El título parece sacado de una novela de aventuras o histórica, pero por desgracia es una realidad palpable dentro del conflicto catalán. El conde de Barcelona, Felipe de Borbón, a la sazón jefe del Estado por obra y gracia de la lastimada constitución, ha traicionado a la ciudadanía catalana a la que representa. Entre los títulos heredados, sólo por ser quien es, Borbón heredó de sus antepasados, entre ellos Jaume I, el título de conde de Barcelona y por tanto señor de los países catalanes que ahora se reclaman como independientes. La tradición mandaba que hubiese hecho acto de presencia, mediática al menos, en los momentos cruciales para restituir el orden social en esos países catalanes que dice gobernar. No a destiempo y bajo el mandato del gobierno del PP.

No hacía falta que tomase ejemplo de su antepasado Fernando de Aragón, sobre quién Maquiavelo escribió partes de El Príncipe. Pero cuando menos debía ejercer bajo el marco de una constitución que le nombró jefe del Estado por vía sanguínea y nada democrática. Su bisabuelo salió corriendo cuando las candidaturas republicanas ganaron unas elecciones municipales, su abuelo se vendió a Franco por asegurar la continuidad de la casa real y su padre perjuró de los Principios del Movimiento que había prometido cumplir. Al menos su padre, Juan Carlos de Borbón, se ganó su legitimidad apostando por la democracia, pero él debe ganarse el puesto aún. No vale con salir de vez en cuando fuera de España para hacer negocios en favor de la coalición dominante del capital español. Eso de poco o nada sirve al resto de españoles.

Ha estado escondido en su cueva de Zarzuela viéndolas venir. Los condados catalanes están pidiendo la república y escindirse del resto de España y él ha estado callado. Él que es el máximo representante de la ciudadanía que no quiere la secesión como conde de Barcelona, al menos. Callado y medroso hasta el momento no se sabe muy bien porqué. Para expresar lo que ha expresado bien lo podía haber dicho el día 1 de octubre cuando realmente lo esperaban los españoles y españolas.

Más le valía haber estado callado y pensar que no es el “preparao” que nos habían dicho. Evidentemente la república catalana, que aún no se ha proclamado señor jefe del Estado, sería ilegal. Eso lo saben aquí y en Beijing (igual en Caracas no). Y que incumplen la ley también. Deslealtad, quebrar, fracturar son palabras que han ido saliendo de su boca. Y recomendarles que mediante la constitución pueden democráticamente defender sus ideas es un argumento falaz pues no les permiten hacer un referéndum. Y mandar la solidaridad a los que no opinan igual que los secesionistas puede ser muy bonito, pero les deja igual de huérfanos que antes de su discurso.

Ha dejado desamparado a parte de ese pueblo que dice amar. Sin un poco de ánimo en la distancia, porque pedirle al escondido de la Zarzuela que acudiese a Cataluña ya sería reclamarle una epopeya, para todas esas gentes que se están viendo pisoteadas por la élite gobernante en Cataluña. Una élite que sólo piensa en ella misma y su propio beneficio, pues han recortado en Sanidad y derechos sociales tanto o más que el partido conservador en el resto de España. El pueblo catalán no ha tenido a su conde de Barcelona para defenderlos ya que el gobierno estatal les ha dejado abandonados y él también. “Ser solidario” con personas que sufren es como serlo con aquellos a los que ha arrasado un huracán.

Ni una palabra en favor del diálogo y la mesura. Sólo la ley, la ley y la unidad de España. El conde de Barcelona confiará mucho y tendrá una esperanza enorme en cómo se están haciendo las cosas en Cataluña pero las personas que allí están no tanto.  Parece que el discurso se lo mandaron dictado desde La Moncloa (huele a vicepresidencia) o desde la propia sede de Génova. Es más, el “preparao” da el pie al gobierno para aplicar el artículo 155 con todas sus consecuencias al proponer “asegurar el orden constitucional” por todos los mecanismos legales.

No hay lugar para el diálogo con los que piensan diferente y son tan sólo súbditos, porque así ha tratado a los catalanes como súbditos, deben acatar la ley, transformada en su discurso como algo inmutable y divino. Y sin diálogo, por muchas ilegalidades que hayan cometido Puigdemont y sus corifeos, no hay posibilidad de evitar esa fragmentación social que ha querido destacar el jefe del Estado. Traicionados los catalanes que no piensan como los secesionistas y los españoles y españolas que no son producto del más rancio conservadurismo. La izquierda española no puede estar contenta con ese discurso legalista y anacrónico que sólo quiere garantizar la “unidad y permanencia de España”.

Igual hasta hubiese hecho recapacitar a Puigdemont si ofreciese recapacitar y dialogar, pues los conservadores catalanes tampoco es que hayan sido muy republicanos, más bien eso de ser cortesanos se les da muy bien. Pero nada. Ha traicionado a su pueblo, a los que trata como meros súbditos en la más rancia tradición de la Monarquía Absoluta. Ni despotismo ilustrado ha querido ofrecer el Borbón. No se ha ganado el sueldo, ni la jefatura del Estado que ostenta. Debe renunciar y dar paso en España a una república en la que nos ahorraríamos su salario y aguantar a toda su familia de vagos y maleantes (su cuñado según sentencia judicial).

Al final va a tener razón Joan Tardá, la república catalana traerá la república española.

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