La reciente polémica sobre la sentencia del Tribunal Supremo sobre el pago del impuesto de actos documentados de las hipotecas, la reacción de la banca y la convocatoria de una reunión para verificar el impacto de dicha sentencia e, incluso, para frenar la resolución utilizando alguno de los recursos que quedan aún pendientes, ha generado alarma social y ha vuelto a destapar la sospecha de que la Justicia, en vez de estar al servicio de los ciudadanos, lo está al de las élites y los poderosos.

Plutarco, uno de los historiadores clásicos más importantes, narró el encuentro de Alejandro Magno con Diógenes, el más famoso filósofo de la escuela cínica griega, y cómo éste rechazó todos los ofrecimientos y regalos del hombre más poderoso de la tierra en aquella época.

Alejandro se dirigió a Diógenes diciendo: «he oído de ti, de quienes te llaman perro y de quienes te llaman sabio. Me place que sepas que me encuentro entre los últimos y, aunque no comprenda del todo tu actitud hacia la vida y tu rechazo del hombre político, he de confesar que tu discurso me fascina». Diógenes no ponía mucha atención al emperador y se mostraba inquieto buscando el sol que Alejandro ocultaba tras su figura.

Alejandro le dijo al filósofo: «Quiero mostrarte mi admiración, y por ello pídeme lo que quieras, pues puedo darte lo que desees, incluso lo que los hombres más ricos de Atenas no se atreverían ni a soñar».

Diógenes contestó al gran conquistador diciendo: «Claro, por supuesto. No te impediré demostrarme tu afecto. Y por ello, quiero pedirte que te apartes del sol, pues, en este momento, mi mayor deseo es que sus rayos me toquen. Ningún otro deseo o necesidad tengo, y solamente tú puedes concedérmelo».

El emperador, que tuvo entre sus maestros a Aristóteles, se mostró tan sorprendido ante la respuesta del filósofo que comentaría a sus generales: «Si no fuera Alejandro, me hubiera gustado ser Diógenes».

De este relato podemos sacar la enseñanza de cómo los ofrecimientos de regalos y riquezas del hombre más poderoso de la tierra, Alejandro Magno, fueron educada pero displicentemente rechazados por un pobre filósofo, Diógenes, que fue desterrado en varias ocasiones, apresado por piratas y vendido como esclavo, que no tenía propiedades y dormía en un barril, que se preocupaba por las cuestiones sociales y morales, y resultaba revolucionario y subversivo para los regímenes políticos de entonces, pues cuestionaba la autoridad y cualquier poder político, y pretendía cambiar la corrupta sociedad en la que vivía.

Y ¿qué tiene que ver Alejandro Magno o Diógenes con la Justicia española, y las élites que manejan el poder desde la banca, la empresa o la economía? Entre los miembros de la judicatura y la abogacía son legión los que no se resisten a los ofrecimientos y regalos de los actuales poderosos que hoy en día son las grandes dictaduras financieras.

El nivel de corrupción ha llegado a tal punto que la mayoría de jueces y abogados están hartos de sus compañeros que prosperan admitiendo los «regalos» de los poderosos a costa de la Justicia. En este medio se han publicado muchos artículos al respecto, entre los más recientes los del juez Fernando Presencia, de Esteban P. Cano o del presidente del Consejo editor de Diario16, Manuel Domínguez Moreno.

La reforma de la Justicia es una de las muchas revoluciones pendientes que quedaron en el tintero en la Transición. Sin embargo, no es sostenible en una democracia que el tercer poder aún esté funcionando a través de protocolos decimonónicos o de personas que ostentan los apellidos de quienes fueron los máximos representantes de la Justicia durante el franquismo. Eso es algo que ocurre, no sólo en la judicatura o en la fiscalía, sino que también existe una connivencia entre éstos y los despachos de abogados que provoca un escenario de corruptelas que hace que el pueblo se sienta desamparado por las instituciones que deberían ser las garantes de, precisamente, la Justicia.

