Delicioso el ensayo que la editorial Nuevo Inicio ha tenido en gracia traducir al español. Alison Milbank, presbítero de la Iglesia de Inglaterra y profesora de Teología y Literatura de la Universidad de Nottingham, ha sabido conjugar los textos de dos gigantes de la literatura para confirmar la tesis que enunciaba al comienzo del prefacio: “Aspiro a demostrar que G. K. Chesterton ejerció una importante influencia tanto sobre las obras narrativas de Tolkien, cuanto sobre sus ideas acerca de lo que debe ser la crítica literaria respecto del género cuentista”. A fe que lo ha conseguido.

Pese al título del ensayo, La teología de Chesterton y Tolkien, los lectores no van a encontrar profundos y sesudos análisis teológicos. Si bien es cierto que G. K. Chesterton se adentró en los vericuetos de la religión católica (en su biografía de santo Tomás de Aquino y en Ortodoxia se centra en estos aspectos de manera abierta), J. R. R. Tolkien no tanto. Pese a reconocer este último que su obra El señor de los anillos era un texto católico en el fondo, los textos del escritor fantástico no son tan explícitos.

No ha sido la pretensión de Milbank el centrarse en los aspectos puramente teológicos sino que, primero, ha querido demostrar cómo Chesterton acabó ejerciendo una enorme influencia en Tolkien respecto al poso de sus escritos, más desde lo literario que de lo teológicos. Aunque, como pueden leer en el texto, sí hay una influencia religioso-teológica. Ambos entienden, y es un aspecto estético importante, lo artístico como una mediación. Como un elemento teológico en sí que abre los ojos humanos y se asoma a “la realidad de Dios” mediante el uso de lo ficticio y la fantasía. Lo que no deja de ser una práctica que permite al lector la intuición del ser.

Ambos autores llegarán, mediante esa práctica, discurrir por el mismo camino pero con carruajes diferentes. Mientras Chesterton acaba consiguiendo esa apertura al ser y a Dios mediante la devolución del lector a lo cotidiano, Tolkien lo logrará mediante la elevación a lo trascendente.

Frente al desencantamiento de la Modernidad ambos autores se revelan, de hecho, dice Milbank, refutan ese desencantamiento haciendo ver que la experiencia religiosa, que siempre se capta mediante en intelecto, produce (o puede producir) un reencantamiento del mundo. Pues, como se observa en Tolkien, lo fantástico permite acceder a lo real del mundo de los objetos, eliminando la apropiación que de ellos han hecho los seres humanos. Chesterton se servirá de lo paradójico para conseguir esa separación del factor alienante; Tolkien acudirá a lo grotesco, algo que le sirve para crear algo nuevo, desestabilizar la percepción y conseguir que la alteridad sea partícipe no antagonista.

El distributismo de Chesterton, apoyándose en los textos de santo Tomás de Aquino, tiene su reflejo en Tolkien. Como pueden aprender en el libro, La comarca es un buen ejemplo de ello (y si recuerdan el final de El señor de los anillos más) y es por ello que la economía feérica se apoya en el don y el trueque. También se encuentra en Tolkien un hecho que puede haber pasado desaparecido y que deriva su influencia del creador del padre Brown, considerar que el mal, lo malvado, no deja de ser una deficiencia del ser humano. Por ello sus personajes malvados son deformes o carentes.

Como bien dice Milbank, al final ambos autores lo que perseguían era un reencantamiento del mundo mediante lo creativo, buscando que los lectores encontrasen el valor y los recursos para prevenir su violación y su destrucción. Un magnífico ensayo que gustará por igual a los fans de cualquiera de los dos autores británicos. Para aquellos que ya hayan buscado las raíces católicas de Tolkien en otros textos, que los hay y buenos, tendrán una nueva forma de entenderle. Los chestertonianos descubrirán cómo ha influido en otro autor que, hasta el momento, parecía que sólo compartía el catolicismo y escribir libros. Y, como siempre, una edición muy cuidada y de calidad por parte de la editorial.

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