Está bien potenciar los productos del terruño. Y más en épocas navideñas de consumo desatado y comidas como si se fuera a acabar el mundo. Pero llegar a la exageración y lo estrambótico, rozando lo megalomaníaco, es pasarse. Desde la Generalitat valenciana han lanzado la campaña El Nadal és Valencià para promover los productos valencianos. Nada escandaloso sino fuera por la exageración a la que han llegado los publicistas y la dirigencia política valenciana. Una reafirmación del sentir valenciano como ente nacional e identidad propia.

“Es evidente que la El Nadal és Valencià, porque no hay ningún producto asociado a la Navidad que no sea valenciano. No queremos capitalizar ni patrimonializar estas fiestas, pero es imposible encontrar un territorio que tenga todos estos productos” ha manifestado Ximo Puig, el president de la Generalitat. Patrimonializar no, seguramente, pero exagerar bastante más de lo habitual en un dirigente político. Resulta que los polvorones ya no son de la Estepa, ni los mazapanes de Toledo, ni las frutas de Aragón de Aragón… salvo que no nos hayamos enterado y esas regiones formen parte del Reino de Valencia. Que tal y como está España hasta podría ser posible.

Pero no sólo ha sido Puig, la directora general Relaciones Informativas y Promoción Institucional, Marta Hortelano, ha asegurado que los valencianos son “los mejores del mundo haciendo navidad”, y ha explicado que este año también se ha querido apostar por las redes sociales para compartir los productos de la campaña, así como los sentimientos que despiertan. “Nuestros productos son productores de felicidad y, como hoy en día todo lo que nos produce alegría lo compartimos en redes sociales, hemos decidido que el protagonista de la campaña también tenía que ser el hashtag», ha incidido Hortelano.

Casi que lo ponen peor. Con total seguridad el turrón produce felicidad, el de Jijona y el de Alicante, y que los juguetes de Ibi también, menos a quienes se gastan un dineral o quienes por ser pobres no acceden a ellos, como sucede con numerosas familias españolas. Pero ni todo el turrón se produce en Valencia, ni todos los juguetes, ni todo lo relacionado con la navidad. Tener el supuesto cáliz de la última cena en la catedral de Valencia no sirve para que la navidad, que supuestamente pasó 33 años antes del uso de ese cuenco, sea una exclusividad valenciana. Salvo que se quiera potenciar un nacionalismo de baja intensidad en tiempos convulsos e identitarios.

Sólo les ha faltado indicar que papá Noel cuando termina el 25 de diciembre el trabajo se marcha a descansar en Benidorm. O que Gaspar era de Elda, por ejemplo. “La Navidad es un gran producto turístico que tiene mucho que ver con la singularidad y la diferenciación de lo que somos los valencianos por todo el mundo” ha manifestado Francesc Colomer. Así que lo de papá Noel hubiese sido muy impactante también. Pero sin utilizar la canción de Los Nikis, No vuelvo a Benidorm, a ser posible.

Cada región y familia celebra la navidad como mejor puede o sabe. Ni unos son mejores, ni otros menos. Algo que aún no deben haber entendido los alcaldes y alcaldesas de España que compiten por la iluminación más hortera y más lumínica del país. Así que la apreciación valenciana no deja de esconder un chauvinismo que nada tiene que ver con los valores que el cristianismo ha desarrollado para el solsticio de invierno. Lo de la humildad parece que no va Puig y demás personas del gobierno del cambio. Mejor pensar en todas esas personas que no podrán celebrar nada por estar bajo la pobreza más absoluta o la enfermedad. O mejor no pensar en nada para la próxima navidad.

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