Hace unas fechas, en estas mismas páginas, se advirtió que, independientemente del referéndum en sí, los independentistas catalanes no habían explicado al pueblo catalán, a ese que tanto dicen amar, de qué forma lo harían y qué pasaría si se independizan. Salir de la UE, imposibilidad de doble nacionalidad, el estatus civil y político de los español-hablantes que decidiesen ser catalanes y cuestiones del día a día de la ciudadanía. Ahora se descubre que ni siquiera tienen un plan para el día después. Que el día 2 de octubre está la nada en Cataluña.

La nada, la nada, no. Más bien existe la instauración de una dictadura sin leyes, derechos, obligaciones que irá avanzando a golpe de orden desde la cúpula de la Generalitat. Prevén un proceso constituyente, sin determinar realmente el tiempo de duración, que proporcionaría una Constitución catalana. Hasta ese momento no saben, porque realmente no lo saben, bajo qué directrices funcionaría el nuevo Estado catalán. Una chapuza política más dentro de un juego que parecen no querer ganar. Una chapuza que realmente instaurará una dictadura temporal. Y como todo poder temporal al final no se sabe cuánto durará.

Una dictadura que impulsará un proceso constituyente sin ningún tipo de seguridad para la ciudadanía y el proceso. Nadie puede afirmar que los derechos fundamentales de los españoles o españoles-catalanes se vayan a respetar. Incluso, los derechos de los catalanes en sí tampoco tendrían una cobertura legal suficiente salvo lo que Puigdemont y Junqueras decidiesen en comandita. Ya ni la CUP sería necesaria. Mandarían desde la Generalitat controlando todo el proceso en favor de sus ideas. Y ¿a saber cuáles son esas ideas? Porque más allá de querer la independencia, todo se desconoce.

¿Sería el Estado catalán provincial o comarcal? ¿El sistema electoral sería proporcional, mayoritario, mixto? ¿Qué derechos y libertades tendrían los catalanes en Cataluña? ¿Qué tipo de Estado sería? No habiendo un mínimo, como pudo ser la Ley para la Reforma Política en España, por ejemplo, todo queda a la mera voluntad de los tenedores del poder coactivo y político. Puigdemont y Junqueras mano a mano decidiendo qué hacer el día 2 de octubre. Que el President haya cesado a uno de sus consejeros porque no tenía claro que pudiesen hacer el referéndum, es una muestra del carácter dictatorial que podría poner en práctica el gobierno del Estado catalán. Mano dura con los que opinan distinto.

Pero ¿por qué se está llegando a esta situación surrealista? Porque desde el principio ni PDeCAT, ni ERC han querido llevar a cabo un referéndum unilateral. Llevan esperando más de dos años a que alguien del gobierno hable con ellos, de tú a tú, para negociar bien un referéndum legal, bien un nuevo acomodo de Cataluña en España. Amenazan y amagan como en las peleas entre borrachos. Quieren negociar algo, ya verán qué, pero mientras van amenazando con “me voy”, “oye que me voy”, sin querer irse del todo. Saben que la unilateralidad les perjudica enormemente hacia el exterior e, incluso, el interior.

Desde el Gobierno de Rajoy tampoco quieren hablar, ni dialogar. “¡Que se vayan si pueden!” parecen afirmar con su actitud. Una pelea entre dos posturas antagónicas que al final a quien perjudica es a la ciudadanía catalana. Unos con su idea de una España unida, que es parcialmente falsa; y otros con su idea de una Cataluña recuperadora de derechos y libertad, también falsa, están llevando al país a una crisis política sin precedentes en la Historia reciente.

Lo peor es que por culpa de independentistas y del PP, con la ayuda inestimable de Ciudadanos,  los verdaderos perjudicados son las personas de carne y hueso. Como en un proceso de retroalimentación continua, el bando de derechas españolas sólo habla de lo malo que es Puigdemont. Y desde el independentismo sólo de los malos que son los españoles. Y mientras tanto los problemas de los ciudadanos abandonados. Como reconocen en En Comú Podem “es muy complicado poder hablar de cuestiones sociales y del día a día con ese tipo de discurso”. Un círculo vicioso que da votos a unos y otros, pero que dejan fuera de “lo político” a los verdaderos actores: la ciudadanía.

Lo mínimo exigible a ambos bandos es que dialoguen. Y a los independentistas habría que pedirle que expongan cuanto antes sus pretensiones para el post-referéndum y la independencia. Se lo agradecería el pueblo catalán. Claro que si lo hacen igual no apoyarían el referéndum en sí, nunca se sabe. Lo que queda claro, junto a los gritos desesperados y continuos de Inés Arrimadas pidiendo elecciones, es que ni el gobierno de España quiere, ni la Generalitat sabe. Nos queda la nada por tanto. Y la nada es terreno de dictaduras y opresiones.

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