El PSOE-A ha perdido desde que José Antonio Griñán lograra la mayoría absoluta en el año 2.008 un 50% de votos. Las razones pueden ser múltiples pero la principal es la desafección y la falta de desconfianza generada por el desapego a la realidad de la ciudadanía del proyecto socialista, exactamente lo ocurrido con todos y cada uno de los viejos partidos socialdemócratas europeos. Los años en el poder y dentro de las instituciones junto a la no reformulación ideológica adaptada a la realidad de la ciudadanía han provocado esta debacle. A todo lo anterior hay que unir las divisiones internas del PSOE que aún permanecen muy vivas. Sin embargo, no se trata de un fenómeno local o regional, sino que es la consecuencia de la desaparición del sistema socialdemócrata. Susana Díaz, defensora de los valores de las políticas de Felipe González, dejará el poder como ya lo han hecho todos y cada uno de las viejas formaciones socialdemócratas europeas, un fenómeno que sólo se revertirá con una vuelta a las esencias.

Pero, ¿por qué está sucediendo esto? ¿Por qué la tendencia política que ha sido el sostén de la democracia europea y del Estado del Bienestar ha caído en esta decadencia y en la insignificancia? Hay varias razones. La principal es la incomprensión de las consecuencias que el nuevo statu quo del capitalismo ha traído a la sociedad civil y, por tanto, la ausencia total de proyectos con los que seguir siendo la garantía del mantenimiento del Estado del Bienestar. Una crisis económica como la que se ha sufrido y de la que, a pesar de la propaganda de los cómplices de quienes la provocaron, aún no hemos salido, la socialdemocracia ha sido incapaz de adoptar medidas adecuadas que protegieran a las clases trabajadoras de rentas bajas y medias que han sido las más perjudicadas mientras que las élites que causaron la gran recesión han sido las más beneficiadas.

El capitalismo original estaba basado en la producción y que sus beneficios provenían de los índices productivos. Ante esta realidad la socialdemocracia aportó su capacidad para generar políticas que redistribuyeran de una manera más o menos justa esos beneficios, dependiendo del país. No obstante, en el nuevo escenario especulativo del régimen capitalista en el que se prima por encima de todo el beneficio individual a través de la gestión de las ganancias en los mercados internacionales, la socialdemocracia se ha quedado sin herramientas para continuar con el reparto justo y global de la riqueza y, sobre todo, no ha aportado ninguna solución que satisfaga las necesidades de la ciudadanía ante el ataque sin piedad que están realizando desde la política los partidos conservadores de ideología neoliberal contra el edificio del Estado del Bienestar.

Otra de las razones más importantes por las que la socialdemocracia está en peligro de extinción es la falta de soluciones, no ya para redistribuir los beneficios del capitalismo, sino para generar estrategias de producción de riqueza que cree nuevos puestos de trabajo para revitalizar las estructuras económicas de los Estados y, de este modo, continuar manteniendo el Estado del Bienestar.

Esta falta de soluciones ha provocado que uno de los pilares sobre los que se sostenían los partidos socialdemócratas o socialistas le haya dado la espalda en los últimos tiempos: la clase obrera, tanto de rentas medias como de rentas bajas. Los trabajadores se han sentido traicionados por la falta de soluciones aportadas por los partidos que antes eran sus más importantes defensores. Esta falta de apoyo es interpretada por los diferentes partidos socialdemócratas o socialistas con una falta patológica de autocrítica. No hay más que ver la reacción del PSOE-A o de la propia Susana Díaz para corroborarlo. El argumento de que la causa de la falta de apoyo por parte de las clases trabajadoras es una consecuencia de los éxitos en materia social de los diferentes gobiernos socialdemócratas los ha transformado en perfectos conservadores. Este análisis demuestra una autocomplacencia innecesaria.

Otra de las causas de que la socialdemocracia esté en crisis es su indefinición ideológica, su traición a unos ideales que deberían ser innegociables o su peligroso acercamiento a los postulados liberales o conservadores. Los años en el poder los ha ido separando de la ciudadanía, en algunos casos con barreras infranqueables, como lo ocurrido en Reino Unido durante los gobiernos de Toni Blair o Gordon Brown con su tercera vía a la que muchos politólogos han denominado «social-liberalismo» o lo acontecido en Francia con el tándem Hollande-Valls y el invento del «socialismo pragmático».

Este alejamiento de la ciudadanía a la que deberían proteger viene provocado, principalmente, por los años que han permanecido en el poder. Según va pasando el tiempo las medidas que van tomando favorecen más a las élites a las que deberían controlar para cubrir las necesidades reales de los ciudadanos de a pie. La explicación de este comportamiento viene porque la ciudadanía no dispone de la posibilidad de acceder a los gobernantes como sí que la tienen esas élites económicas o empresariales. Esto les aleja de la realidad. Ejemplos tenemos muchos, pero pongamos uno que los lectores entenderán. Durante las casi cuatro décadas en que el PSOE-A ha gobernado en Andalucía, el paso de las legislaturas ha hecho que los paquetes de política social aprobado nada más acceder al poder quedaran ocultos tras la toma de decisiones más propias de un partido conservador que de uno socialista. Lo mismo ha ocurrido en el resto de Europa.

Susana Díaz es la última, pero en cada nueva convocatoria electoral que se celebre en el futuro veremos cómo los socialdemócratas se convierten en partidos insignificantes mientras crecen los populismos. En contraposición, vemos que cuando un partido socialista legisla en base a lo que necesita el pueblo, éste le devuelve su apoyo. Los índices de popularidad de Pedro Sánchez lo demuestran.

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