La involución ideológica que se pretende desde las esferas del poder para establecer una dominación en el plano de la hegemonía cada vez es más patente en España. No sólo se pretende una unanimidad ideológica, con una derecha haciendo de derecha y una socialdemocracia tapando los agujeros del sistema, sino que la deriva que está tomando en España la confrontación ideológica comienza a ser peligroso. No para la izquierda, sino para toda la ciudadanía. Y no es culpa de Cataluña. Más bien la región del norte ha servido como excusa. La derecha en el gobierno (azul) y en la oposición (naranja) necesitaban una Cataluña levantada y contra el Estado para poder entrar hasta el fondo en los intersticios del mismo y disolverlo tal y como lo conocemos. Cataluña como excusa para hacerse con el control total del Estado y dominar en todas las relaciones que éste establece.

Esta situación, que es perfectamente visible en la violencia simbólica e institucional que muestran PP y Ciudadanos, ha hecho que dos antagonistas del espectro izquierda acaben por entenderse. Comenzaron pugnando por el mismo espacio electoral con una irrupción de Podemos que pasó por encima de Izquierda Unida y le comió buena parte del terreno al PSOE. En aquellos momentos Pedro Sánchez I se enfrentó, defendiendo su hueco, a Pablo Iglesias con dureza. Tanto como para entregarse a Ciudadanos y Albert Rivera en un pacto vomitivo pero que contó con el 80% del apoyo de aquellos poco que votaron en la consulta socialista. Una visión cortoplacista de poder y que hoy, seguramente, muchos ni se pensarían al ver la verdadera esencia de la formación naranja. Pero Sánchez dimitió y abandonó el cargo de secretario general bajo la presión y el poder interno de las baronías. Ahí las cosas comenzaron a cambiar en la relación entre ambos.

Sánchez II ganó las primarias con un Podemos, que había pasado su propio purgatorio congresual en Vistalegre II, que se mantuvo al margen por no perjudicar a su amigo. Sin embargo, ya tenían entre manos plantear la moción de censura. Tal y como se contó en estas mismas páginas diversos dirigentes de ambas formaciones se habían reunido para ver la posibilidad de plantear una moción conjunta, antes de que Puigdemont se lanzase a la unilateralidad. Pero ese acuerdo, que ilusionaba al sanchismo, no lo terminó de ver claro el asesor áulico de Sánchez y se frenó para no dar de comer al susanismo que contaba con un 40% casi de los votos del PSOE. Así Iglesias, sintiéndose defraudado, siguió adelante con la moción por pensar que Sánchez II era igual que Sánchez I. De hecho hasta el último momento desde Podemos estaban dispuestos a ceder la cabeza del gobierno. No quiso el socialdemócrata que prefirió, al empuje del Somos la izquierda, intentar ganarle votos a Podemos.

Pasó el tiempo y ni se quitaba a Rajoy, ni se arreglaba el conflicto catalán, ni el PSOE quitaba votos como hubiese querido a Podemos (cualquier analista político vería que es más complicado que sumar y restar). Comenzó entonces una vuelta al diálogo y el entendimiento. En la Comunidad de Madrid, primera entente, se juntaron para derrocar a la presidenta que roba tarros de crema y con un master regalado como a Casado. Dimitió y no se pudo poner en un aprieto a Ciudadanos, quienes se quitaron el sudor de la frente porque ellos y ellas se sienten cómodos gobernando hacia la derecha. Estaba todo hablado para una moción de censura a nivel estatal pero faltaba el acontecimiento que lo provocase. Llegó con la condena del PP por corrupción y todo se desató.

Unidos contra la violencia de la derecha.

Ahí comenzó a fraguarse una alianza con sus más y sus menos, pero una alianza frente a unas derechas que siguen elevando el tono. Sánchez elogió a Manuel Carmena, en un claro gesto de confraternización, e Iglesias le defendió con lo sucedido con su tesis doctoral. Es más, fue quien le animó a hacerla pública para “callar bocas”. Sólo puede haber habido tensiones cuando se descubrió que Carmen Montón había plagiado su TFM, algo execrable. El resto del tiempo han ido confluyendo con tiras y aflojas para dotar a España de una política de izquierdas y revertir el austericidio dictado por la Troika y ejecutado por Rajoy. Ahora hay algo que les viene a unir aún más, así sepan que deberán confrontar en elecciones. La violencia que está desatando la derecha en España.

Desde la coalición dominante vienen utilizando sus medios de comunicación para generar un clima de crispación, de violencia simbólica contra ambas formaciones políticas. En Podemos lo llevan sufriendo más tiempo, y en el PSOE casi desde que llegó al gobierno se ha desatado una avalancha en su contra. Y no lo hacen por cuestiones de acción de gobierno en sí, sino por derivados del pasado o sin incidencia política. Hay que acabar con la izquierda en el gobierno para mantener los privilegios y la situación de expolio hacia la población española. El establishment quiere a España como una sede de servicios y por ello hay que tener salarios bajos, los más bajos de los países más ricos de Europa. Y el gobierno quiere volver a situar a España como la octava potencia mundial, a lo que los fondos de inversión y el Ibex-35 no está dispuesto porque es desviar fondos de los lugares donde se encuentran sus verdaderos intereses económicos. Si analizan las propuestas de PSOE y Podemos se observa un cambio en las inversiones claro y nítido.

Las derechas políticas, como se muestran incapaces de presentar alternativas claras pues prefieren el capitalismo de amiguetes y la acumulación por desposesión, tiene que recurrir al tema catalán y la posverdad. No les importa generar violencia institucional como impedir que, como se negoció con la UE, en España se puedan gastar 6.000 millones de euros más. Eso supondría recuperar algunos de los recortes más terribles del PP y la Troika. Eso supondría una tensión económica entre sectores productivos perdiendo los de la fracción dominante. Eso supondría bienestar para la ciudadanía. Y todo esto no lo quieren en Ciudadanos y PP. De ahí que se lancen a la algarabía y la presión en las calles. Algo que no consiguen por otro lado.

No queda más remedio que PSOE y Unidos Podemos se acaben entendiendo, mucho más por obligación que por deseo expreso. Tanto dentro del PSOE como dentro de Podemos se querría cavar con el oponente, pero ante el acoso de la derecha queda la obligación de defenderse desde la izquierda. Algo que han entendido en Moncloa y la calle Princesa. Y no mediante la competición virtuosa de Errejón precisamente, sino haciendo de la necesidad virtud. Sánchez e Iglesias deben entenderse y aguantar hasta las próximas elecciones por el bien de España y el mal de la violencia de las derechas. Una guerra que no será sencilla pero que hay que dar para que no acaben con la izquierda como ha hecho el establishment en Italia y Francia.

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