Como si el espíritu de Jürgen Habermas se hubiese posado sobre las cabezas de los miembros de la Ejecutiva Federal, su máximo dirigente ha cambiado de discurso en los últimos días. Días de análisis, de discrepancias respecto al cómo actuar, visualización de la situación poco a poco y contactos con diversas fuerzas políticas, según cuentan dentro del propio PSOE, han llevado a propiciar un cambio de actitud del secretario general.

Pedro Sánchez se ha decidido a liderar la solución del conflicto catalán de la forma que mejor entienden los socialistas se puede hacer en estos momentos. La deliberación y el uso de los mecanismos de la democracia liberal, tal y como defendió el filósofo alemán anteriormente citado. Se puede decir, por tanto, que Sánchez ha optado por la solución Habermas. El secretario general del PSOE dejó claro que su partido “no va a entrar en la dialéctica de bloques, ni a contribuir a un enfrentamiento entre supuestos partidos constitucionalistas y otros que no lo son”. Por tanto, el diálogo que viene ofreciendo desde hace unas semanas se debe hacer sin antagonismos por ninguna de las partes. Todos los partícipes deben deliberar para alcanzar una solución que razonada y perdurable.

La fractura social que se está agravando en las últimas fechas recomienda diálogo y deliberación. No hay soluciones mágicas creen en la Ejecutiva, por lo que todos y todas apuestan por la única solución que debe llevar a una apuesta por un Estado federal y plurinacional. Algo que ahora también defiende Pablo Iglesias, quien tras el fracaso de su asamblea de cargos públicos (acudieron prácticamente Podemos, mareas y demás amigos y amigas), se encuentra más tocado, política y anímicamente, que antes. Sólo queda en la izquierda, pues, alguien que aún conserva cierta auctoritas entre población y clase política.

“España no se construye desde el enfrentamiento ni desde los extremos, sino desde el diálogo [y] es importante que en el acuerdo y el diálogo estemos todos, incluidos los extremos políticos” les dijo a sus representantes de Congreso y Senado. Para lograr ese proceso deliberativo cree el dirigente socialista que hay que utilizar “la empatía, la generosidad y el sentido de Estado”. Algo que, hasta el momento, está faltando en los demás grupos políticos y, lo que es más preocupante, en el Gobierno.

Ciudadanos está mostrando la cara más rabiosa y antagonista del enfrentamiento entre ambas posturas. Sus frases y defensa del Estado de derecho recuerdan en muchas ocasiones a la que hacían los primeros fascistas españoles y su democracia orgánica. Además, como se ha comentado en estas páginas, se mueven en un equilibrio entre el apoyo desde el sometimiento al Gobierno, esto es, sin discurso propio, y el electoralismo puro que demuestran sus representantes catalanes. Nada de diálogo, ni de solventar el conflicto deliberativamente, someter al nacionalismo catalán bajo la bota del nacionalismo español más tradicional y rancio.

Podemos, tras fracasar en sus intentos de diálogo, que han mostrado casi más sometimiento a los independentistas que a la democracia, por ese intento de jugar a estar bien con las dos orillas, tampoco tiene la fuerza necesaria para impulsar ese proceso deliberativo. Al contrario que Ciudadanos, son fuerza esencial y necesaria de ese proceso, pero sus cambios de opinión continuos no le ayudan a ser eje vertebrador de la solución del conflicto catalán. Así se lo ha recordado Pedro Sánchez al pedirles que “tengan mucho cuidado, desde el respeto y la legitimidad que tiene este grupo parlamentario y todos los votantes que están detrás, no vaya a ser que la posición que están manteniendo con el 1 de octubre sirva de coartada perfecta al independentismo para imponer la declaración de independencia el próximo 4 de octubre en el parlamento de Cataluña”. En efecto, a pesar de las declaraciones de Iglesias diciendo, últimamente, que se abandone el 1-O y que se siga la vía democrática, la mezcla de intereses electorales y regionales del conglomerado morado pueden ser utilizados en su contra, precisamente, por aquellos a los que desean ayudar.

