El dicho expresa que al “perro flaco todo le son pulgas”. Algo así le está ocurriendo a Albert Rivera desde que Pedro Sánchez venció en la moción de censura contra M. Rajoy. En otros términos, podría decirse que le ha pillado el gafe del perdedor político. Él que era la esperanza blanca de los poderosos para gobernar España y llevarla a la gloria según él, y a la miseria y el sometimiento de la ciudadanía en términos reales, está fuera de plano. Por mucho que su amiga Susanna Griso le lleve a la tele, a nadie le importa ya lo que diga. Entre otras cosas porque está monocorde con el tema del peligro bolchevique, como poco, de Sánchez y demás aliados. Y si a eso se le suma su lucha contra el nacionalismo “malo” pues aburre. Justo en el momento en que pasan otras cosas en la agenda política.

Como el gafe no hace distinciones entre derechas o izquierdas, es así de cruel, en poco le ha pasado de todo. Bajada en las encuestas frente al auge de su némesis Sánchez y el repunte (que será seguramente mayor cuando termine su proceso de elección de la cúpula dirigente) del PP; corrupción con sólo tres gobiernos, a lo que hay que sumar la de dos personas que no gobiernan (lo que es el summun de la incompetencia); y que vaya a actos de supuesto prestigio y coincidan con el día de la votación de la primarias del PP. Y si a ello se suma que el concilio de la secta naranja que celebra un fin de semana (vendido como Cursos de Veranos) no ha sido seguido por casi nadie, para que le dé un infarto como al alcalde de Arroyomolinos.

El caso es que ayer marchó hasta la Casa de América para charlar con personas de la derecha cultural e intelectual (los cuatro que hay) y ofrecer su autoritaria visión de España. ¿No lo creen? “Quien piense que al nacionalismo se le puede apaciguar es porque no tiene ni idea, al nacionalismo no se le copia ni se cede ante él, sino que se le combate y se le vence” ha dicho en un tono batallador y guerrero. Sólo le queda este modo de expresarse, porque le están comiendo la tostada electoral por derecha e izquierda y tiene que enrocarse en la activación de los antagonismos de forma radical para que el sistema alcance el punto de ebullición necesario para aparecer él como salvapatrias. No le queda otra alternativa estratégica. Girar hacia el autoritarismo sistémico. Esto es, el autoritarismo del centro político para domeñar a los disidentes, a los comunes, a los que protestan, pero seguir con el proceso de acumulación y desposesión de la ciudadanía en favor del bloque en el poder.

Así, durante su intervención en el XI Foro Atlántico en conversación con Vargas Llosa, ha dicho que Sánchez “no va a librar esta batalla porque no tiene estas ideas, porque le da igual, y porque lo que no ha conseguido en las urnas lo ha logrado con Torra e Iglesias”. No se puede juntar tanta mentira junta con intención de dividir a la ciudadanía en dos frentes antagónicos y así provocar una escalada de violencia social (aunque sea soterrada). Que Sánchez no tenga ideas es factible tanto como las que él tiene, que son aún menos. Rivera sólo tiene eslóganes y dos tics fascistoides y ultranacionalistas. Pero, sin embargo, el presidente del Gobierno proviene de una tradición republicanista (aunque no sepa realmente expresarlo así) donde el diálogo, el debate en la esfera pública (esa que denosta ahora Rivera pero de la que se aprovechó cuando el establishment se la ofreció) es fundamental para la democracia. Pero claro, Rivera no es demócrata en sí (sólo hay que ver el funcionamiento tipo secta de su partido), defiende el capitalismo y el neoliberalismo, pero como dijo en cierta ocasión una dictadura comercial es buena porque tiene paz y orden. Y eso es a lo que le han mandado desde el poder económico, a instaurar una dictadura con vestimenta de democracia liberal representativa, pero realmente usurpada desde el Ejecutivo.

De hecho sus medidas para Cataluña van en esa dirección de controlar desde el centro estatal la Comunidad Autónoma contra el independentismo político y social. O lo que es lo mismo, nos guste o no, clausurar la democracia, las alternativas y la pluralidad: “Controlar las cuentas de la Generalitat y no solo supervisarlas, evitar que reabran embajadas en el extranjero, que haya una alta inspección educativa del Estado (obvia que la Comunidad Autónoma es también Estado, ¡qué le vamos a hacer!) y que los medios públicos no sigan fomentando el odio”. Un odio que él e Inés Arrimadas sí pueden fomentar contra el adversario, sea éste socialdemócrata, podemita, secesionista o mediopensionista.

Tiene razón Rivera en que al nacionalismo exacerbado hay que combatirlo y vencerlo, él lo quiere hacer por la vía autoritaria (que ya se demostró en el pasado que tampoco vale, que queda en el sustrato social), y los demás mediante el diálogo. Pero es que el nacionalismo excluyente de Rivera también debe ser combatido y vencido porque quiere una “guerra civil” que enmascare, al final del proceso, la guerra de clases, que reconocía que iban ganando el multimillonario Warren Buffet (colega de José María Aznar y Mario Vargas Llosa, por cierto). Lo bueno para España es que la izquierda quiere una batalla de ideas (al menos en parte del PSOE, IU y Podemos) y vencer convenciendo. Rivera quiere vencer sin convencer que diría Unamuno, pero tiene el gafe político y eso le perjudica.

Ese gafe político, que igual se lo ha pegado Vargas Llosa, tan magnífico escritor como inútil político. Apoyó el parafascismo magenta de UPYD y fracasó; se presentó él a las presidenciales de Perú y fracasó; ha apoyado a muchos en América Latina que han ido perdiendo (y ganando por presiones mediáticas, judiciales y pases a mejor vida); es amigo y compinche de José María Aznar y ya se ve lo que proponen, más guerra y muerte en el mundo, pero no ganan ni a la de tres. Es más, justo invitan a Rivera al Foro Atlántico cuando se ha separado del Instituto Atlántico de Gobierno de Aznar y los lobbies mundiales. No gana para disgustos y gafes terribles. Eso salvará a España, el gafe político que le persigue y que provoca que cada vez la gente esté más aburrida de él y sus gentes. Esa cantinela de populistas, independentistas y socialista peligrosos, cuando tienen más de 14 millones de votos detrás de ellos, o ese autoritarismo que demuestran cada vez más, hace que la gente les obvie porque en la derecha hay gente decente. Evidentemente tendrán muchos apoyos, que buenos dineros le ha costado al establishment, pero a poco que el PP se dé un lavado de cara, se quedan como Rosa Díez. Curioso que con ambos estén Toni Cantó y Fernando Savater ¿serán gafes también?

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