No es una nueva sección en el periódico pero bien podría hacerse diaria porque con la crisis del coronavirus hay muchas personas públicas que están quedando retratadas. Mañana seguramente se publicará algo sobre tertulianos y su poco juicio, pero en el día de hoy había que comenzar esta serie con los más señalados. No por acciones políticas que se hayan tomado, todo el mundo puede caer en el error (algo que habrá que analizar con algo más de perspectiva temporal), pero no todo el mundo actúa movido por un idealismo fuera de la realidad como sucede en el caso del presidente del PP o de los distintos partidos independentistas. Idealismo infectado por una ideología que a lo largo de la historia ha mostrado ser la más maligna: el nacionalismo. Si a ello le suman el neoliberalismo, la bomba ideológica provoca, como se está viendo, graves perjuicios a nivel vital. No busquen racionalidad en sus actos sino simplemente una desconexión con la coyuntura actual y la realidad de la cotidianeidad.

Comenzando por el dirigente del PP, Pablo Casado demuestra cada día que pasa que las sospechas sobre sus estudios son más que fundadas. Piensa que por tener ochenta y tantos diputados debe dar respuesta a todo lo que dice el presidente del Gobierno en las ruedas de prensa sobre el coronavirus. Salvo que la información le haya sido facilitada por el Gobierno, salir a la palestra inmediatamente después demuestra dos cosas: la primera que no ha tenido tiempo de escuchar al presidente del Gobierno y por tanto de enterarse de lo que ha dicho; y segunda que esa premura en el aparecer es provocada por la carencia mínima de capacidad para analizar las palabras del Gobierno, pensarlas y poder a posteriori hacer una valoración que sea, en algún sentido, beneficiosa. Sea crítica o de apoyo, el mensaje, cuando es tan largo, necesita un mínimo de reposo mental para poder ser analizado. De no ser así, como ha venido sucediendo, realmente lo que se afirma no dejan de ser las ocurrencias de un señor y su grupo de asesores que solamente están dispuestos, no al apoyo, sino a intentar sacar tajada electoral sin pensar lo que se dice. Se lleva un guión previo (o dos), sin importar las medidas tomadas o el discurso ofrecido, y se sale a aparentar. Sí, aparentar porque es lo único que está haciendo Casado en esta época del coronavirus.

Ayer se hablaba en estas páginas del egoísmo partidista de Casado, hoy no es sólo egoísmo lo que se aprecia en el dirigente popular sino incapacidad intelectual. La mínima para valorar las decisiones que se toman. Si se fijan, hasta un personaje como Juan Carlos Girauta que no suele regalar los oídos al presidente Sánchez alabó las formas y las medidas tomadas por el Gobierno. A su manera un tanto críptica sí, pero lo hizo. Como también se alegraron columnistas de la caverna como Jorge Bustos, por ejemplo. Por el contrario Casado salió, aunque como las personas estaban aplaudiendo al personal sanitario no le prestaron mucha atención, a decir barbaridades, a hablar de deslealtades y no se sabe bien qué subjetivismos filosóficos inventados por una cabeza que demuestra no dar más de sí. Ofreció, insultando por medio, su apoyo al presidente Pedro Sánchez, excluyendo al resto del Gobierno, intentando meter una cuña frente a las informaciones que hablaban de una fuerte disputa dentro del Consejo de Ministros entre Pablo Iglesias y Carmen Calvo/Nadia Calviño. Apoyo sí, pero para acabar con el Gobierno democráticamente elegido. La verdad es que hacía más gracia cuando Cayetana Álvarez de Toledo hablaba en público. Ahora está callada porque no puede soltar bilis como a ella le gusta, de forma clasista e intentando demostrar que es muy lista y muy culta. Casado ni eso. Hoy apoya al Gobierno, mañana no, pasado sólo un poco y al séptimo día España ya está deseando que descanse porque no sólo es cansino sino dañino.

