El hecho del fin de semana ha sido la elección por parte de “los comunes” de Xavier Domènech como cabeza de cartel electoral para las elecciones catalanas del 21 de diciembre. Cambia la política estatal por la política autonómica el historiador, en una jugada que es todo un acierto de Catalunya en Comú. Si algo destaca en Domènech es su capacidad de diálogo y su mesura (seny que dirían los catalanes), que no su falta de agudeza y dureza en sus análisis.

La elección de Domènech, como un verdadero primus inter pares (así lo entiende él mismo), en estos tiempos de convulsión política que se viven en España en general, supone optar por una persona que hace del diálogo virtud, del conocimiento una posibilidad de aplicación y que, además, tiene claro qué desea para su tierra, para Cataluña.

No va a cambiar su posición contraria al encarcelamiento de los ex-consellers, ni va a pensar que la aplicación del 155 es buena, ni va a renunciar a la realización de una consulta (llámese derecho de autodeterminación o derecho a decidir) para conseguir un acuerdo sobre Cataluña y su conexión con España, pero sí va a mostrarse dialogante y pactista. Eso sí, pactista sin renunciar a sus principios. No seguirá la senda de la ética de la responsabilidad, sino la ética de las convicciones, que diría Max Weber. Pero sabiendo que dentro de esas convicciones existen máximos y mínimos aceptables.

De momento ya ha manifestado que, independientemente del conflicto territorial, existen una serie de conflictos, más agudos si cabe, de carácter social que deben ser puestos en la primera línea de fuego político. Sin lugar a duda lo primero es el “desbloqueo de la situación actual”. De no validar ni lo que han hecho PP y secesionistas. Pero sin olvidar que en Cataluña existe un “pueblo” que tiene necesidades perentorias. Lo social debe ser “el centro de la construcción del país”. Sin un pueblo “sano”, es imposible ningún avance “nacional” o federal.

Porque Domènech sí apuesta por un sistema confederado, donde la soberanía de la nación catalana sea copartícipe con la soberanía española en un sistema-mundo donde las soberanía son claramente multinivel. Lo explica claramente en el libro repensar la España plurinacional (Icaria-Instituto 25M), “es precisamente desde la pulsión radical democrática desde donde surgen proyectos que siguen optando por un espacio de transformación interrelacionado”. Soberanías compartidas, desde el municipio hasta la Unión Europea, donde Cataluña como nación tiene derecho a ejercer su soberanía. Pero ¡cuidado! La soberanía nacional, o identitaria no es la única. Existen múltiples soberanías tan importantes como esa. Por ello hay que “reconstruir soberanías económicas, sociales, culturales y políticas sobre nuevos principios” (p. 50).

El nuevo tipo de Estado, en opinión de Domènech, no sería un Estado federal, como defienden otros y otras en Podemos y el PSOE, sino uno confederal donde Cataluña ejerza realmente su soberanía. “Este debate constituyente catalán, en el que hemos afirmado varias veces que pensamos en una república catalana confederada con el resto de pueblos hermanos de esta nuestra piel de toro, enlazará con un debate global de cambios constituyentes” (p. 57), una especie de confederación de repúblicas ibéricas. No se esconden tras federalismo asimétricos, que no hacen sino quebrar el verdadero principio de igualdad del federalismo, sino que piden una confederación para un espacio global multinivel.

Seguramente Domènech admitiría, siempre que el demos haga acto de presencia, otra variedad federalizante que permitiese un alto grado de autogobierno en Cataluña, y en el resto de posibles estados federados de España. Porque, frente a otros que sólo piensan en los territorios marcados lingüística y culturalmente, el diputado catalán tiene claro que lo mismo que pide para “su” pueblo, lo quiere para los demás. No es el típico “¿Qué hay de lo mío?”, sino ¿qué hay de lo nuestro? De lo que realmente preocupa al pueblo. Por eso la necesidad de un proceso constituyente donde la soberanía popular, que no las nacionales, decidan en los distintos niveles territoriales y sociales. Lo social siempre, a ser posible, primero.

Buena elección de Catalunya en Comú porque representa el sentimiento de una buena parte de la sociedad catalana, mucho más que la “emperatriz de la ambigüedad”. Domènech no se esconde en sus postulados, ni juega a ser una cosa un día y otra al siguiente. Ada Colau tiene mucha más carga mediática, normal cuando gusta más un micrófono que defender postulados éticos mediante la práctica, pero no olvidan los barceloneses todas las promesas incumplidas después de dos años. La ven constantemente en televisión o la escuchan en la radio pero no ven ninguna mejora en su día a día. Sí recuerdan el enchufismo y el nepotismo en su gestión, colocando a parejas a trabajar en el Ayuntamiento.

Domènech significa esa transversalidad catalanista y dialogante que se necesita en estos momentos. Sin duda para los conservadores españolistas es otro “sedicioso en potencia”, pero como ha demostrado en su trabajo en el Congreso de los Diputados, sabe dialogar y ceder en pos de un mayor beneficio social. No hay que olvidar que, junto a Compromís, En Comú fue el grupo que más presionó para hacer caer a Mariano Rajoy antes de la investidura fracasada de Pedro Sánchez. No pudo ser, pero eso queda en su haber. La situación catalana, salvo que ERC quiera hacer lista conjunta como parece, muestra que hay dos partidos, partidos del seny, que no piensan jugar al juego de independencia/constitución. Sobre esos dos partidos más la unión de ERC, si no se lanza al monte, está la construcción de una Cataluña social y soberana. Veremos.

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