De los personajes más dañinos que recuerda nuestra historia reciente, junto a José María Aznar, debería figurar Albert Rivera. No sólo llevó España a un estado de enfrentamiento perpetuo, que paradójicamente acabó haciendo más daño a la derecha que a la izquierda, sino que cuando tuvo la oportunidad de ser útil prefirió seguir su propia ambición arrastrando a su propio partido a la práctica desaparición. Además, se atreve a amenazar a los españoles con su vuelta al mundo político, cuando él había dicho por activa y por pasiva que volvería a su trabajo. Parece que no ha tenido bastante con todo lo que ha hecho que, igualmente, se ha creído de verdad que era un gran hombre de Estado o un político situado en la ola de la Historia.

Mintió cuando dijo que volvería a su trabajo y no lo ha hecho. Realmente Rivera lleva tiempo buscando un agente que le sitúe en tertulias, conferencias internacionales o lobbies diversos, donde paguen mucho y se trabaje poco. Incluso ha escrito un libro donde piensa contar “su” verdad sobre lo que sucedió con Ciudadanos. Como es su verdad es obvio que será todo mentira pues ya en sus tiempos de político activo no había día que no mintiese. Así es normal que esa confusión entre realidad y mentira seguramente esté presente en el libro donde no contará que se lo cargaron desde el poder económico. Si lo dijese no volvería a trabajar en España. Al menos en lo que él quiere trabajar, ya que son las grandes empresas las que financian esas charlas de famosos que se utilizan como gancho para atraer a personas. Un libro donde dirá que hubo una confabulación del sanchismo con algún catalán por medio y donde jamás reconocerá que él y sólo él se cargó el proyecto de Ciudadanos.

Siguen esperándole en La Caixa para que ocupe su antiguo lugar de trabajo, que no es que esté muy bien pagado, pero es un dinero suficiente para que viva como todo un español medio. Esos a los que tanto decía proteger pero a los que no quiere volver a tratar. Él ya es clase alta. Mucho más que eso. Es clase estratosférica y por eso no puede volver al metro lleno hasta las trancas a las ocho de la mañana. Mintió cuando decía ufano que él tenía un trabajo donde volver y que los demás eran unos paniaguados. Ahora vemos que tenerlo igual lo tenía, pero que no piensa volver al mismo ni atado. Quiere vivir de la política o con cuestiones relativas a la política como el resto de políticos que se creen que por haber tenido un cargo más o menos llamativo merecen una recompensa social. Si es por lo hecho a Rivera no le corresponde nada, es más le saldría a pagar en horas de trabajos sociales todo el daño causado. Pero a vender hipotecas no vuelve.

Rivera sigue sin aceptar que fue el pelele del establishment, el mimado de algunos empresarios como Florentino Pérez, que estaba siendo utilizado para una operación de cierre sistémico que, al final, él ayudó a reventar por su propia egolatría. No asume que la velocidad de la política quema tan rápido a las figuras que la suya es una aparición espectral antes que un posible consejero sobre alguna materia. Albert Rivera es ya el no-ser; es la evanescencia política con color a napalm; es un mal recuerdo del pasado; es lo que nadie querría ser; es la inversión dialéctica del político que es respetado. Juan Carlos Girauta sigue siendo porque cumplió y se volvió a escribir, que es lo que hacía antes. Rivera ya no es y queda demostrado porque se sitúa al mismo nivel de Cristina Cifuentes al ofrecerle mucho dinero por participar en un programa basura. Tanta porquería lanzó por esa boca cuando estaba en la primera línea que ahora sólo le ofrecen lo indicado a aquellos comportamientos. Lo más gracioso es que amenaza con volver como si realmente los suyos le quisiesen; como si el establishment le necesitase; y como si los españoles le recordasen. Cuanto antes asuma que ya no-es mejor para su cerebro.

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