Durante su mandato, Mariano Rajoy no puso ni un solo céntimo para la ley de Memoria Histórica, dejándola en suspenso, mientras la Fundación Francisco Franco seguía recibiendo dinero del Estado. Toda una declaración de intenciones. Hoy el famoso pacto PP/Vox en Andalucía contempla la derogación de la ley Zapatero y su sustitución por un nuevo texto legal que se llamará ‘ley de Concordia’. Que el acuerdo sobre este asunto se haya logrado precisamente en Andalucía no deja de ser un hecho simbólico, ya que esa región fue una de las más azotadas por el terror franquista y se calcula que hay unas 50.000 víctimas enterradas en 700 fosas comunes.

De momento el PP tiene preparado un borrador de documento, de manera que la intención de derogar la ley de memoria es anterior al acuerdo de Pablo Casado con Santiago Abascal y por tanto no puede atribuirse a esa especie de embrujo, hechizo o posesión diabólica en la que, según algunos, han caído los populares al negociar con la formación verde. En realidad, en ese asunto ambos partidos se entienden a la perfección, están en la misma onda, como suele decirse. No hay ninguna concesión o favor del partido más poderoso hacia el joven advenedizo que pretende abrirse paso a codazos entre la élite política. Ambos quieren acabar con un asunto que les produce urticaria. Punto y final.

La ley Zapatero de 2007 nunca gustó al PP como tampoco gusta a Vox (el partido ultra no deja de ser un hijo ilegítimo del Partido Popular gestado en el descontento y la insatisfacción de muchos votantes populares con Mariano Rajoy, El Blando). Al PP la memoria histórica le desagrada desde el principio porque lo coloca ante un momento incómodo y peligroso, como es la esquizofrenia que genera tener que aparentar ser un partido democrático y al mismo tiempo verse obligado a no deshonrar la obra y la imagen del venerado padre de las derechas españolas: el general Franco. Ahí siempre hubo un complejo freudiano no resuelto, llámese de Edipo o como se quiera, pero lo cierto es que de ese trastorno que no afecta a ningún otro partido de la derecha europea civilizada, de esa contradicción dramática, viene su alergia grave a una ley que no pretende otra cosa que hacer justicia con miles de personas que todavía tienen a sus familiares fusilados en cunetas y fosas comunes. El espíritu de la ley era noble, justo, necesario. Y pretendía acabar con una situación lamentable: que nuestra democracia aparezca siempre en la lista de países con más desaparecidos del mundo, en este caso como consecuencia de una cruenta guerra civil. El PP decidió dar la espalda a todas esas personas que buscaban a sus parientes desaparecidos e incluso Pablo Casado, en una de sus intervenciones más deleznables y desafortunadas, dijo aquello de que “los de izquierdas son unos carcas, todo el día con la fosa de no sé quién…” En realidad quien hablaba por su boca era Edipo, el complejo, su amor/odio (más amor que odio) hacia el padre ideológico Franco, y también el miedo ante la idea de perder a miles de votantes que apoyaban al PP porque no tenían otra opción más dura y a la derecha.

Hoy esa opción, lamentablemente, ya existe. Vox ha venido para ocupar el lugar y dar respuesta y satisfacción a los miles de votantes del PP a los que se les revolvieron las tripas cuando escucharon decir a Rajoy que iba a aplicar un 155 suave a Cataluña. Esos votantes defraudados, esos africanistas que pedían leña al catalán, esos belicistas que gritaron el “a por ellos oé” durante los días tristes del 1 de octubre, hoy se sienten orgullosos de verse representados por el partido verde. A Vox la ley de memoria histórica no le gusta no porque sufra un complejo enfermizo o porque le provoque una contradicción ideológica irresoluble. No le agrada sencillamente porque la odia, porque odia al rojo masón, porque odia todo lo que huela a democracia y porque desea la derrota del socialismo por aplastamiento, como en el 36. El votante de Vox, si pudiera, clonaría a Franco, lo reviviría, lo colocaría otra vez en El Pardo y a tomar viento la Constitución, el sistema parlamentario y todos esos políticos que están rompiendo España. Repudian hasta tal punto esa ley que en el partido verde la conocen como “memoria histérica” en un nuevo insulto a los represaliados y sus familias.

¿Pero cómo sería esa supuesta ‘ley de Concordia’ que dejaría a miles de personas sin poder dar un entierro digno a sus seres queridos y que han pactado PP y Vox? En la exposición de motivos del borrador que preparan los populares se asegura, según Pablo Casado, que desde que llegó la democracia a los represaliados por el franquismo se les ha otorgado 16.000 millones en ayudas, se han rehabilitado pensiones de oficiales del Ejército y las pensiones de viudedad se han reconocido. Probablemente la cifra sea una exageración, o quizá sea verdad, con el PP uno nunca sabe a lo que atenerse. Lo cierto es que de derogarse la ley Zapatero la primera consecuencia sería la congelación de las ayudas para multitud de iniciativas, no solo para la exhumación de los restos de los represaliados, sino subvenciones oficiales para numerosas asociaciones y estudiosos que trabajan en la tarea de recuperar la memoria y construir un relato de la historia tal como sucedió.

No solo estamos hablando de que PP y Vox pretenden asfixiar económicamente a aquellos que legítimamente desean recuperar los cadáveres de los desaparecidos sino que lo que realmente quieren es enterrar la verdad (quizá revisándola para adaptarla a su oscura ideología). No obstante, lo más inquietante de todo es el espíritu que puede insuflarse a esa llamada ‘ley de Concordia’ de las derechas y que hoy es todavía un misterio. Casado ha dicho que se hará desde una perspectiva “global” y para “retrotraer” esas medidas de Zapatero y Pedro Sánchez que a su juicio han sido “nocivas”. El punto de partida es revanchista en sí mismo, de modo que ya podemos imaginarnos en qué consistirá el engendro legal: respeto a la figura del dictador Franco, olvido de las víctimas del bando republicano y de sus familias y aplicación de ese revisionismo histórico de nuevo cuño que pretende imponer dos ideas tan falsas como demenciales: que el alzamiento nacional fue necesario para frenar la revolución bolchevique y que el franquismo fue el tiempo más feliz de los españoles.

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