27 mujeres han sido asesinadas hasta la fecha de ayer en España a manos de sus parejas y ex-parejas. A ello súmenle el asesinato machista de las dos niñas de Canarias que tanto nutrió los programas de vómito mañaneros. Veintisiete mujeres que no tienen nombres. Veintisiete mujeres que carecen de cara, de cuerpo, de simbolización. Veintisiete mujeres que quedan en el anonimato de la fría estadística que suma ya 1.105 mujeres desde 2003. Veintisiete mujeres que no parecen importar a la clase política, al menos de la misma forma en que se han pegado de codazos para acudir a otras manifestaciones y que se les viese. Un tuit por aquí, un mensaje en Facebook por allá y la misma nota de prensa para denunciar la violencia machista.

El presunto asesinato homófobo de un joven en Galicia tuvo un apoyo que no han tenido estas veintisiete mujeres. Un asesinato execrable, como son todos los asesinatos, condenable y producto del odio que desde el mismo parlamento se encargan de extender quienes luego se ponen los primeros en la pancarta. Un asesinato que tuvo mayoritarias manifestaciones de duelo de las que carecen esas veintisiete mujeres asesinadas. Salvo algunas concentraciones en plazas de ayuntamientos, minutos de silencio que se hacen como si de un trabajo burocrático se tratase y algún que otro lazo negro (o morado) en señal de duelo, estas veintisiete mujeres no dejan más rastro. Mientras que el asesinato del joven homosexual ha sido la excepción –por suerte, aunque hayan aumentado las agresiones al colectivo de gays y lesbianas-, parece que la cotidianeidad de los asesinatos de mujeres ha endurecido el corazón de las personas, cuando debería haber mucha más indignación.

Las mujeres en España, aunque es casi práctica universal, están viendo recortados sus derechos, sus nombres, sus estadísticas y sus espacios seguros. Nadie pone el grito en el cielo y quien osa alzarse contra la irracionalidad, la subjetividad y el deseo es cancelada, expulsada del gobierno o se le niega la posibilidad de ejercer la libertad de pensamiento (Mónica Oltra atacó a la catedrática Amelia Valcárcel por pensar –distinto a elle, claro-). La censura llega al mundo de la mujer desde el progresismo irracional y caviar para regocijo de la ultraderecha y la derecha española. Leyes en favor del borrado, cancelación e insultos como los de Ángela Rodríguez (asesora del ministerio de Igual-da) incitando al odio contra las feministas al calificarlas de terfas. Todo esto mientras dos cuerpos yacían todavía calientes tras haber perdido la vida a mano de sus asesinos.

¿Por qué este “ataque” a las mujeres?

Tanto a derecha como a izquierda los ataques, ya se ha dicho en el párrafo anterior, a las mujeres son constantes. Todos y todes se ponen medallas de feministas pero no son más que quintacolumnistas contra el movimiento más disruptivo de las últimas décadas. Numerosos acontecimientos (Me too, por ejemplo) a lo largo del orbe han puesto en alerta a numerosos núcleos de poder y lobbies progrecapitalistas. Las mujeres, de forma justa, han traspasado líneas rojas en sus luchas y han decidido frenarlas. En España, el quintacolumnismo ha provenido de la supuesta izquierda y de la ultraderecha. Si lo de los segundos era previsible, el ejército unga-unga siempre ha estado más o menos por ahí con distinto pelaje (el caso paradigmático Ciudadanos), lo de los primeros no se esperaba con la ferocidad con que se plantea.

Desde la ultraderecha la lucha es mucho más ideológica que desde la supuesta izquierda, aunque como siempre se ha dicho con una determinación económica en última instancia. La lucha planteada desde el populismo del sorber y soplar al mismo tiempo tiene distintas variables. La primera hacerse con el control simbólico del feminismo y para ello necesitan disolverlo en el generismo. Derivada de esa primera, está la segunda variable que es aferrarse al poder, o mejor dicho, a las estructuras de poder. Para ello no tienen más que destrozar lo disruptivo del feminismo, que es a lo que se han puesto manos a la obra. En otros tiempos hubiesen convocado manifestaciones de repulsa, hoy están pensando más en cómo justificar su neoliberalismo que en eso –especialmente la parte IU, que se suponía comunista y no es más que una impostura-. Y tercera, la variable socioeconómica, de hundir a las mujeres en los cuidados de una forma que ni el Vaticano aprueba hoy en día. Lo de la Matria, además de una gilipollez para generar una cortina de humo, no es más que entronizar para subyugar al 51% de la población. Encerrarlas en una jaula de oro sin más. Ya saben “la reina de la casa”. Y como los cuidados tienen menos oropel y salario, el drama se cuenta solo.

Lo curioso de todo esto es que el PSOE, la socialdemocracia que había defendido la lucha materialista y simbólica de las mujeres, se haya vendido por un plato de lentejas renegridas porque se pegaron al fondo de la olla. Quienes se decían la vanguardia del feminismo acaba entregados al poderoso influjo del dinero y el mercantilismo o fetichismo capitalista que se encuentra detrás de todo esto. La lucha de mujer no es económicamente rentable y socialmente une más que individualiza. Por ello nada mejor que mezclarla con otras luchas, con lobbies muy poderosos detrás porque hay mucho dinero en juego, para disolver el feminismo disruptivo. Por eso hoy nadie pide masivas manifestaciones por crímenes tan execrables como otros. Por eso nadie pone nombre, ni caras a esas veintisiete mujeres asesinadas. Por eso casi nadie se ha enterado de que ya van veintisiete mujeres muertas. Hay que frenar la indignación de las mujeres haciendo desaparecer lo que puede ayudar a su movilización. Mucho mensaje en redes sociales y consternación ficticia, pero esas veintisiete mujeres son eso “27”. Un número más en las extensas estadísticas del Estado.

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