Ya han pasado 20 años de dos hechos que los expertos destacan como el comienzo del fin de ETA: la liberación de Ortega Lara y el secuestro y posterior ejecución del concejal del Partido Popular de Ermua Miguel Ángel Blanco. Todos recordamos las imágenes de las manifestaciones en que prácticamente la totalidad de los españoles salimos a la calle para pedir la liberación y para condenar su asesinato. Toda España salió a la calle para reivindicar que no se ejecutara al joven concejal. Daba igual del partido que fuera, daba igual que fuera de Ermua, de Cáceres o de Sagunto. Lo único que le importaba a los españoles era que la banda terrorista ETA lo liberaran porque era un inocente. Miguel Ángel Blanco nada tenía que ver con la política de dispersión de presos. Miguel Ángel Blanco no tenía ninguna responsabilidad en la política antiterrorista del gobierno de España. Miguel Ángel Blanco era un ciudadano anónimo, un chaval joven que militaba en el Partido Popular y, además, era concejal en su pueblo, en Ermua. ETA había secuestrado y, posteriormente, ejecutó a un inocente.

Por esta razón España se echó a la calle y le perdió el miedo a ETA. Avenidas, ramblas, calles se llenaron de los lazos azules y de las manos blancas, de los símbolos que los españoles acogimos como la reivindicación de un pueblo que pide la paz y que se dejara de asesinar. España vivió tres días con el corazón en un puño hasta que se confirmó la fatal noticia: ETA había ejecutado a Miguel Ángel Blanco.

La banda terrorista cometió el mayor error de su historia con esta ejecución. Aún había gente que pensaba que se trataba de un movimiento con raíces políticas que reivindicaban la independencia de Euskadi. Con el asesinato del joven concejal de Ermua los españoles le perdieron el miedo porque los terroristas dejaron de ser gudaris para descubrir su verdadero rostro: eran unos asesinos despiadados. No era la primera vez que lo hacían. Llegaron, incluso, a asesinar a «compañeros de armas», como Yoyes o Pertur. Ejecutar a un inocente como Miguel Ángel Blanco hizo que, incluso votantes de Herri Batasuna, dejaran de apoyar las acciones de ETA.

Sin embargo, hubo quien se apropió de la imagen de Miguel Ángel Blanco para cubrir objetivos políticos o personales. Que se hiciera eso fue, y es, de una indignidad de categoría bíblica porque aprovecharse de los muertos para conseguir réditos personales o políticos es una gran bajeza moral.

Tanto el Partido Popular como ciertas organizaciones de víctimas del terrorismo se aprovecharon de la indignación del pueblo español para posicionarse como los únicos que luchaban contra ETA. Este hecho es muy habitual en el partido conservador español. Ya durante la Transición hicieron bandera de la unidad de España y de las víctimas del terrorismo. Es indigno apropiarse del dolor de las familias de quien ha sido asesinado por el fanatismo, como es indigno aprovechar ese dolor familiar para subir dentro de los escalafones internos de las organizaciones, ascensos que, de no haber un muerto de por medio, hubieran sido imposibles.

Por otro lado, hubo asociaciones de víctimas que utilizaron la imagen de Blanco para enviar un mensaje, no de paz, sino de venganza y dirigentes de dichas organizaciones también aprovecharon ese mensaje vindicativo para hacerse un hueco dentro de la política.

Tras el asesinato de Miguel Ángel Blanco hubo otras ejecuciones como, por ejemplo, la de Ernest Lluch, Fernando Buesa o José María Martín Carpena, por citar algunos políticos asesinados por ETA después de la del concejal de Ermua. De estos asesinatos nadie sacó réditos personales ni políticos porque la dignidad se antepuso a la ambición, porque el respeto por los muertos está por encima de los objetivos mundanos. Ningún familiar de Lluch, Buesa o Martín Carpena ha utilizado la memoria de sus muertos para ocupar puestos de responsabilidad. Con Miguel Ángel Blanco sí que ocurrió porque fue tal la conmoción que se creó con su secuestro y posterior ejecución que algunos vieron muchas puertas abiertas que, de no ser por su memoria, hubieran estado cerradas para siempre.

Con la ejecución de Miguel Ángel Blanco ETA firmó su propia sentencia de muerte porque el pueblo español perdió el miedo y nadie puede luchar contra una ciudadanía unida sin esperar una derrota segura. Lo peor es que para algunos la memoria se convirtió en su éxito.

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