Como se avisaba hace unas semanas en estas mismas páginas, la escisión de Anticapitalistas de Podemos es un hecho. Recuerda esto a las peleas que mantuvieron en su tiempo Jorge Semprún y su hermano Carlos Semprún, donde el primero, durante años miembro del politburó del PCE, acusaba al segundo de saltar de escisión en escisión dentro de la izquierda en búsqueda de la mayor pureza ideológica y estratégica posible. Semprún junto a Fernando Claudín fueron purgados por revisionistas por Santiago Carrillo, quien acabaría por aceptar las tesis eurocomunistas de aquellos poco tiempo después. Por tanto nada nuevo en esta escisión actual, pero como sucedió en el PCE de los años 1960s-1970s ¿podrían tener algún tipo de razón los que se van o solamente es una vuelta a los viejos errores de la izquierda? Aparentemente todo apunta a ese error de tener la razón en el papel que mantiene la pureza intacta de un materialismo que acaba tornando en religión.

En los años 70, como se ha contado en otras ocasiones, dentro del Partido Comunista Francés (también del PCE o el PCI) se produjo un intenso debate no sólo por el abandono de la dictadura del proletariado como fórmula transitoria en el camino al comunismo (fórmula que Étienne Balibar señaló como momento socialista), lo que suponía detonar el leninismo oficial por la base, sino por la política del Frente Único de la Izquierda que George Marchais impuso. En aquel momento, como bien dejaron por escrito Louis Althusser y alguno de sus discípulos, el PCF era el partido de la clase trabajadora en Francia y los críticos señalaban que el pacto con el recién fundado Partido Socialista Francés acabaría provocando el traslado de ese apoyo a los socialdemócratas guiados por François Mitterrand. Desde luego se provocó una división que acabó con el abandono de muchos de esos intelectuales que más que pureza señalaban el error estratégico. A principios de los años 1980s se formó un Gobierno de Coalición entre socialistas y comunistas (con un programa de nacionalizaciones financieras y productivas, por cierto) que acabó por las evidentes contradicciones de gobernar con un programa transformador pero mirando siempre a la derecha. El contexto internacional de pleno auge del neoliberalismo (especialmente financiero) ayudó poco y en cuatro años el PSF y el PCF estaban fuera del Gobierno y bastante dañados. Años más tarde Lionel Jospin y Robert Hue volvieron a formar gobierno de coalición, con unas intenciones bastante más moderadas, y en esta ocasión los comunistas antes que los socialistas terminaron casi por desparecer. De hecho, buena parte de los supuestos radicales de la izquierda francesa, como Mélenchon, surgen de la socialdemocracia y no del comunismo de partido.

Es esta la base histórica que sustentan los Anticapitalistas para criticar la inserción de Podemos dentro del Gobierno de coalición junto a Pedro Sánchez. Podrían tener razón en temer por la posibilidad de que la formación morada acabase por sucumbir, como ha mostrado la historia, y presa de no poder cabalgar las contradicciones desaparecer como proyecto. La historia muestra que existen esas posibilidades, pero también que no hay nada escrito y dándose una coyuntura distinta igual sí hay salida para Podemos. Esta es la posición de Pablo Iglesias, quien tras analizar la coyuntura actual, pensó que era mejor entrar en un Gobierno de coalición no sólo por la experiencia de poder, por poder ser ejecutores de políticas públicas que defiende Podemos, sino también por la propia salvación de la formación morada. No tiene hoy Podemos los setenta y pico escaños de hace pocos años sino la mitad y eso es un serio aviso. La necesidad de cierta estabilidad política para retomar el impulso del partido empujaba hacia la inserción en el Gobierno social-liberal. ¿De forma subalterna como dicen en Anticapitalistas? Sí, pero también como eje radical que impida a Sánchez desplazarse hacia la derecha. Más que gobernar, Iglesias pretende aprender y vigilar. Puede salir mal o puede salir bien, pero la fórmula de aupar al poder al PSOE y quedarse plácidamente en la impugnación desde una eximia representación parlamentaria, más cuando los medios de comunicación van cerrando los espacios, podía ser incluso más suicida. No es la mejor forma, ni la más maravillosa, pero a diferencia del caso francés (que es el italiano también) las circunstancias y la base de apoyo no son las mismas.

quedarse plácidamente en la impugnación desde una eximia representación parlamentaria, más cuando los medios de comunicación van cerrando los espacios, podía ser incluso más suicida

Porque esa es otra cuestión que en Anticapitalistas no han valorado. A Podemos no le vota la clase trabajadora mayoritariamente. No lo hizo a Izquierda Unida tampoco. Su principal base es la pequeña burguesía de izquierdas, postmoderna y con aspiraciones altermundistas. Una pequeña burguesía que siente miedo a perder los privilegios adquiridos (por eso insiste tanto Iglesias en defender la Constitución de forma literal) y su estatus social de élite cultural (por eso la dureza en el enfrentamiento contra la ultraderecha y la ultra ultraderecha). Al PCF sí le apoyaba una base trabajadora de cuello azul y blanco, a Podemos no. Esta es una contradicción que en Anticapitalistas no han sabido aceptar en toda su magnitud, de hecho muchas de sus defensas, como la legalización de la prostitución, son derivados del postmodernismo de la ideología dominante. No es la Liga Comunista Revolucionaria de antaño sino un melting pot de postmoderneces (luchas coloniales, altermundismo y demás neo-ismos) y el añadido de la visión marxista de la IV Internacional. En general lo que defienden en Podemos o en IU pero con una visión de la revolución permanente de cuño trotskista. Ese entrismo o ese estar en todas las luchas por paradójicas que sean, como aconsejaba Daniel Bensaid, frente a la línea estratégica de Iglesias de aguantar de momento para poder dar el salto a futuro. Con el riesgo de ser subsumidos por el PSOE siempre sobrevolando sin lugar a dudas. Ya lo ha advertido Juan Carlos Monedero, hay que apoyar al Gobierno pero sin dejar de mirar de reojo.

