Escribir un artículo que no hable de política, de la de aquí o allí, produce un cierto vértigo, un punto de pudor. Si no hablamos del monotema actual tenemos que sacar a la luz sentimientos y sensaciones, en un mundo donde ocultarlas se convierte en deporte nacional.

Quizás nos dediquemos a analizar, reflexionar, exponer temas que se denominan serios, Catalunya, Presupuestos, Villarejo, Monarquía, porque es mucho más fácil y así no nos exponemos a quedarnos en público en carne viva.

Como dice una estrofa de “Ojos de gata”, “cómo evitar que me vuelva vulgar al bajarme de cada escenario”. O sea que los que escribimos constantemente sobre la actualidad política, corremos el riesgo de volvernos vulgares al hacerlo sobre otros temas donde debamos desnudarnos y eso nos produce terror.

Pero hoy me arriesgo y me lanzo al abismo provocado por las sensaciones tenidas en el inmenso concierto que mis admirados Los Secretos, dieron el pasado viernes 2 en la sala Zentral de Pamplona.

Antes de comenzar un breve encuentro con ellos y con Víctor su manager recordando sus tres presencias en Villava cuando ejercí la concejalía de cultura. En especial esa comida con Álvaro repleta de recuerdos de nuestros respectivos hermanos que se nos fueron demasiado pronto, quizás por vivir muy deprisa en una época donde dejamos atrás a las gentes más audaces, creativas, imaginativas.

En esa emotiva conversación le hablé de mi hermano Javi, como Enrique líder y compositor de un grupo de rock que se pateó las garitos de Madrid allá por finales de los 70 y principios de los 80: RETALES. Sentí que a través de ellos se construía un vínculo, un fino hilo de comunicación entre nosotros.

Quizás la música actual sea un reflejo de la sociedad líquida que nos toca vivir-sufrir y la razón por la que un grupo como ellos hayan cumplido 40 años sobre los escenarios, cuando los que aparecen hoy en día, al igual que sus canciones, duran apenas un telediario porque como la mayoría de las relaciones son de usar y tirar.

Aún continúan porque son verdad, compromiso, profesionalidad y especialmente sentimientos a borbotones. Por eso emocionan, te llegan hasta lo más profundo y las gentes que estaban en ese concierto se sabían de memoria cada una de sus canciones y son unas cuantas. Gentes jóvenes y menos jóvenes se desgañitaban expresando esas melodías y algunas supongo que sintiéndolas.

Allí en esos momentos recordé que dentro de unos días, el 17, se cumplen  19 años de la pérdida de Enrique Urquijo, y cada año suelo escribirle una pequeña reflexión como humilde homenaje para mantener vivo ese recuerdo de quien me acompañó en tantas tardes, tantos viajes, instantes, momentos especiales, buenos y no tanto. Su vida se truncó en una calle de Madrid, se quebró como un juguete roto por la vida como se quebró la de Javi.

Estaba solo, o quizás con una mala compañía, y a muchos se nos heló el alma al enterarnos. A todos aquellos que admirábamos su música y la poesía de sus letras, a veces amargas como la vida misma, impregnadas de soledad y amargura.

La tristeza se extendió entre quienes nos estremecíamos con sus palabras musicadas en las tardes de cualquier otoño como el que se lo llevó, quizás porque sentíamos lo mismo que él aunque nos faltaba su creatividad, su sensibilidad a flor de piel. El 17 de nuevo volveremos a emocionarnos al recordarlo.

Canciones de amor pero especialmente de desamor, de tristeza, llenas de poesía, de pasión salidas de lo más profundo del ser humano, de esos terrenos que hoy apenas nos atrevemos a pisar en esta sociedad líquida. Caricias hechas canción, cataratas de emociones que te hacían SENTIR, así con mayúsculas y al mismo tiempo vivir cuando él estaba dejando de hacerlo.

Ese día también entendí que había perdido a un compañero de viaje en esto del vivir de manera especial, a un amigo aunque nunca crucé una palabra con él, porque solo lo conocí a través de su música y de las veces que fui a verle actuar, alguien que entendía lo que había sentido muchas veces, y era capaz de transformarlo en letras, en canciones. De alguna manera volvía a perder a mi hermano.

Canciones que a uno le habría gustado haber compuesto: “Volver a ser un niño”, “Cambio de planes”, “Quiero beber hasta perder el control”, “La calle del olvido” y tantas otras y que ayer sonaron de nuevo en el Zentral. Esas que forman parte ya de la banda sonora de mi vida, de la mía, y de una parte de aquella generación, aunque quizás nunca se hayan parado a pensarlo.

Ahora la mayoría de los jóvenes no le conocen, quizás su música hoy suene demasiado densa, probablemente les atemorice porque activa sensaciones hoy casi desaparecidas. Se pierden un tesoro.

Mi “amigo” mi “compañero de viaje” Enrique Urquijo seguirá vivo mientas sigamos vivos los que aún escuchamos y somas capaces de sentir su música. Nos seguirá acompañando en nuestros bajones, en los momentos de penumbra, de pena o desamor, y nos levantará el ánimo, nos hará un poco más felices al comprender que no somos los únicos.

Pensé en Javi y Enrique en ese concierto, me emocioné haciéndolo. Gracias Álvaro, Jesús, Ramón, Juanjo y Santi por esos instantes, por mantener viva su memoria, no os vayáis nunca por favor.

El mejor homenaje que le podremos dedicar a Enrique ese 17 de Noviembre será escucharle, saborearle despacio como le gustaba a él. Ojalá las radios de nuestro gris y triste país lo tengan en cuenta y hagan programas especiales que lleven su música a las nuevas generaciones.

Descansa en paz Enrique Urquijo. Gracias por haber sido así. Gracias, eskerrik asko Los Secretos por seguir activando nuestro lado más oculto y vulnerable.

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