Nuevamente infrinjo una regla de oro de los artículos que recomienda no utilizar la primera persona a la hora de redactarlos. Pero cuando uno lo que pretende es trasladar las sensaciones que experimenta sobre un cierto tema, o en una concreta situación, resulta complejo no hacerlo así y además puede sonar a un intento cobarde para no implicarse y responsabilizarse de lleno.

Antes en el denominado “conflicto vasco”, ahora con el catalán he procurado, a contracorriente y con incomprensiones varias, enfrentarme a ellos de manera justa, honesta y equilibrada. Para lograrlo resulta imprescindible enfrentarse a la labor con grandes dosis de generosidad y siempre intentando comprender también las razones del “otro”.

Trabajar a favor de la construcción de puentes por los que poder comunicarse, lleva siempre a que los habitantes de ambas orillas te consideren de los otros y la mayoría de veces como enemigo.

Considero que tipos de personajes así, casi siempre vilipendiados y olvidados a la hora de escribirse la historia, resultan absolutamente imprescindibles de cara a resolver conflictos.

Pero esa peligrosa actividad, que en algunos casos extremos como Juan Mari Jáuregui o Ernest Lluch les llevó a perder la vida, origina incomprensiones, críticas, y malos entendidos especialmente entre los tuyos, tuyos.

En ambos conflictos si ocupas ese lugar te suele acusar en el mejor de los casos de “tonto útil”, de que tu buena voluntad sólo sirve para que el contrincante o enemigo te utilice de manera bastarda, en ocasiones como “cómplice” de sus actos y en algunos casos como “traidor” a tu causa y a los tuyos.

Pero eso con ser grave no es lo peor. Lo más doloroso resulta cuando le realidad del día a día te puede llevar a interrogarte sobre si realmente los que te los lanzan aciertan con esos adjetivos y calificaciones.

Con la aparición de las redes sociales esos peligros se incrementan exponencialmente. Allí hasta los más incultos y tontos tienen un altavoz para, ignorando razones y argumentos, manipular tus informaciones y opiniones de manera intolerable e indecente.

Así si en una reflexión en voz alta comentas que, asegurando vas a votar como los últimos 29 años, al PSOE, animas a que se le vote, pero que de no ser así se haga a otro partido de la izquierda, lo traducen y publicitan como un llamamiento a votar a cualquier partido de la izquierda menos el PSOE.

En ese instante te sientes utilizado, manipulado y comprendes que en tu inmensa ingenuidad, has dado pié a que se te considere como cualquiera de las tres denominaciones antes señaladas.

En otras ocasiones si interpretas, como en el reciente caso de Iceta, que aquellos con los que sueles mostrarte comprensivo con sus actos se han equivocado y criticas duramente su actitud, te llueven los guantazos y en un instante te conviertes en su enemigo más odiado.

La pregunta que te viene en esos instantes es: ¿ante esa presión externa y para evitar malas interpretaciones, debes cambiar lo que vitalmente defiendes traicionando tus ideales? ¿Debes evitar seguir batallando por el entendimiento entre diferentes incluso entre muy diferentes? ¿Para que no se confundan contigo debes abandonar lo que consideras una noble lucha?

Lo más probable es que después de un breve periodo de reflexión las respuestas sean no a los tres interrogantes, lo que me podrán acarrear nuevos episodios dolorosos. Pero ya se sabe que los viejos roqueros nunca mueren, porque somos una especie en vías de extinción.

Seguimos……..

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