios. No le hablo de una mansión privada. Le hablo de un barrio, pequeño, dentro del poblado que le describía anteriormente.

Eso es un asentamiento israelí. Un barrio a todo gas, con todo tipo de servicios que a los palestinos se les niegan desde la administración general.

¿Entiende usted ahora de lo que le estoy hablando? Yo sé que podemos perdernos en resoluciones de Naciones Unidas, en tratados Internacionales, en mil puntos legales y en sus interpretaciones. Precisamente, durante mi mandato como Secretaria General de la Internacional de Jóvenes Socialistas organizamos una visita de estudio entre jóvenes israelíes y palestinos: visitamos el muro de la vergüenza, los asentamientos israelitas, y tuvimos una reunión con el presidente palestino, Abbas, en Ramala.

 

Pude ver a mis compañeros israelitas llorando al comprobar con sus propios ojos lo que eran los territorios ocupados. Les vi abrazando a Abbas y pidiendo perdón por todo lo que el pueblo judío estaba provocando en el palestino. Eso lo he vivido. Y me siento orgullosa por haber visto el tesón de los jóvenes palestinos, su aguante, su dignidad. También he visto comprensión entre algunos jóvenes israelíes que no comparten en absoluto las decisiones y las provocaciones de Netanyahu y quienes apoyan una humillación continua.

 

Ahora se llama a los palestinos “islamistas”. Ya estoy comenzando a leer esto en algunos periódicos de relevancia. Sumemos que durante los últimos años en occidente estamos sufriendo una campaña de “islamofobia”, todo va rodado.

 

La Comunidad internacional mira hacia otro lado. Entiendo: el sionismo tiene mucho poder. Muchísimas raíces en partidos políticos, muchísimo poder. Las principales familias más ricas del mundo son judías. De eso va todo este conflicto. Por mucho que nos intenten distraer con la violencia en las calles de Jerusalen. Eso, todo, es para tratar de justificar lo que realmente se hace y nadie nos cuenta. Y ya está bien.

 

Se está intentando eliminar a un pueblo, el palestino. Se le silencia, se le invisibiliza. Se le oculta y ahora se trata de dar a entender que todos los musulmanes son potenciales terroristas. Por eso Netanyahu decide poner arcos metálicos en el acceso a la zona sagrada de la ciudad. Una zona, dicho sea de paso, que ha sido ocupada por Israel desde 1967, y en la que se había establecido un statu quo por el cual, todas las personas, de todas las religiones, podrían acceder en igualdad de condiciones.

 

Eso, desde la semana pasada, ha sido vulnerado. La razón, para Netanyahu, que dos musulmanes (de nacionalidad israelí) habían matado a dos policías israelíes, sacando las armas del centro religioso de la ciudad. Y la respuesta: blindar el acceso cacheando a todo musulmán que quiera acceder. Una humillación, una generalización y una aberración.

 

Por eso los musulmanes – palestinos se han congregado alrededor de la zona sagrada para rezar en la calle hasta que sean quitados los arcos de metales. Y mientras tanto, aumenta la tensión en las calles.

 

Puede que todo esto a usted le parezca absurdo. Desde la distancia, puede parecer una terrible situación provocada por fanatismo. Pero cuando uno se aproxima, cuando se conoce la realidad y el día a día, los hechos, como la continua ocupación de Israel, el establecimiento de empresas internacionales que ocupan los territorios palestinos, comienza a darse cuenta de que esto es un intento de genocidio paulatino. El avance de Israel arrasando a sus enemigos eternos: Palestina.

 

Una petición: no mantengamos el mensaje injusto e incierto del “conflicto”. Aquí hay una ocupación. Unos que están abusando y otros que están tratando de aguantar como pueden. Es de justicia que empecemos a llamar las cosas por su nombre.

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