“Los ciudadanos, a través de las redes sociales, piden a la Casa Real que obligue a Juan Carlos de Borbón a donar a la Sanidad pública los millones de euros recibidos de Arabia Saudí. Este dinero contribuiría a paliar la falta de material clínico y equipos sanitarios y ayudaría a frenar el coronavirus cuanto antes. Reenvíalo”, asegura un mensaje de wasap. La tragedia nacional que vive el país por la epidemia de coronavirus no ha impedido que textos como este proliferen en las últimas horas en Twitter y Facebook. ¿Podría ser esa iniciativa popular una salida honrosa para la monarquía española dentro del desastre total que supone la investigación judicial abierta en Suiza y España por el feo asunto de los supuestos testaferros y las cuentas opacas en paraísos fiscales del rey emérito? Sería una posibilidad a tener en cuenta, no para limpiar el fango en el que se ha metido la Familia Real, ya que no hay detergente en el mundo que limpie tanta mugre y tanta basura, pero sí al menos como gesto de buena voluntad de Zarzuela en un momento crítico para el país.

El daño que ha sufrido la monarquía española en estos idus de marzo que jamás podremos olvidar es ciertamente irreparable. No hablamos ya de un simple caso de corrupción de un pariente más o menos lejano, como podía ocurrir con el duque de Palma, Iñaki Urdangarin, sino de un escándalo monumental que afecta al gran patriarca de la Transición, al hombre que iba a pasar a la historia como forjador de la democracia en nuestro país. Todo eso, la imagen de grandeza y la dimensión histórica del emérito, se ha venido abajo, como un castillo de naipes, desde que Felipe VI decidió remitir a los medios de comunicación su comunicado histórico, en el que rechaza la herencia contaminada de su padre para salvar lo poco que le queda ya a la institución.

Por eso esa petición popular, ese clamor en las redes sociales para que se done el imperio financiero de Don Juan Carlos en el que nunca se ponía el sol (desde Suiza a Panamá), no es ninguna tontería y debe ser tenida muy en cuenta por Felipe VI.

No sabemos a cuánto asciende a día de hoy la fortuna del rey emérito. La revista Forbes, que recoge los patrimonios de las dinastías más ricas del planeta, cifran sus depósitos en más de 2.000 millones de euros, una cantidad que seguramente se quedará corta, ya que las últimas informaciones periodísticas apuntan a que el exmonarca empezó a percibir comisiones ilegales por negocios de todo tipo desde los años 70, es decir, desde el inicio mismo de su reinado. “El volumen de su patrimonio oculto puede ascender a cientos de millones de euros”, según asegura en La Sexta Eduardo Inda, el periodista de OK Diario que ha venido hurgando desde hace años en las cuentas del rey emérito y en la relación sentimental y comercial que este mantenía con la comisionista alemana Corinna zu Sayn Wittgenstein. Todo un suculento capital que ahora, en los tiempos de agonizante epidemia que vive el país, supondría un maná caído del cielo para la Sanidad pública, que se encuentra al borde del colapso por la avalancha de contagiados por coronavirus.

Las cifras de la pandemia dadas a conocer ayer demuestran que la terrible enfermedad avanza exponencialmente. El número de afectados ascienda ya a 9.191 casos, y se han registrado 309 muertes (con un 3 por ciento de letalidad). Los médicos y enfermeras trabajan hasta caer extenuados sobre las mesas de sus ordenadores, los pasillos de los hospitales están al límite de su capacidad y a esta hora se piensa ya en habilitar otras instalaciones con centros sanitarios improvisados: locales públicos cerrados, polideportivos y hoteles. Todo el sistema de Sanidad pública española, uno de los más potentes del mundo, se tambalea y corre serio riesgo de colapsar en los próximos días si no llega el dinero, el material y el personal suficiente.

En medio de esa pesadilla medieval digna de El Séptimo Sello, el clásico de Ingmar Bergman con Max von Sydow que al final ha claudicado como todos ante La Muerte, el rey Felipe VI ha decidido rechazar la herencia presuntamente corrupta de su padre (todo el patrimonio heredable más los 100 millones de dólares de las presuntas comisiones de Arabia Saudí que el rey emérito supuestamente transfirió a nombre de su examiga, como regalo, a través de una empresa offshore panameña). Desmarcarse de ese dinero que apesta tanto como una enfermedad contagiosa, ha sido un gesto inteligente, de buen estratega, pero que no calmará la indignación popular de millones de españoles hoy aterrorizados y confinados en sus casas por culpa del coronavirus. De no haber existido esta maldita plaga, las manifestaciones contra el escándalo en Zarzuela habrían recorrido el país de Cádiz a Vizcaya. Pero la baraka de Don Juan Carlos le ha salvado, una vez más, de un trance crítico de la historia, como ya ocurrió durante el 23F. Solo que en esta ocasión no hay militares golpistas con mostacho, ni una nación asustada por la sombra de la dictadura. Hoy lo que hay es una Sanidad desbordada por la peste del siglo XXI que nos ha caído de repente, sin comerlo ni beberlo y sin que sepamos comprender por qué. Por eso ha llegado el momento de que la monarquía haga algo más que organizar cenas de gala, asistir a eventos sociales y participar en inútiles cumbres internacionales. Ha llegado la hora de que Zarzuela haga un gesto patriótico y altruista que palíe algo del bochorno de los últimos días. Ahí está el ejemplo de Amancio Ortega, que ha legado 320 millones de euros a la compra de aceleradores lineales para la lucha contra el cáncer. Un rico con remordimientos puede ser una bendición para los enfermos.

De ahí que Felipe VI no deba rechazar la “herencia maldita”, sino aceptarla y de inmediato transferir todos esos cientos de millones de euros no a una cuenta en Suiza ni a una fundación tapadera panameña, sino al Ministerio de Sanidad. Con todo ese dineral se podrían comprar muchas mascarillas y rollos de papel higiénico, contratar a más médicos, invertir en investigación para encontrar la ansiada vacuna y construir nuevos hospitales como han hecho los chinos en tiempo récord. Es una buena oportunidad para que la Familia Real expíe algunos pecados y pida perdón de verdad, no con palabras huecas como las del safari de Botsuana, sino con hechos, arrimando el hombro, remangándose con el pueblo y demostrando que aman a la patria de verdad. España no será más monárquica ni republicana por ello. Pero al menos todo ese dinero que está maldito habrá servido para algo.

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