El oscurantismo propio del interior de los centros penitenciarios, se hace más tupido cuando se pregunta por las condiciones de las mujeres en las cárceles. Sobre su situación y fórmulas de reinserción social. En ese momento todo se torna en vaguedades y datos generales que ocultan un problema que existe. Y sabemos que existe porque, poco a poco, y como si de un gran secreto de Estado fuese, algunas voces cuentan lo que ocurre dentro, lo que pasa con las mujeres. Pero el silenzio stampa suele ser la tónica.

Desde Unidos Podemos no han dejado de preocuparse de esta problemática y, cada equis tiempo, suelen interrogar al Gobierno sobre las situaciones que vienen sufriendo las mujeres encarceladas. Las respuestas, como se puede ver en la galería, suele ser vaga y sin concretar. En muchas ocasiones, incluso, responde lo mismo a dos preguntas con distinto matiz. Esto lo viene sufriendo la senadora Maribel Mora, muy luchadora en los terrenos de los Derechos Humanos y de las Mujeres, que se encuentra, en muchas ocasiones, contra un muro de silencio, o de datos insuficientes.

Trabajo en el centro penitenciario y salarios.

El 14 de agosto de 2016, la senadora Mora preguntó por el número de personas presas que trabajan en los centros penitenciarios y lo que ganan por ese trabajo, diferenciándolo por centros y sexo. La primera respuesta recibida, el 1 de diciembre de 2016 (tres meses y pico después), fue el número de personas que trabajan (desglosado por sexo eso sí) sin más. La respuesta ofrece que, en las cárceles mixtas, las mujeres participan porcentualmente mucho menos de los trabajos remunerados que los hombres. Y tiene su porqué como se verá. Pero respecto a los salarios parecía el gobierno renuente a dar los datos.

Por este motivo hubo de preguntar la senadora otra vez el 31 de enero de 2017 (a la vuelta de las sesiones). Esta vez fueron cuatro meses los que tardaron en contestar y ofrecer los datos de las masas salariales. Que como se puede ver en la galería, ofrece una panorámica en la que las mujeres acceden a los trabajos menos remunerados, cuando acceden claro. No es que sean grandes salarios en general, van de los ±100 euros a los ±400 euros. Pero no dejan de estar realizando un trabajo y les sirve para los gastos internos como población reclusa.

Según pueden ver en la tabla, las mujeres están, en todos los centros penitenciarios, en los trabajos de menor salario, mientras que los hombres se concentran en los de mayores prestaciones. Se produce una clara brecha laboral dentro de la cárcel, determinada por la diferente consideración de la presa respecto al preso. Y porque se siguen reproduciendo los roles patriarcales del sistema penitenciario, como veremos. El caso es que Maribel Mora viene estudiando estos datos en busca de mejorar las condiciones de la mujeres presas, pero ayudan a comprenden una situación de reproducción de roles machistas dentro de las cárceles a nivel de dirección, tanto ministerial como penitenciaria.

Un sistema penitenciario pensado desde la visión del hombre y excluyente.

Desde que Mercedes Gallizo en su época de Directora de Instituciones Penitenciarias y como secretaria general de Instituciones Penitenciarias (2004-2011) intentó mejorar y equiparar a los presos y las presas, nada se ha vuelto a hacer como manifiestan los distintos expertos del sector que han sido consultados. Fue un respiro entre los tiempos de Ángel Yuste, quien estuvo con Aznar y repite con M. Rajoy (se ocupó cuando no estaba en el cargo de las infraestructuras de la consejería de transporte con Gallardón y de las infraestructuras de sanidad con Aguirre, tomen nota). Quien, dicen los expertos, tiene una visión humana pero patriarcal de las cárceles. Lo que supone la negación de la mujer como mujer en la cárcel. El vaciamiento personal de la mujer está presente a todas horas.

El caso es que para las mujeres entrar en prisión supone una doble condena, por un lado la penitenciaria, y por otro la social. Una condena social que se divide en diversas partes que acaban conformando un todo. Como primera consecuencia se produce una ruptura del rol que la sociedad le encomienda a la mujer. La mujer al delinquir deja a la familia (los cuidados) sin su soporte fundamental y sin cumplir con su función primordial. Al hombre al delinquir sólo se le condena por su delito, a la mujer también por abandonar a la familia (cuando la tiene y no se la han quitado).

Una segunda cuestión es la parte de condena personal, porque cuando tiene hijos o hijas, se produce un desarraigo de su entorno y la quiebra de la unidad familiar ya que ellas eran las que mantenían el núcleo. Hay que tener en cuenta que la mayor parte de las condenas a mujeres son por tráfico de drogas o prostitución, por tanto son mujeres en busca de una fuente de ingresos para poder sostener a su familia. El informe de Mujer Integración y Prisión afirma que el 70% de las mujeres encarceladas tienen hijos (en Andalucía el porcentaje, según el Defensor del Pueblo Andaluz, sube al 80% y con una media de 2,75 hijos). No son mujeres reproductoras dependientes del macho alfa de turno, sino mujeres productivas por sí mismas como cabezas de familia.

