Por una vez en la historia reciente de España en que Inés Arrimadas permanece callada podían haber tomado ejemplo los demás. Cierto que cuando todo esto pase la presidenta de Ciudadanos volverá a su afición favorita, “montar pollos”, pero hasta ese momento ha tomado la prudente decisión de callar y apoyar al Gobierno en lo necesario. Sin duda ya habrá tiempo de críticas y señalamientos pero la situación no está para performances como las vividas en el Congreso de los Diputados ayer. Desde luego esta es la derecha que tiene España y, tal vez, la que merece porque quienes allí hablaron ayer han sido elegidos por la ciudadanía de igual forma que los que se sitúan a la izquierda de éstos. Ante la comparecencia del presidente del Gobierno para explicar las medidas tomadas en el estado de alarma, a los portavoces de la derecha sólo se les ha ocurrido graznar y dedicarse a hablar como si ellos fueran los que dirigen la situación en realidad. Esa derecha que ha destrozado lo público durante años en todo el Estado intentaba dar lecciones de no se sabe muy bien qué.

Los periódicos hablaron de apoyo de los portavoces de la derecha al presidente Pedro Sánchez. Sí al presidente porque, como se verá, a la parte que califican de comunista no la consideran ni legítima para estar en el poder. Ese poder que parece que sólo fuese suyo y que lo entregasen en alquiler cuando no están ellos. Bastante con que la clase dominante controle en buena medida las instituciones para que además haya que aguantar estas euforias tribuneras de los encargados de aquella clase. Los medios, hay que retomar, hablan de apoyo de PP y Vox al presidente del Gobierno pero debe ser que no han prestado atención a las palabras con una mente analítica, ya que escuchándolas con tranquilidad el apoyo, cuando menos, parece bastante ficticio. Es más, los portavoces se han debido quedar con las ganas de decir alguna memez más pero no lo han hecho pues les han debido asesorar que en estos tiempos con las personas confinadas no concede votos la crítica alocada que suelen utilizar. El alcalde de Madrid, José Luis Martínez Almeida les está quitando todo el foco mediático sobre el comportamiento que debe tener un político cuando se está en la situación actual. ¿Son perfectas las medidas tomadas por el Gobierno? Pues a día de hoy no se puede saber. Desde luego dejan varias dudas, pero bajo la coyuntura actual toca remar pues ni son ilegales, ni son maliciosas. Dos condiciones que invalidarían cualquier tipo de apoyo.

Comenzando por Pablo Casado. Los medios destacan que ha bajado el tono de su intervención y que por ello está apoyando al Gobierno con alguna crítica. Bajar el tono, moderarlo, modularlo es una fórmula de comunicación más, pero lo importante no es la forma sino el fondo del discurso expresado. Y en ese fondo queda claro que, de haber estado él al frente del Gobierno, hubiésemos asistido a una nueva salvación de los pocos frente a los muchos. El Gobierno también está intentando salvar a las empresas, pero también a la clase trabajadora que será la que pague el pato con despidos o infecciones. Porque, no se engañen, la pandemia sí entiende de clases sociales ya que quienes más tienen, poseen mecanismos y solidaridades a los que la clase trabajadora no alcanza salvo que esté unida (y son muchos años desuniéndola). Un ejemplo. No es lo mismo estar encerrado en un piso de 65 metros cuatro personas (dos menores) que estar esas mismas cuatro personas en pisos de 150 metros, o en chalets con parcela. Si una de las personas enferma, en el primer caso el aislamiento es casi imposible por lo que se propaga al resto de los habitantes, mientras que en el segundo tienen espacio suficiente. Tampoco es igual ser el empresario que puede decidir cerrar la empresa, pero resguardando sus dineros, que el trabajador que se va a la calle recortando sus ingresos en un 30%. Pero esto el presidente del PP lo esconde con frases como: “Una pandemia no entiende de apellidos, acentos, lenguas, razas, géneros o códigos postales. Hay que aparcar diferencias, sobre todo las ficticias”.

