Este fin de semana hemos sido testigos de cómo la política se ha convertido en el pequeño souvenir de algun “monumento” que se adquiere para mantener un recuerdo de “algo que existió” y que, una vez adquirido, siempre estorba lo pongamos donde lo pongamos porque asumimos la sensación de que está fuera de lugar.

España está viviendo un proceso escandaloso en el que los intereses particulares del Gobierno, de los dos partidos de una derecha neocapitalista y de una izquierda generalizada que no sabe ni dónde está ni hacia dónde va, están dejando que sus funciones como representantes democráticos del pueblo español en su generalidad estén siendo suplantadas por el poder judicial utilización, actuando con interpretando con sensibilidades unipersonales, medidas albergadas en Código Penal.

La Justicia jamás puede suplantar al poder legislativo en una democracia, menos aún ser la solución a un problema político porque, en ocasiones, y todo lo que está ocurriendo con el procés catalán es el mejor ejemplo de ello, la comisión de presuntos delitos es la consecuencia de la ineficiencia del consenso, del diálogo, en fin, de la política. Anteponer la interpreracion de la ley de forma unilateral por encima la la voluntad de los pueblos se puede convertir en la mejor herramienta para legislar desde comportamientos antidemocráticos y unilaterales, lo mas cercano a la metamorfosis de una democracia. Hacer cumplir una Constitución desfasada como la actual se puede convertir en la excusa para la imposición ideológica a través de una acción judicial irresponsable. Esta misma Constitución desfasada, sin embargo, y a pesar de los que hoy son dogmáticos constitucionalistas pero que defendieron el voto en contra durante su aprobación, tiene suficientes herramientas, describe suficientes derechos y bases democráticas como para haber resuelto políticamente el discernimiento democrático de Cataluña y el respeto de las decisiones soberanas del pueblo catalán evitando la aplicación de la vehemencia, la coacción y las cruzadas extremas de la Justicia porque la utilización del tercer poder como se está utilizando para satisfacer intereses exclusivos es un modo de represión implacable que retuerce la voluntad de millones de catalanes y catalanas de españoles y españolas.

Este pasado viernes de Dolores lo ha sido para la democracia española, para todos los españoles y españolas, catalanes y catalanas en general. Empezamos con la entrada en prisión de cinco cargos elegidos democráticamente por todo el pueblo catalán en unas elecciones libres y con la fuga de una de las principales políticas de Esquerra Republicana de Catalunya, una fuga que, posiblemente, tenga que ver con la duda legítima de no saber si serán respetados los derechos que le reconoce la Constitución por los que aplauden como fanáticos que a los representantes del pueblo catalán sean encarcelados de manera preventiva pero incondicional. El sábado tuvimos otro espectáculo en el que el Partido Popular volvió a demostrar que no sabe debatir fuera de su zona de control, es decir, el de la imposición basada en la exposición de escenarios de hechos consumados. Esa falta de respeto a todo el pueblo catalán fue la demostración de que en ese partido aún hay gente que se dice demócrata pero que desconoce los principios fundamentales de lo que es una democracia. En estos casos la ignorancia lleva a comportamientos conducentes hacia la autarquía del pensamiento.

El pasado domindo 25 de marzo fue detenido en Alemania el President Carles Puigdemont en Alemania. Todos los recursos del Estado se han puesto al servicio de una sola causa: coger al «criminal más peligroso de la historia de España», quizá más que Charles Manson o que el Jarabo, en un momento muy delicado para «la Patria» en el que posiblemente M. Rajoy necesitaba de un golpe de efecto para atraer a los nacionalistas españoles de Ciudadanos para lograr su apoyo para los presupuestos.

Dentro de todos esos recursos del Estado se encuentra la Justicia, la que debe ser imparcial y ciega y respetar los mínimos principios democráticos que, precisamente, están reconocidos en la Constitución. Sin embargo, esa Justicia se ha subordinado a los intereses de este Gobierno neocapitalista, corrupto de ideas, de pensamientos de cultura democrática y de dignidad, más aún que de sobornos y miserias económicas, que, por cierto, de una vez por todas precisamente la justicia debería hacerla estar para el conocimiento de todos los ciudadanos y ciudadanas.

