Andan en la prensa, tanto de la derecha como de la izquierda, preocupadas por el cariz que está tomando el nuevo Gobierno de coalición. Por un lado, la inexistencia de algo considerado a oposición interna en el PSOE y, por otro, el poder atesorado por Iván Redondo en Moncloa. Desde una y otra parte del espectro mediático se preguntan sin conocer respuesta por las consecuencias de una y otra cuestión para el futuro más inmediato. La derecha critica la concentración de poder en manos del asesor de Pedro Sánchez y desde la izquierda que el PSOE no tenga voz en todo este entramado. Tal vez, en ambos lados, lo que busquen es sacar algún tipo de tajada en forma de visitas y publicidad de todo ello, pero como analistas parecen no percatarse de que ambas cuestiones van unidas. Ahora verán por qué.

Muchas personas achacan todos los males que lastran al presidente del Gobierno a Redondo, pero no hay que olvidar que otro de los arquitectos políticos preferidos por Sánchez es Félix Bolaños. Ese personaje que muchas personas descubrieron el día de la exhumación/inhumación del dictador y que en realidad es mucho más que un simple edecán. Si Redondo es su mano derecha, Bolaños es su mano izquierda. Fue esta persona la que diseñó el Reglamento interno del PSOE que le ha transformado en una especie de URSS. Ese partido donde el que alza la voz es depurado sin piedad como pueden demostrar algunos ex-militantes y algunos trabajadores de los medios de comunicación que han recibido avisos de expulsión. Cristina Narbona ha tenido que salir a defender la libertad de expresión de Emiliano García-Page haciendo un recuerdo del derecho a la discrepancia que era parte del alma del PSOE. De hecho, en sus tiempos de presidente del Gobierno, Felipe González declaraba que el partido tenía “un alma ácrata bastante acentuada” y que no le molestaba. Hoy en día ese “alma ácrata” está escondida viendo el reflujo de democracia interna que existe en el partido. Los barones pueden discrepar, al menos los dos que suelen hacerlo habitualmente, porque tienen una posición de poder, pero poco más se permite. De hecho la rama marxista del PSOE tiene en parte la voz secuestrada.

Esto parece preocupar mucho a la derecha mediática por no tener carnaza para infectar la vida política y preocupa a la parte progre de la prensa porque ven cómo el PSOE carece de voz propia para defender a su presidente del Gobierno en los medios y en las instituciones. No se permiten voces discrepantes, pero tampoco se construye una voz propia como dejó constancia la directora de Público, Ana Pardo de Vera. Todo ello es, en parte obra, del tándem Bolaños & Redondo para “entronizar” a su asesorado. Con un partido transformado en plataforma personal, con una hueste de activistas en las redes sociales que sólo mueven lo que les dicen desde Moncloa y sin análisis y/o  debates internos se puede transformar la presidencia del Gobierno en una presidencia jupiterina. ¿Qué es una presidencia jupiterina? Quien primero lo estableció fue el presidente de la República francesa Emmanuel Macron. El francés decidió elevarse de esta forma por encima de los mortales para actuar en consonancia a otros grands como Luis XIV, Napoleón Bonaparte, Luis Bonaparte (quien influyó en el concepto marxista de bonapartismo) o Charles de Gaulle. Esto es, apoyarse en las masas pero actuar de forma más o menos libre de prejuicios y ataduras.

En Francia han calificado a este estilo de ejercer la presidencia como autoritario o populismo del sistema. Un estilo de ejercicio del poder que toma cuestiones simbólicas del pasado (como asemejar a Pablo Iglesias, fundador del PSOE, con el actual secretario general); que concentra el poder en la cúpula presidencial; que, evidentemente, la imagen lo es todo; y el discurso es movible pudiéndose decir hoy A y mañana justo lo contrario sin que se caiga en principio de contradicción alguno (de derogar la legislación laboral a sólo quitar los despidos por enfermedad y de paso meter la mochila austríaca). Respecto a la imagen, es obvio que todo lo que pueda servir para potenciar la imagen de Sánchez como hombre que conecta con el espíritu (hegeliano) de la historia, como preocupado por los problemas de los españoles o como “líder” internacional se potencia. Lo que pueda dañar su imagen se evita y se obliga a los subordinados a “comerse el marrón” (caso Ábalos). En una sociedad del espectáculo como la actual, el actor principal debe llevarse los aplausos sin que otro actor o actriz le quite protagonismo. Nada nuevo y que hacen todos los dirigentes políticos de la actualidad.

Ahora bien ¿es la concentración de control que se está produciendo una fórmula iliberal? En la presidencia de Macron también se ha producido algo por el estilo y con el añadido de personal por fuera de los nombramientos oficiales que actúan en coordinación con El Elíseo, como demostró el affaire Benalla. Sánchez y sus dos escuderos, con esta concentración del control de los ministerios, desean saber lo que hacen las ministras y ministros de Unidas Podemos, por un lado, a la vez que controlan a los propios; por otro lado, quieren en cierto modo deconstruir los mecanismos de control y las mediaciones políticas del presidente del Gobierno para poder atacar de mejor forma a los contrapoderes y ejercer el poder de manera más autónoma. No es de extrañar que José Antonio Zarzalejos hablase de iliberalismo en las medidas tomadas para evitar el control parlamentario de algunas posibles decisiones a tomar, pues algo así existe en ese andamiaje que Bolaños y Redondo han tenido a bien copiar de Macron. Ahora bien, más allá de autonomizar la presidencia del Gobierno con este jupiterismo, hay que tener en cuenta que todo dependerá de cómo se comporten las personas y el uso que den a este andamiaje elusivo.

Es conocida la obsesión por el trabajo de Sánchez, Bolaños y Redondo. De ello pueden dar buena cuenta los asesores de los distintos órganos establecidos en La Moncloa. Jornadas de trabajo hasta altas horas de la madruga para elaborar informes apremiantes, conocimientos básicos de distintos países o respuestas a esta o aquella información. En control del flujo de la información es una máxima del presidente del Gobierno y su equipo. Algo lógico para poder crear una imagen perfecta, que en Génova ni han intentado con Pablo Casado, y sin ningún tipo de aristas. De ahí que se eviten las ruedas de prensa del presidente o se limiten las preguntas, no quieren que le pillen en algún renuncio. Sin duda comprensible pero para eso no hacía falta crear órganos de control elusivos, a su vez, del control político o mediático. Concentración del poder no sólo para desmontar a sus socios de Gobierno (que vienen renunciando a casi todo), sino para poder de forma autónoma respecto al Parlamento (en tanto en cuanto sea posible), al PSOE (que nadie rechiste) y en favor de la entronización de su figura. Si concentra el poder podrá cambiar siempre que quiera el discurso sin necesidad de dar explicaciones u ofrecer análisis, así sean para explicar que la coyuntura apremia sobre otras cuestiones. Por ello Bolaños y Redondo han copiado al presidente francés la estructuración de El Elíseo, como por otro lado hace siempre Redondo que copia todo lo que ve por ahí sin importarle el contexto, y generar una presidencia jupiterina. Una presidencia que se eleve sobre la estructura política en sí. Y aunque esto moleste a la derecha, dada la coyuntura actual, habrá que ver si es para bien o para mal.

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