La endogamia entre abogados de los grandes despachos y magistrados de los importantes tribunales es algo demasiado habitual en España, dado que aquéllos tratan de controlar la designación de magistrados de la Sala de lo Civil del Tribunal Supremo donde se dilucidan los principales casos económicos e intentan situar a sus hombres de confianza. En el artículo «Los lobbies de la Justicia» se destacaba que «controlar la Justicia es uno de los objetivos de los grandes despachos de abogados que no tienen reparos en fichar a golpe de talonario a jueces y fiscales. Colocar a sus `peones´ en los altos órganos judiciales es otra de sus finalidades». El artículo mencionaba a fuentes jurídicas que manifestaban que «las relaciones entre los ex magistrados, ex fiscales y los grandes despachos se deben al intento de estos últimos de conseguir un gobierno paralelo de notables». Ejemplos hay muchos, como, por ejemplo, que la defensa de Emilio Botín en el caso de las jubilaciones multimillonarias de Amusátegui y Corcostegui fue llevada por los abogados de Uría y Menéndez, Carlos Bueren y Jesús Remón, junto a Gonzalo Rodríguez Mourullo, mientras que la defensa de Ángel Corcóstegui fue llevada por Javier Sánchez Junco ex fiscal especial de delitos económicos. El artículo finalizaba con esta reveladora frase: «Estos nuevos letrados, lejos de limitarse a defender a sus clientes en los tribunales, se han convertido en directores de cuidadas operaciones en las que su agenda de contactos desempeña un papel estelar».

Esta relación privilegiada entre la magistratura, fiscalía y los grandes despachos que defienden a los poderosos, está causando el hartazgo de jueces y abogados cansados de sufrir esa relación que lleva a los letrados a ver cómo se pierden pleitos con resoluciones arbitrarias y a los jueces a ver cómo sus sentencias son revocadas por superiores instancias con incomprensibles motivos “ad hoc” que no superan el canon de razonabilidad y siempre en beneficio de los mismos.

Uno de los ejemplos palmarios en este sentido es el comportamiento de la Justicia respecto al Banco de Santander, tal y como hemos contado en diferentes artículos en Diario16.

Esa inasumible situación de la Justicia continúa en la actualidad en nuestra democracia fallida, que desde 1975 no ha conseguido aplicar la reforma necesaria para que la Justicia sea de verdad justa y no un clan de magistrados condescendientes con las ilicitudes y delitos de los poderosos.

Abogados y jueces están cansados de ver cómo magistrados y abogados de los más importantes despachos ponencias en cursos, congresos y conferencias, como denunció el Juez Fernando Presencia en un artículo en Diario 16. Un curioso ejemplo sería el del exmagistrado y vicepresidente del Tribunal Constitucional Ramón Rodríguez Arribas que, el mismo día en que se declaraba su cese por RD 417/2013, inadmitía un recurso de amparo, inadmisión que beneficiaba al Santander que había sido defendido, en la casación ante el Tribunal Supremo, por el abogado de Uría, Jesús Remón, con el que compartiría días más tarde participación en el Curso de verano 2013 de la Universidad Complutense al parecer copatrocinado por Santander Universidades.

Esta deplorable situación de nuestra Justicia sólo beneficia a los poderosos y genera una falta de seguridad jurídica que perjudica de manera indiscutible a la imagen y economía de nuestro país, que es percibido, desde dentro y desde el exterior, como un país corrupto. Así, se hace necesaria una revolucionaria y verdadera reforma integral de la Justicia. Reforma que viene siendo exigida por jueces, abogados y demás profesionales de la Justicia, propuesta por todos los partidos políticos y pospuesta “sine die” por todos los gobiernos desde el advenimiento de nuestra fallida democracia. Esta dejación de los sucesivos gobiernos ha convertido a nuestro país en uno de los más corruptos de las democracias avanzadas y que lo seguirá siendo si no se afronta seriamente la reforma, de arriba a abajo, de nuestro sistema judicial.

Además, no se pueden olvidar las puertas giratorias de la Justicia, donde magistrados y fiscales pasan al sector privado para defender a los grandes clientes que juzgaron cuando ocupaban sus plazas en los tribunales españoles.

Para finalizar recordamos la historia de Federico el Grande de Prusia que se empeñó en derribar un molino cuyo ruido le molestaba y afeaba la vista de su palacio de Sanssouci en Potsdam, a las afueras de Berlín. El molinero, en vez de someterse al designio del rey, denunció al monarca ante los tribunales y la justicia le dio la razón. La sentencia obligó al rey de Prusia a indemnizar al humilde molinero y reconstruir su molino. Pero cuando Federico el Grande conoció el veredicto, en vez de montar en cólera, exclamó: «Veo, con alborozo, que todavía quedan jueces en Berlín».

Mientras la ansiada reforma de la Justicia llega, nos encomendamos a la inmensa mayoría de jueces que todavía quedan en España.

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