También Casado ha incidido en lo que desde la derecha lleva intentando, quebrar el Gobierno, así le ha querido recordar a Sánchez que “va a encontrar más lealtad en nosotros que en sus propios socios de gobierno y de investidura y que tiene nuestros votos para aprobar las medidas que ellos traten de condicionar”. ¿A qué medidas se refiere? ¿A las que puedan redundar en beneficio de la clase trabajadora? Entre otras cuestiones porque todas sus propuestas sólo intentaban salvar a los empresarios, a los grandes empresarios y poco a la clase trabajadora. Medidas como recibir la prestación de desempleo, aunque no se tenga el tiempo de cotización, si se ven perjudicados por un ERTE no se la hemos escuchado estos días. En el PP son más de prejubilar la fuerza a personas de 57 años en paro para bajar las cifras, como hicieron durante el mandato de M. Rajoy, perjudicando al trabajador que se jubilaba con una pensión peor. Igual tiene que ver con la moral (dicho por un ser amoral hay que especificar): “Tiempo habrá aquí de dirimir responsabilidades, negligencias o retrasos en la gestión de esta situación. Ahora es el momento de tender esos lazos morales entre españoles, los políticos, los primeros”. ¿Qué son esos lazos morales? Ni más, ni menos que comer bandera española. Como siempre que carecen de argumentos lo más fácil recurrir al nacionalismo de bandera. Ese mismo que se olvida cuando hay que apoyar a la clase dominante. De ahí la predominancia del lenguaje bélico, como si esto fuese una guerra, salvo que ahora no hay retaguardia, ni hay armamento para defenderse porque desde el PP se han dedicado a malvenderlo, a subrogarlo o a esquilmarlo. Como han hecho con la Sanidad y la producción industrial propia. Frases bonitas pero inanes.

Iván Espinosa de los Monteros se ha expresado con más claridad y de forma igual de infame o más. No quieren en Vox a “personas ideologizadas” al frente del Gobierno. Y lo dicen quienes más ideologizados están en la derecha. No son conservadores que apelen al pragmatismo sino un partido de extrema derecha que, como ha reconocido, se encuentra en una guerra cultural contra la izquierda. Y para plantear batalla recurre a postulados ideológicos o ¿es que sus discursos, además de copiados a Blas Piñar, no son una mezcla de nacionalismo, de neoliberalismo y de reaccionarismo? Que igual por mezclar 3 ideologías piensan que eso ya no es ideológico, pero lo es. Tanto como para ser la parte populista de la ideología dominante. Por eso atacó a Carmen Calvo y a Pablo Iglesias: “La señora Calvo y el señor Iglesias no pueden seguir en su Gobierno. Ni saben de salud ni saben de economía y han demostrado, sobradamente, su incapacidad para ejercer las vicepresidencias de España”. Ni tenían que saber de salud, ni de economía pero en Vox saben que son los elementos simbólicos del feminismo y la socialdemocracia radical dentro del Gobierno y por ello hay que derribarlos. Para vencer en la guerra ideológica que plantean en favor de la clase dominante.

Y dentro de la chabacanería ideológica que es norma de la casa, Espinosa de los Monteros no ha tenido ocurrencia mejor que comparar a Iglesias con Stalin. Que como gracia para la fascistada está bien, siempre y cuando hubiese comparado a su propia pareja con Albert Speer, el arquitecto nazi. Pero esto es lo normal y lo que suelen expectorar para hacerse hueco en los medios de comunicación, peor es decir que “hay que humanizar la política” cuando son los primeros que siempre tratan a los demás como enemigos (de España como mecanismo de confusión); son los que niegan la humanidad de los refugiados; son los que tratan como meros objetos a las mujeres; son los que quieren privatizar la sanidad para que los españoles con menos recursos acaben falleciendo en un calle como sucede en el supuesto paraíso y modelo que es EEUU. Son muy diestros en el uso del lenguaje, no son tan estúpidos como Casado, saben lo que dicen, por qué lo dicen y cuándo lo dicen. Ese uso de la humanización es la perversidad para ocultar que sólo están en favor de evitar la crisis económica de la clase dominante. “Abandonar la ideología” como mecanismo para que la ideología dominante campe libremente en el Congreso y en los aparatos ideológicos (especialmente los medios de comunicación), para que la presión de la clase dominante no tenga nada delante, para que otra vez la clase trabajadora pague la cuenta. Hablan de evitar las ideologías porque saben que la ideología dominante tiene algo, no muy potente, ni muy grande pero algo, enfrente.

Estas pequeñas notas de los discursos de los representantes de la derecha en el Congreso de los diputados no los habrán leído en los medios de comunicación del establishment. Incluidos esos que se autocatalogan de progres. Primero porque están tan imbuidos de ideología dominante que eso de la desideologización de la crisis, la unión de todos en favor de la salvación de las empresas (las grandes porque las pymes van a caer como chinches), les parece lógico y racional. Sin embargo, detrás de esa unión de todos los partidos se esconde una nueva etapa de consenso constitucionalista, de regeneración del podrido régimen del 78, que evite a la clase trabajadora tomar conciencia de la inutilidad del sistema capitalista, del neoliberalismo ideológico y de la Unión Europea como salvaguarda de los poderosos y lanzarse a la calle a pedir alternativas justas. Una unión para evitar la rebelión. Que quince días confinados dan para pensar y cabrearse bastante. Por eso Casado y Espinosa de los Monteros son un virus. España les importa nada, lo que les importa son la cuentas de resultados de los poderosos y por eso han hablado de recetas económicas y nada de recetas sociales o políticas. Esto no lo dicen en los grandes medios porque son grandes aparatos ideológicos que no se paran a pensar el significado de las palabras… pero aquí estamos para contárselo.

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