Toda esta situación de corrupción democrática se hubiera evitado aplicando un principio fundamental en cualquier democracia: el diálogo, pero no en este momento en que las posiciones estaban enquistadas, entumecidas por, precisamente, la falta de diálogo. Si hubiera habido predisposición al diálogo y al consenso cuando tocó sentarse en una mesa a hablar, es decir, en el año 2.012, todo esto se hubiese evitado. Sin embargo, ni a Mas le interesaba ni a M. Rajoy tampoco. A ambos porque el pulso soberanista les servía de cortina de humo para tapar escandalosos casos de corrupción de sus partidos y para ocultar los atentados a los derechos y las libertades de los españoles y españolas, de las catalanas y catalanes, por las políticas de recortes salvajes que estaban imponiendo sin tener en cuenta el sufrimiento que estaban generando. Si en el año 2.013 se hubiese convocado un referéndum para que el pueblo catalán hubiera hablado ninguno de los atentados contra la democracia de los que estamos siendo testigos en estos días se habrían producido. Pero había otros intereses, incluso para generar una crisis que afianzara la figura de la institución que ocupa la Jefatura del Estado. Diálogo, qué palabra tan sencilla pero qué complicada se hace para quien no tiene la voluntad de ejercerlo porque llegar a consensos no es otra cosa que respetar los derechos humanos. Diálogo, el que tendría que haber sido utilizado para el arreglo y el acuerdo entre los pueblos.

No se puede utilizar ni provocar desde la Justicia que los catalanes y catalanas en general sean los últimos españoles y españolas sin patria ni libertad. Desgraciadamente, eso sí que se está haciendo de manera inmisericorde o unilateral.

La detención de los cargos electos catalanes es un duro golpe para el proceso soberanista catalán. Sin embargo, esto marcará inevitablemente las relaciones de esta Unión Europea, en general, y las de Alemania y España en particular. Todos los países han recibido de la UE recibieron la euroorden de detención del President Puigdemont, pero sólo Alemania la ha aplicado. Esto es una gran noticia para las dictaduras publicas y privadas que gobiernan esta Europa que cada vez se parece más a la antítesis de lo que debería ser.

De la derecha del PP y de Ciudadanos no se podía esperar otra cosa que un comportamiento contrario a los principios democráticos. Sin embargo, ¿dónde está la izquierda? ¿Qué hacen los progresistas sensibles, honestos, humanos y comprometidos con la soberanía de los pueblos? Nada, ni está ni se la espera, porque se han convertido en cómplices obstinados apoyando la aplicación del 155 con el mismo absolutismo que el PP o Ciudadanos.

Debe ser que esta izquierda ha entrado en las mismas dinámicas ideológicas conservadoras y liberales interesado por conseguir un pueblo que no piense, que no reflexione, un pueblo que tenga a unos medios de comunicación que cambien su función social de control al poder por grandes contratos publicitarios o por la vida cortesana, un pueblo que asuma sus miserias sin saber que le están envenenando el alma, un pueblo que sólo crea en no creer nada, un pueblo que no sepa que la vida no es más que un «préstamo de la muerte», un pueblo que sepa vivir sin dignidad porque sólo le importa para ser «responsable» reivindicar lo que nunca les darían las dictaduras privadas, un pueblo que siga creyendo en siglas y no en proyectos sociales sostenido por el bien comun, los derechos humanos, la justicia social y la igualdad, un pueblo que nunca sabrá lo que es el amor porque sólo les interesa el «qué dirán», el rencor, la competitividad material, las tertulias mediáticas, los discursos vacíos, la mentira, las miserias humanas, las injusticias soportadas por lo terriblemente humano, las lágrimas falsas que no mojan, la idiotez de lo inmediato, las redes manipuladas que no son más que un disfraz para la noche y otro para la mañana.

Todo lo ocurrido en el inicio de esta Semana Santa no hace más que anticipar la Pasión de nuestra democracia. No es de extrañar la reacción del pueblo catalán, sin violencia fisica o psicológica, ante los últimos acontecimientos. ¿Esperaban M. Rajoy o Albert Rivera que los catalanes y las catalanas no protestaran ante un atentado democrático como el practicado estos días contra los representantes políticos elegidos libremente por los catalanes y catalanas en general? La derecha espera la sumisión del pueblo piensen o sientan lo que sientan desde un parlamento democratico y, para ello, utilizan a la Justicia para imponer medidas ejemplarizantes que no son más que un modo de no respetar la voluntad libre de ciudadanos y ciudadanas. Eso no se puede permitir, sobre todo si la Justicia se pone al servicio de los intereses particulares de una parte desde su unilateral interpretación como individuo con oposiciones, de la ley del pueblo.

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