Tenía claro que en los últimos dos años al independentismo catalán se le estaba yendo la olla, pero jamás imaginé que llegara al esperpento que provocaron su numerosa participación en la manifestación del domingo en Alsasua, a favor de una justicia justa para los jóvenes implicados en el incidente con dos guardias civiles y sus parejas.

Participé en ese acto como apoyo y solidaridad con quienes están siendo tratados injustamente, con sus familias y con el pueblo, no sin dejar antes claro que condeno su actitud el día de los hechos. Nadie está legitimado para en grupo agredir a dos personas sean quienes sean.

Pero también dejo claro que hechos parecidos ocurridos en Albacete, Ciudad Real, o Madrid han tenido como consecuencias penas muy inferiores, sin pisar siquiera la cárcel.

Allí las gentes de todo el Estado participamos sin más símbolos que esa solidaridad, ese apoyo, prácticamente ni siquiera había ikurriñas.

Todas y todos….menos el grupo venido de Catalunya que nos ha llenó todo de lazos amarillos y esteladas, de la simbología de la confrontación en Catalunya cuando ese acto pretendía ser plural, respetuoso, inclusivo.

En mi opinión se equivocaron, vinieron al lugar erróneo sin respetar las condiciones establecidas.

Podía entenderlo al principio, pero después debían haberse dado cuenta que estaban dando la nota, que su solidaridad debía haber sido expresada desde el respeto al resto.

Ahora desde la distancia deberían reflexionar y pedir excusas a los organizadores, a las familias, al pueblo de Alsasua, a quienes nos sentimos incómodos con su comportamiento y la próxima vez que vengan a estas tierras que lo hagan para ayudar, a aportar y no a estorbar.

Alguien debía decirlo y se lo dije en las redes sociales, y ahí surgió otro problema.

Las abruptas reacciones que han producido mis palabras en algún sector de ese independentismo catalán, me indican que cualquier atisbo de discrepancia sobre ciertas actitudes suyas despierta pasiones, porque son incapaces de asumir ningún tipo de crítica.

Suelo serlo habitualmente, quizás la edad, el «ver la vida pasar» te dé ese punto agrio de viejo cascarrabias, pero lo soy con los de un lado y del otro, con los de enfrente, los míos, e incluso con los míos, míos.

Hay quien aguanta esas críticas, incluso a veces me he encontrado con excepciones que hasta practican ese arte en extinción de la autocrítica, pero en general se aguantan mal tirando a pésimo.

Pero los que en los últimos tiempos se están llevando el premio gordo son esos sectores intransigentes del independentismo catalán y sus correspondientes palmeros por estas tierras. Llevan fatal que se les pueda señalar que se han equivocado situados como están en el victimismo reaccionario.

Intentan amedrentar siempre desde la descalificación. Si no opinas como ellos acabas siendo un peligroso españolista, equiparándote con Casado, Rivera e incluso Abascal. No existen los matices ante el enemigo.

Se puede discrepar, claro que se puede, pero a partir de ahí te llueven los guantazos siempre en manada en ese intento de imponer SU pensamiento único.

Libertad de expresión, reflejan en su pancarta colgada en el Palacio de la Generalitat. Libertad de expresión sí, también para quienes pensamos diferente que ellos y que consideramos y se lo decimos, que el domingo se equivocaron en Alsasua.

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