El Gobierno, que fracasó en el diálogo con los catalanes por la carencia de cualidades empáticas y soberbia de Soraya Sáenz de Santamaría, está utilizando al poder judicial para que el conflicto se solucione y no haya referéndum. Mariano Rajoy, haciendo gala de su proverbial dejar hacer, se ha puesto en manos de jueces y fiscales para evitar el referéndum, lo que ha provocado alguna grave vulneración de los derechos fundamentales de la ciudadanía al ser detenidos, por obra de un juez de instrucción, algunos cargos públicos catalanes. No gustó esta actuación dentro del Gobierno, según fuentes monclovitas, pero tampoco expresaron nada públicamente. Pero la fractura social no se resuelve con juicios o extendiendo el miedo entre la población independentista, eso lo hacen las dictaduras. Por eso Sánchez ha querido recordar a Rajoy que abandone su postura de que le resuelvan las cosas las demás: “Los jueces y las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado lo que hacen es cumplir con su trabajo, con su deber, pero esta crisis solo tendrá solución si los políticos cumplen también con su trabajo y con su deber, que es dialogar, negociar y encontrar un pacto en el conjunto de la sociedad catalana”.

Tampoco desde el sector independentista están poniendo nada de su parte para solucionar el conflicto. Están aprovechando la actuación judicial, sin diálogo, del Gobierno para crear una imagen de víctimas e intentar sumar más personas a su causa por ese motivo. Esto último, tanto a nivel interno como externo. No quieren dialogar y su única obsesión es la independencia, por la vía que sea. No atienden a razones y su rebeldía, mal entendida porque no crea sino destruye y lleva al absurdo, como hubiese dicho Albert Camus, está fracturando aún más a la sociedad catalana. Y, sin importar lo que pase el día después, esa herida tiene mala cura porque la inoculación del odio no es sencilla de asimilar sino es mediante la mesura y la deliberación sin rencores.

Es una lástima que no haya una unidad de la izquierda para el conflicto catalán, como ya se analizó, pero en estos momentos es el turno del PSOE, y su partido coaligado en Cataluña, el PSC, para dar ese paso al frente y ser la fuerza capaz de liderar la superación del conflicto, la reducción del odio que tienen las posturas antagónicas y la reforma del sistema constitucional actual. De momento han conseguido una subcomisión del análisis de lo territorial, pero tampoco hay que engañarse con esa subcomisión porque todos los territorios dirán aquello de “¿Qué hay de lo mío?”. Ya lo dijo Emiliano García Page, con fina ironía pero con razón, “si es por cuestión de sentimientos nosotros tenemos muchos”.

El conflicto catalán, como un futuro conflicto vasco, sólo se pueden solucionar en Cataluña y Euskadi. El encaje territorial de ambas regiones se puede debatir en la comisión que se desee, pero la sutura de la fractura social catalana sólo se conseguirá con deliberación, eliminación de antagonismos y mucha pedagogía allí mismo. Y no vendría mal un poco de la misma en el resto de territorio hispano porque el nacionalismo español no puede, ni debe construirse sobre tantas falsedades y tradicionalismos que se critica del catalán. El nacionalismo cívico, que respeta la diferencia para lograr la unidad y que dirime sus diferencias por vías democráticas (incluyendo si fuese necesario un referéndum), es lo que se necesita en España para superar ciertos arquetipos tradicionales que aún persisten en el imaginario español. Arquetipos franquistas en buena parte.

Hasta la fecha Pedro Sánchez había estado ofreciendo a los catalanes espejos y collares como si de un conquistador se tratara, ahora parece que él y su Ejecutiva parecen avanzar hacia la solución Habermas, que incluye alguna dádiva seguramente. Es obvio que el sentimiento trágico de la política, así nos lo enseñó Homero, va a estar presente, pero esas fisuras sociales son menores cuando se garantizan procesos deliberativos. Y, por qué no decirlo, se amplía la democracia de base y la soberanía deja de ser nacional para ser soberanía popular. Pero tiempo al tiempo.

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