Por tanto ¿estamos ante una nueva pelea de familia por dos o tres cargos o en busca de la pureza fuera de la caverna? Para Monedero es lo segundo. Para las bases de Podemos es lo primero pues han señalado que ninguno de los “anticapis” ha dejado su escaño. Ni son el Frente Popular de Judea, ni unos apesebrados. Son simplemente políticos con una visión particular de la vida política. No son tan ingenuos como los ha presentado Monedero que debe llevar años sin leer literatura trotskista, no piensan que haya una revolución a la vuelta de la esquina, ni un acontecimiento por estallar (esto era lo propio del PCE de 1960s), bien al contrario entienden que el trabajo de base no se puede perder porque el peligro está en el abandono de la lucha de clases. Algo con lo que la mayoría de las personas que son de izquierdas defenderán sin problemas. No es Monedero muy de la teoría del encuentro por lo que no merece la pena insistir en la acusación de exceso de teorización, más viniendo de quien se ha autoadjudicado el papel liberador del pensamiento constituyendo una FAES de izquierdas. Ha cambiado Monedero tantas veces de estrategia y posición que no entiende a las personas que se mantienen en los principios propios. Recuerda Monedero a E. P. Thompson cuando se lanzó infundadamente a señalar a Althusser como un estalinista del pensamiento, algo que provocó la reacción de Perry Anderson para decirle que más bien todo lo contrario y que si había problemas era en su teoría de la autoidentificación inmanente como clase de la clase trabajadora.

Hay momentos en los que es más prudente callar y dejar hacer (mientras no se traspasen ciertos límites) en espera de una coyuntura favorable.

Se marchan por su camino, quedándose los tres cargos que tienen, con la melancolía de haber contribuido a un proyecto que ha acabado no como ellas y ellos querían. Lo han hecho sin dar gritos, ni portazos como siempre ha sucedido en las escisiones de la izquierda. Mientras dejan el poso, extensible a todo partido de izquierdas español, de que el libre combate de ideas y estrategias está satanizado. En el PSOE, por ejemplo, tienen un reglamento que impide expresarse en sentido contrario a los dictums de la Ejecutiva. Añádanle que tienen secuestrada a la corriente marxista desde la propia Ejecutiva y queda un páramo donde sólo se escuchan voces de derechas (Ejecutiva y baronías). Lo mismo va a suceder en Podemos donde sólo quedará una voz, la de la Ejecutiva. Y en esto tienen razón Anticapitalistas, las formaciones de izquierdas, sin necesidad de que sean coaliciones, necesitan para no caer presas de la ideología dominante de debate interno, de exposición de distintas opiniones, de disparidad de criterios, de democracia interna, justo lo que las élites partidistas no desean. Al contrario que la derecha, donde se tiene claro que manda la clase dominante y sólo son mera extensión política de aquella, en la izquierda siempre ha habido distintas visiones de afrontar la realidad, distintas estrategias y pluralidad expresiva. Cercenar eso supone abandonar la izquierda transformadora. Desde luego dado el contexto actual hay que apoyar por activa y pasiva al Gobierno, pero no tragarse todos los sapos (como bien ha dicho Raúl Camargo), ni dejar de señalar las contradicciones. Para hacer de amanuense ya está Alberto Garzón.

El peligro de desaparición que ofrece la realidad histórica está ahí y son bien conscientes en la dirección de Podemos, como lo son en los bordes del PSOE donde no tienen consigo todas y piensan que la coalición a largo plazo favorecerá más a Podemos. Todo podría pasar en el contexto actual donde la prensa ha dejado de hacer periodismo para dedicarse a la extinción de la izquierda en este país. De ahí que haya que apoyar al Gobierno hasta cierto límite y señalando las carencias absolutas de democracia interna en las dos formaciones. En los antiguos Comités Centrales había más debate, como en aquellos Comités Federales que duraban dos días en el PSOE. Anticapitalistas tienen razón en el miedo y en las carencias democráticas, pero ni era el momento (¿igual antes que después?, esa eterna duda bensaidiana), ni la luchas por venir son más importantes que las luchas por ofrecer hoy mismo. Hay momentos en los que es más prudente callar y dejar hacer (mientras no se traspasen ciertos límites) en espera de una coyuntura favorable. Esto no lo han sabido valorar en Anticapitalistas por haber errado en el análisis del hoy. Y eso que siempre habían sido los más lúcidos en el análisis situacional, que es lo que realmente le molesta a Monedero en todo esto. Vuelven los viejos errores a la izquierda en busca de la razón verdadera, la más pura y maravillosa, olvidando que la lucha de clases la van ganando los malos, esos que están infiltrados en los partidos de izquierdas también.

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