Esto genera que, además de estar privadas de libertad por los delitos cometidos, se les cargue con un sentimiento de culpa social y personal. Esto acaba incidiendo, como destacan algunos estudios, en una sobremedicación psiquiátrica. Como nos reconoce un experto, muchas acaban en aislamiento por generárseles graves trastornos mentales. Pero hay otras muchas que sólo necesitan tratamiento psicológico y terapéutico, sin necesidad de “empastillarla”, para expulsar esa culpa social.

Y por último, la mujer tiene unas condiciones penitenciarias peores que los hombres. Y aquí sí que incide con mucha más gravedad el sentido patriarcal de la ideología penitenciaria. La mayoría de las mujeres están presas en cárceles de hombres (Alcalá Meco, Brieva y Alcalá de Guadaira son las únicas de mujeres). Y esto supone que deban convivir en un mismo módulo todas ellas sin ningún tipo de separación por delitos o situación penitenciaria. Una especie de “hacinamiento” social-penitenciario que genera que no se cumpla un principio fundamental del tratamiento penitenciario, cual es la separación de los internos según su perfil social y criminológico. Esto sí se suele cumplir en las prisiones de hombres.

Se les aplican el mismo tipo, y de forma indiscriminada, de medidas de control y vigilancia existentes en las prisiones de hombres, sin que estas medidas se ajusten al peligro real que representa la población femenina. Las mujeres están mayoritariamente en prisión por hurtos, tráfico de drogas y prostitución, delitos poco dados al uso de la intimidación y el uso de la fuerza. Por lo que las medidas disciplinarias, pensadas para los hombres, son excesivas para las mujeres y su reinserción. Pero incluso el rol machista existe en el trato al exigírseles más docilidad y sumisión que a los hombres. Cualquier trifulca, producto del hacinamiento al que son sometidas, es castigada con mayor dureza.

Además, sus propias condiciones de las visitas a los hijos, la tenencia de los hijos e hijas hasta los tres años sin separación de otras mujeres que no los tienen, o la no utilización de las enfermerías cuando enferman en las cárceles mixtas. Curioso este último caso donde, si no existe una enfermería propia, las mujeres deben pasar sus enfermedades dentro de las celdas, a donde acuden los médicos en visita, porque no pueden estar en la enfermería del centro. Una clara discriminación, además de inhumana.

El porqué de las preguntas de Maribel Mora.

Con esa panorámica, muy resumida, se comprenden mejor las preguntas de la senadora de Unidos Podemos. Si ya son excluidas y discriminadas en lo que supone el día a día sin más, cuando se añaden las actividades a realizar se suma una nueva discriminación. Y no sólo en las cárceles mixtas, también en las unisexuales. Según nos ha contado un experto en prisiones, en las cárceles de mujeres, si bien las actividades son más agradecidas, los cursos que suelen ofrecerse tienen un marcado perfil de género. Siguiendo la línea de pensamiento y de actuación de las casas de la mujer, cuando existen en Ayuntamientos del PP, poco más que las ofrecen macramé y encaje de bolillos, si se permite la exageración. Digamos que son cursos y actividades relativas a cuidados y no a poder desempeñarse en el futuro lejos de la cárcel.

 

Maribel Mora pregunta por las actividades formativas de hombres y mujeres, respondiéndole el gobierno con el listado que deben tener en el ordenador y que se asemeja al que ofrece cualquier ayuntamiento, como pueden ver en la galería. Esto es importante porque, según nos ha contado un abogado muy metido en el tema, las mujeres, en las cárceles mixtas, tienen problemas de acceso a la biblioteca o a ciertos cursos si no son mixtos. Si quieren leer algo deben solicitarlo mediante un catálogo y leer en su celda. El hombre puede ir y sentarse en total libertad de elección de lectura en la biblioteca.

Si la dirección del centro penitenciario no lo cree conveniente, que no lo suele hacer, los cursos de formación ofrecidos no son mixtos. Por lo que acaban adecuándose, de forma arbitraria, a hombres o mujeres distintos cursos. Los de capacidad de desarrollo e inserción a hombres, y los de cuidados a mujeres. Lo mismo pasa (ver galería) con los actos mixtos en el salón de actos. Si no lo ve conveniente la dirección, es sólo para hombres. Un ejemplo. Si hubiese un concierto en el patio, si la dirección no lo cree conveniente, las mujeres no lo podrán disfrutar y se quedan en sus celdas o haciendo actividades propias.

Y ¿cuáles suelen ser esas actividades propias? Normalmente el trabajo de lavandería y cocina suele ser el encomendado a las mujeres, Y por ello ganan menos dinero que los hombres en los trabajos penitenciarios. O, con suerte, ganan un poco más en cadenas de montaje (hacer tiritas o muñecos), que suelen ser más aburridos y peor recompensados. Y con poca proyección laboral al salir de prisión. Pese a que desde el Ministerio de Interior digan que no hay discriminación por sexo para los talleres productivos, no es verdad. Son discriminatorios y mantienen roles patriarcales, como nos han contado diversos expertos.

A todo esto se puede añadir que los jueces suelen tomar más medidas de cárcel preventiva en mujeres que en hombres, que los traslados a otras cárceles son más lentos en el caso de las mujeres, o que les niegan oportunidades de reinserción verdadera. Las mujeres, en general, tienen menos recursos económicos, materiales, personales, así como menos programas educativos, culturales y recreativos por ser menos rentables en términos numéricos. Un caso más de discriminación machista del gobierno y de la sociedad. No por ser presas dejan de ser humanas.

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