Para cualquier persona que trabaje en el ámbito periodístico lo que se viene produciendo tras el fallecimiento de Benedicto XVI es sumamente jugoso. Sin necesidad de caer en el puro morbo –igual por eso mismo los medios televisivos y masivos no prestan tanta atención–, lo cierto es que el viento de los puñales que se están lanzando podría ser una nueva fuente de energía alternativa. Como toda organización que se precie, la Iglesia católica tiene en su interior oligarquías que no quieren dejar en monipodio y grupos que quieren convertirse en oligarquía. De todo ello cabe un análisis sociopolítico que se están perdiendo los medios.

Hace unos días ya que se advirtió que la batalla entre “conservadores” y “progresistas” estaba comenzando. Hoy, y los próximos días, ya está comenzando a intensificarse. Según van pasando los días del luto por el pontífice emérito, las partes en conflicto –que parecen obviar que el sillón de Pedro está ocupado, o por eso mismo– van lanzando indirectas que cada vez lo son menos. Es paradójico que algún intelectual de izquierdas, de los pocos preocupados por el diálogo Iglesia-agnosticismo/Fe-Razón, hayan escrito obituarios donde, desde la discrepancia, hacen elogios del finado. Por ejemplo, Antonio García-Santesmases ha valorado el haber tenido un tan inteligente contrincante. Mientras teólogos, presbíteros, cardenales y periódicos católicos andan a la gresca sin guardarse nada.

Conservadores

El obispo Athanasius Schneider ha lanzado una pequeña andanada contra Francisco I al reivindicar que “el acto mayor y más benéfico de su pontificado [de Benedicto XVI] fue el Motu Proprio Summorum Pontificum con la plena restauración de la liturgia latina en toda su expresión”. Benedicto XVI siempre explicó que no había oposición del Concilio Vaticano II a que se celebrase el culto por ese método, aunque no debía ser el único. Con el motu proprio lo único que hizo fue darle una pátina de legitimidad, en especial, para evitar ciertos cismas à la Lefebvre y para atraer a personas de otras confesiones. Como hizo con los ordinariatos anglocatólicos. Sin embargo, Francisco I revocó aquella posibilidad en Traditionis Custodes, algo que también ha afeado el secretario del emérito Georg Gänswein.

Monseñor Schneider no sólo se queda en la misa pre-conciliar sino que avisa que en la actualidad se asiste en “la vida de la Iglesia a un proceso de dilución de la fe católica y de su adaptación al espíritu de los herejes, incrédulos y apóstatas por medio del engañoso y eufónico nombre de la sinodalidad y por medio del abuso de la institución canónica del sínodo”. Todo un ataque a la línea de flotación de ciertos grupos progresistas que vienen aprovechando el Sínodo de Francisco para pedir hasta lo queer.

Progresistas

Los más progresistas de la Iglesia tampoco están callados sino que se aferran a alguna teoría de la conspiración contra Francisco. Ahora que Benedicto XVI, quien ejercía de freno a los más ultramontanos, ya no está, la posibilidad de acabar con el pontificado de Francisco está más cerca. No dudan en señalar a los cardenales Robert Sarah, Raymond L. Burke, Walter Brandmüeller, Antonio María Rouco Varela o Carlo María Viganò, con el añadido del obispo vengativo Gänswein, como cismáticos y ejecutores de una conspiración contra el actual pontífice. Es cierto que en el pasado fueron bastante batalladores pero ya ha advertido el cardenal Chistoph Schönborn que de dimisión o cese de Francisco nada de nada.

Según parece en esta conspiración estarían clásicos como el Opus Dei, la Orden de Malta o Comunión y Liberación. Extraño lo del último movimiento, entre otras cosas, porque aceptaron el Tu est Petrus cuando Francisco intervino Memores Domini (mujeres de la asociación han cuidado de Benedicto en su retiro) y obligó a Julián Carrón a dimitir como jefe de CL. El actual dirigente máximo, Davide Prosperi, ha hecho un elogioso artículo en recuerdo del finado (“Un verdadero gigante de la fe” ha dicho) sin ningún doble sentido ni nada. Tampoco se ve a Angelo Scola (otro eminente teólogo) o Carlos Osoro, por citar a cardenales, metidos en refriegas palaciegas. Como ayer se expresó, Massimo Camisasca incluso denunció movimientos dentro de la propia Iglesia contra Benedicto cuando vivía.

Vayan preparando las palomitas porque en todos estos movimientos hay mucho que analizar a futuro. Dan Brown tendría para un nuevo libro y Francis Ford Coppola para una película. A veces la realidad supera con mucho a la ficción.

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