Manuel Valls es el mayor ejemplo de todos esos políticos que bajo la bandera del socialismo quisieron alcanzar poder pero que, finalmente, han sido los culpables de la aniquilación de la socialdemocracia europea. Quien fuera ministro de Interior y Primer Ministro de Francia constituye el mejor ejemplo de que ser socialista es un hecho que se demuestra con, precisamente, hechos porque los pueblos esperan de quienes enarbolan el puño y la rosa la aplicación de políticas que favorezcan las necesidades reales de los ciudadanos y no las de las élites enmascaradas con el eufemismo macabro de «cuestiones de Estado».

La trayectoria política de Valls le delata como un falso socialista. Fue el inventor de la vuelta de tuerca a la tercera vía de Toni Blair, otro emboscado: el socialismo pragmático que él mismo definió como la renuncia a las esencias ideológicas básicas del progresismo. «Hay que terminar con la izquierda del pasado, esa que se amarra a lo antiguo y nostálgico. Mi idea de izquierda es pragmática y no ideológica», afirmó en una entrevista en el año 2.014. La realidad es que su carrera política es la demostración de cómo se renuncia a los valores principales del socialismo. Cuando fue ministro del Interior, expulsó a más de 5.000 personas de etnia gitana de Francia, algo que ahora pretende hacer Matteo Salvini. Una vez alcanzado el puesto de Primer Ministro, aplicó una reforma laboral más dura que la de Mariano Rajoy que provocó que la clase trabajadora francesa reaccionara con huelgas y disturbios en las calles.

Posteriormente, intentó arrebatarle el liderazgo de En Marche! a Emmanuel Macron, otro emboscado del liberalismo, pero perdió y su luz política parecía apagarse. Sin embargo, Albert Rivera le propuso encabezar la lista de Ciudadanos para la alcaldía de Barcelona.

Por tanto, ante esta personalidad la realidad que puede ofrecer Valls a la ciudadanía de Barcelona son buenas palabras y una realidad centrada en los preceptos liberales más duros, porque así lo dice su curriculum y por llevar de compañero de viaje a Albert Rivera. Con los datos económicos positivos de la alcaldía de Ada Colau, los barceloneses tendrán que elegir una opción que, bien o mal, está gobernando para el pueblo o entre un emboscado del liberalismo más cercano a los preceptos del Tea Party  a pesar de predicar con una candidatura transversal en la que tendrán supuestamente cabida todas las ideologías que acepte Albert Rivera o Inés Arrimadas, es decir, socialdemócratas, liberales, ultraliberales, conservadores y, sobre todo, la extrema derecha que defiende el nacionalismo español.

Manuel Valls tiene todo el derecho del mundo a presentarse a la alcaldía de Barcelona, sin embargo, esta nueva frivolidad de Rivera demuestra cómo hay desesperación por alcanzar el poder en alguna capital de provincia y, principalmente, porque no encuentra en su partido a nadie con el prestigio suficiente como para tener un cartel que pueda competir con Ada Colau. Las frivolidades en política acaban en fracasos estrepitosos o en dictaduras peligrosas. Valls y Rivera tienen la capacidad y la ideología adecuadas para que se den cualquiera de las dos situaciones.

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