¿Qué decir de la “carlistada” independentista? En Cataluña no sólo el coronavirus es un virus distinto, más catalán debe ser según sus dirigentes políticos, sino que el mando único para prevenir los problemas derivados de la pandemia es utilizado no en favor de la población sino para hablar de sus derechos recortados. Con Quim Torra a la cabeza, algo que ya supone un peligro público en sí mismo, el independentismo no tiene otra idea que hablar de la aplicación de un 155 escondido. ¡Ven como esas cabezas están enfermas! Cuando todo el país, y Cataluña sigue siendo España aunque en sus mentes eso pueda parecer distópico, está luchando por salvar vidas, el señor Torra no tiene mejor idea que hablar de pérdida de derechos. Unos derechos que le han sido conferidos no por una cuestión histórica sobre un nacionalismo inventado en el siglo XIX (como el vasco) sino por estar dentro del marco constitucional que permite el estado de alerta. Los derechos de la comunidad autónoma de Cataluña derivan de la Constitución que permite que el mando único de los aparatos represivos y sanitarios esté en el Gobierno para evitar estupideces cantonales o peleas sobre “¿qué hay de lo mío?”. El nacionalismo como enfermedad no tiene la misma cura del coronavirus (reposo) como se está viendo, pero mientras el segundo afecta a las vías respiratorias el otro afecta al riego cerebral que impide pensar en términos racionales y no particulares. Normal que la consejera de Sanidad, Alba Vergés dijese que el brote era distinto al del resto de España. La consejera venía de casa con el cerebro nacionalista activado y por ende en modo irracional.

Y para rematar la jugada Clara Ponsatí, con el visto bueno de Carles Puigdemont (más conocido como “el cobarde”), pidiendo algo así como que los madrileños mueran en grandes cantidades. Mensaje que borró donde, culpa de incultura, ni citó correctamente el dicho “De Madrid al cielo y un agujerito pa’ verlo”, le faltó la segunda parte. Esa es la reacción de la dirigencia política secesionista, la cual ve restricción de derechos y lanzan odio xenófobo hacia el resto del país. Lo que les molesta no es que exista un mando único sino no poder ser ellos y ellas protagonistas del meollo. Un nacionalismo que está montado sobre una gran farsa mediática, idealista y espectacular necesita alimentar la bestia de lo irreal constantemente. Si pierden esa capacidad de colgarse medallas con una situación pandémica tan grave, saben que en las elecciones venideras igual les mandan para casa a unos cuantos. Se les acaba el cuento. No tuvieron valor de proclamar una independencia de verdad, pero necesitan del espectáculo para sobrevivir en la farsa.

Algo que les ocurre de igual forma a los independentistas vascos. Sean el PNV o sean Bildu. En ambos casos han considerado que el mando único es una afrenta a sus derechos históricos (autogobierno), aunque a diferencia de Torra sí se han unido a la lucha conjunta de las demás presidencias autonómicas. Desde el PNV se ha sido más moderado en las formas que no en el contenido. Han lanzado un dardo al presidente Sánchez aunque se han sumado al trabajo conjunto. Pero si leen el mensaje en redes sociales de Andoni Ortuzar, presidente del PNV, verán que la deja caer como si no quiere la cosa, esperando que realmente lo del mando único sea para otros. En el comunicado del Partido Nacionalista Vasco lo han expresado con total claridad: “Hacemos nuestras las declaraciones del Lehendakari Urkullu y mostramos nuestra disconformidad con la abusiva e injustificada invasión competencial anunciada anoche. Por ese motivo, reclamamos al presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez, que haga un uso proporcionado del decreto de estado de alarma. Un uso que, sobre todo, sea respetuoso con las legítimas autoridades vascas y el Autogobierno que ha sustentado la convivencia en Euskadi y de nuestro País con el Estado. A lo largo de nuestra reciente historia, hemos hecho frente a complejas situaciones y las hemos superado desde la acción decidida de las Instituciones Vascas. Ahora también va a ser así”. Doble infección en Euskadi.

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