Comienza un nuevo campeonato de primera división, eso que se cataloga comercialmente como La Liga, con los mismos pretendientes de los últimos, aunque no se sabe si este año los posibles serán suficientes en algunos que estaban acostumbrados a pasearse delante de la amada con un Ferrari o un Rolls Royce. El último año la amada Liga decidió irse con una banda de chavales por los que nadie apostaba un euro. Puros indios a los que quitaron su casa al lado del río. ¿Volverá a liarse La Liga con los indios o preferirá a los vikingos, los almogávares o a aquellos que fueron fundados antes de la llegada del Imperio romano a Jerusalén?

Una Liga nueva es siempre una posibilidad de campeonar para cualquiera de los equipos en liza, aunque es obvio que por presupuesto y jugadores algunos tienen más porcentaje de obtener el triunfo. Lo curioso, respecto a otros años, es que en esta Liga que comienza quienes por presupuesto y jugadores decían hace bien poco que eran candidatos indiscutibles a la victoria final están tapados. Es más, no sólo están tapados, diciendo que ganarán con la boca pequeña, sino que han comenzado la temporada llorando, quejándose y lamentando que haya otros equipos que copien su modelo de “acumulación por desposesión” (de jugadores y dineros). Ven con asombro que sus plantillas se devalúan frente a otras que crecen en calidad y juventud. Y no, no busquen fuera de España, que también, sino en el propio país donde equipos a los que siempre han despreciado van formando plantillas competitivas.

Real Madrid y FC Barcelona son candidatos al título por obligación histórica. Cuestión distinta es que se dude si sus envejecidas plantillas (al menos en los jugadores decisivos) aguantarán el ritmo de la competición, más el añadido de sus deseos enfermizos con la Champions donde se dejarán la piel y el fuelle físico. El Atlético de Madrid es candidato a revalidar el título conseguido el anterior campeonato, tanto por mantener el mismo grupo como por el fichaje (que podría aumentar en una pieza más) de un destacado De Paul. Aunque, como dice el Cholo Simeone, partido a partido sin creerse nada. El Sevilla está ahí, a la espera de si rompe para ganar o acaba quedándose en el cómodo cuarto puesto. Han fichado lo que necesitaban para una plantilla a la que el año pasado le dio el telele al final del campeonato y se quedó a verlas venir –en una buena temporada eso sí-.

Por detrás los clásicos aspirantes “a ver si hay suerte y entramos en la Champions”. Villarreal, ese equipo que siempre se envalentona y acaba como un producto de Hacendado (aunque ganaron su primer título); Betis, equipo de pulsiones diversas que sube tan rápido como baja; y algún equipo vasco o de esos que hacen un temporadón raro (tipo Granada). El resto a pelear cada partido, muchos por no descender y otros por ver si hay suerte. El Valencia, que en tiempos estaría arriba por presupuesto, hoy languidece en manos de un Peter Lim que llegó a hacer negocio y, visto que no lo hacía y ha hipotecado al equipo, está intentando salvar la inversión fichando a Bordalás para que le asegure con su juego rocoso no bajar a segunda.

Se espera que este año el juego sea un poco mejor toda vez que las aficiones podrán acudir a los estadios (no se sabe cuánto, qué tiempo o si los gobiernos tomarán al fútbol como el muñeco de pim-pam-pum de sus fracasos sanitarios) y apretarán a los palcos y los banquillos. Pero la gran duda es si habrá reparto de biberones con el volumen en que se produjo el año pasado. Tantos lloros al comienzo ayudan a vislumbrar que se van a repartir muchos en la Castellana y en Arístides Maillol. Sin saber si los fichajes podrán ser inscritos, en el caso de los culés (que no se sacan de encima a los no deseados ni con agua hirviendo), y sin saber si volverá el chaval ese que el Real Madrid tiene cedido en el PSG desde hace cuatro años (como dice la prensa del florentinato), puede llegar a ser una Liga donde el resto de equipos se tomen venganza, en forma de risas y biberones, de las humillaciones pasadas –cuando tenían equipos cimentados a base de créditos fáciles, hipotecas de patrimonio y una regulación especial por ser clubes y no SAD.

¿Repetirá el Atleti como campeón? Lo más probable es que no, pues es algo que sólo se ha producido en dos ocasiones en la historia. Pero toda la afición rojiblanca está con cierto pálpito de “y si sí”. Es más, cuando si Mendes ya no es capaz de diseñar la plantilla del equipo –ya saben esas cosas extrañas que hacía con Miguel Ángel Gil-, igual se está a las puertas de algo más acorde con la historia de los años cincuenta y setenta del siglo pasado. Florentino Pérez está obsesionado con “su” Superliga y ha dejado la plantilla en los huesos a la espera de sueños y anhelos de difícil encaje. Joan Laporta bastante tiene con no ser el presidente que convirtió al Barça en SAD –aunque en justicia, si no fuese el buque del independentismo, por la deuda que tiene debería- y que los jugadores le respondan. Monchi a su ritmo va encajando piezas que veremos si superestrellas –porque mojones ha fichado a puñados también-. Pero lo más importante es la vuelta de los aficionados, porque el fútbol sin gente no es fútbol, es un espectáculo sin gracia de 11 tipos contra 11 tipos corriendo detrás de un balón. De momento, a la espera de lo que determine el campo, hay reservas de biberones y las fieras están calentando para salir. Veremos si no hay sorpresa. Una sorpresa que igual hasta el camisa azul de Javier Tebas acabará celebrando.

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