Pensar que Pedro Sánchez, como buen tecnócrata, iba a seguir una senda distinta a la marcada en su primer gobierno tiene un componente utópico enorme. El presidente del Gobierno es un hegeliano, sin haber leído a Hegel, que sigue al pie de la letra eso de que la clase media (Hegel calificaba así a esa clase de tecnócratas y burócratas que sostenía el Estado, aunque sería Marx quien añadiese que en connivencia con la clase dominante) debe ocupar los cargos del Gobierno. La Administración Pública (no sólo española) como fuente de la que extraer al personal directivo del poder legislativo haciendo uso de la meritocracia del curriculum más que de la llamada de la ciudadanía. Nada nuevo pues es algo que lleva produciéndose desde hace años en los demás países europeos. En Francia la legión de enarcas (Ecole Nationale d’Administration) o en Gran Bretaña las gentes de Oxbridge (Oxford y Cambridge) el neoliberalismo viene imponiendo un culto al curriculum que es la marca de ese establishment que se separa de la propia sociedad a la que dirige. ¿Recuerdan a Inés Arrimadas exhibiendo el vacío CV de Adriana Lastra? No es algo contrario al espíritu de época que inspira a la actual dirigencia española.

Así Sánchez ha seguido la senda marcada por esa directriz marcada desde altas instancias donde el curriculum señala la puerta de entrada o no a la dirección política de la democracia. Él mismo no deja de ser un tecnócrata y quiere que su Gobierno sea de ese estilo. Nada de añadir personas con cariz político y menos con un marcado componente izquierdista, como se le pedía ayer en estas mismas páginas, tecnócratas con los que amansar a la clase dominante y a la Troika que se muestra vigilante de las acciones gubernamentales. Si antes ya se sabía que la mujer de negro estaba en el Gobierno, Nadia Calviño ahora ascendida a vicepresidenta económica, Sánchez le suma un nuevo hombre de negro del gusto de los poderes fácticos que controlan las cuentas españolas. Y nada mejor que el mayor hombre de negro que el expresidente de la Airef José Luis Escrivá, del que no se tienen noticias de que tenga un pasado de izquierdas sino todo lo contrario. A él le entrega la Seguridad Social para cuadrar las cuentas y veremos qué ocurre con las pensiones, en concreto con el cálculo de las mismas.

A la espera de saber quién se hace cargo de Cultura y Justicia, añade Sánchez otra persona muy del gusto del establishment, especialmente la casta diplomática, como Arancha González. Feminista y preocupada por el medio ambiente con un perfil comercial de apertura total de fronteras comerciales, con tendencia a asumir las tesis imperiales que se traga la Comisión Europea. Desde luego defiende a la Unión Europea como ente participante con mando en la locura de la globalización pero no de una forma altermundista, sino siguiendo los patrones del “No hay alternativa” neoliberal. O lo que es lo mismo las tesis de Francis Fukuyama (otro hegeliano por cierto), mercado y liberalismo. Un nombramiento alabado por los populares Josep Piqué y José Manuel García Margallo, como dato indicativo del corporativismo diplomático y del establishment. Dos nombramientos que miran más allá de España para contentar a la Troika y a los mercados internacionales, algo que como ya se ha contado aquí, aceptan de buen gusto en Unidas Podemos siempre y cuando puedan obtener alguna ventaja competitiva en cuestiones simbólicas.

Que Manuel Castells esté en Universidades es un alivio para la fracción educativa (tanto en el plano institucional como en el editorial); que Alberto Garzón esté en Consumo no le preocupa a nadie en realidad, pero no asusta pues casi no tiene competencias; que Irene Montero esté en Igualdad sólo preocupa a los reaccionarios y a algunas feministas que no se fían que se entregue a lo queer; y ya Pablo Iglesias y Yolanda Díaz tienen asumido que sólo se modificarán algunas partes de la legislación laboral.

Un Gobierno de tecnócratas para calmar a la clase dominante, en general, y a la Troika en particular. Un Gobierno de personas que siempre han trabajado vinculadas a instituciones públicas que es lo que gusta al espíritu de la época neoliberal que vivimos, y pocos perfiles políticos. No le gustan a Sánchez los perfiles de ese estilo, salvo Ábalos por razones evidentes, porque supone introducir matices importantes en la acción de Gobierno y el discurso gubernamental. Esa parte más política se la dejará a Podemos sin duda, pero ya se advirtió que eso puede tener un peaje caro a medio plazo para el PSOE. Algo que no le importa al presidente pues su principal intención es salir bien librado y poder retirarse con alguna medalla colgada y nada mejor que evitar personalidades que oscurezcan su actividad mediática. Lo político en el PSOE lo marca su figura y lo técnico los demás, que para eso los elige con ese perfil. Contenta la Troika y contento Sánchez. No es ni bueno ni malo apriorísticamente, todo dependerá de la coyuntura en la que se trabaje. Puede salir bien, como puede salir mal, pero no es menos cierto que por mucho curriculum que se intente vender algo de patriotismo de partido parece que sí le piden algunas personas del PSOE. Claro que tampoco conviene jugar con fuego porque igual le daba por nombrar a Santos Cerdán y sería más que susto, muerte. Realmente, pese a la inmensa ilusión de las gentes de izquierdas, todo huele a gatopardismo.

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