Al final la coalición de derechas venció en las elecciones italianas y gracias a sus 118 diputados (de 400) podrá ser nombrada presidenta Giorgia Meloni. Le acompañan en esa coalición Matteo Salvini de la Liga con 65 diputados y Silvio Berlusconi de Forza Italia con 45 curules. Por la izquierda queda la alianza de izquierdas de Enrico Letta (Partido Democrático), la Alianza (ecologistas) y Más Europa de Emma Bonino con 78 escaños. En tierra de nadie el Movimiento 5 estrellas (el Podemos italiano) de Giuseppe Conte que ha bajado hasta los 51 escaños y el centro de Matteo Renzi y Carlo Calenda con 21 diputados. Una amplia mayoría para los partidos que van desde el centro a la derecha extrema.

Los italianos han elegido esta senda y ya se verá lo que da de sí el gobierno. Más si se tiene en cuenta que los gobiernos en este siglo duran de media 2,5 años. Lo mejor es ver cómo se ha reaccionado en España. Es muy divertido observar los llamamientos (otra vez) antifascistas de algunos y algunas, el rasgarse las vestiduras de otros cuantos, la euforia de Jorge Buxadé de Vox y la completa carencia de un análisis sin amarguras, resentimientos o justificaciones de las propias decisiones. Por cierto, en todos esos análisis se olvida que Meloni fue ministra (de Juventud) con Berlusconi, por lo que no es una neófita de lo gubernamental en Italia. La verdad es que habiendo tantos listos (en Italia también los hay como Steven Forti, historiador que viene a dar lecciones en España) no se explica cómo es posible la victoria de un movimiento que supuestamente es fascista.

¿Qué es Fratelli d’Italia?

Todos los listos de la izquierda, los que dicen haber leídos muchos libros especialmente, califican al partido de Meloni como postfascista. Lo hacen como fórmula de asemejar lo actual con el movimiento de Mussolini o a Marine Le Pen con el régimen de Vichy, para advertir del peligro del retorno fascista a las democracias europeas y, esto es lo más importante, establecer un movimiento antifascista como elemento unificador de la izquierda entregada al globalismo. Todos los que hablan de postfascismo o fascismo al final lo hacen por carencias propias de todo tipo (político, partidista, analítica…). El único elemento que creen puede servir para unir a la izquierda sería lo antifascista. Y como se ha demostrado elección tras elección, en toda Europa, el resultado ha sido espectacular… han palmado siempre.

Sin duda en FdI hay fascistas, como los hay en otros partidos italianos, francés o españoles, pero el partido en sí no es ni postfascista, ni leches. Si se hubiesen molestado en leer, escuchar y aprender verían que el grupo de Meloni es un conservadurismo (con todo lo que implica) que no se achanta ante algunas posturas globalistas, los intentos de destrucción del ser humano y está cerca de los teocons del catolicismo. No es contraria al capitalismo, ni nada por el estilo. Hace no mucho a Julio Anguita le calificaron de fascista por decir algo similar a lo que dice Meloni sobre inmigración. Por cierto, algo que la mayoría de españoles piensan: controlada y asimilable la que se pueda; incontrolable y sin asimilación, ninguna. Que igual hay que empezar a recordar aquello de Marx sobre el ejército de reserva del capitalismo.

Por aparentar ser de izquierdas el resto es fascismo

Enzo Traverso calificó, con muchas dudas, de postfascismo a los movimientos conservadores radicales porque reunían las siguientes características: anticomunistas; antiutópicas; xenófobas; conspiranoicas; retorno de lo colonial reprimido; republicanismo de derechas; partidos de élites; y populismo. Unas características en las que encajan casi todos los partidos de derechas de Europa y algunos de izquierdas. ¿Se puede utilizar esa terminología entonces? Parece obvio que no.

La izquierda europea ha virado tanto hacia la derecha (en ese imaginario continuum) que cualquier cosa a su derecha acaba siendo fascista. Lo mismo sucede a la derecha que por mandar a la izquierda a lo extremo, cuando como mucho hay socialdemócratas moderados, acaban llamando a Yolanda Díaz comunista. Así se asiste a un juego que no interfiere realmente en la estructura del sistema y donde todo es espectacular o especular (por aquello de mirarse y ver lo parecido). Casi todos son globalistas al fin y al cabo, y todos son capitalistas.

No se puede servir a Dios y al dinero

La clave de todo es capitalismo sí o no; neoliberalismo (con sus dos caras) sí o no; globalismo sí o no. Los teocons de todos los lares intentan conjugar el capitalismo (a veces el más libertario) con el cristianismo, olvidando aquello de las Escrituras sobre servir a Dios y al dinero (Mat 6,24 y Luc. 16,13). Lo mismo pasa con las izquierdas y las derechas europeas que intentan servir a (la causa que se inventen en ese momento) y al dinero… y el dinero acaba ganando siempre. Normal que algunas propuestas teológicas parezcan más de izquierdas que algunos partidos que llevan socialismo en el nombre (porque comunismo quedan pocos a cara descubierta). Entre otras cosas porque son anticapitalistas.

Tanto Meloni como sus amigos de Vox son capitalistas, incluso ultracapitalistas, aunque ponen pegas a la agenda globalista en cuestiones éticas. Meloni habla contra el aborto (como hacen millones de personas en Europa) o contra los vientres de alquiler (en esto comparte camino con la mayoría de las mujeres europeas) pero es pro-OTAN y pro-UE (aunque matizando hasta dónde eliminar soberanía estatal). Y yendo de la mano de Salvini y Berlusconi no se puede esperar ni un ataque contra la clase dominante, ni contra la estructura del sistema. Lo mismo que hace la izquierda y sin tener que estar con cipotes femeninos que una lesbiana se debe comer (como hace la izquierda en toda Europa). Cuando no queda izquierda las personas al final eligen cierto orden y cierta ética acorde a la propia cultura.

La ex-izquierda y el análisis materialista

El problema de la abstención de la clase trabajadora o su cambio de voto hacia partidos nacionalistas-identitaristas es el aburrimiento con una clase política de izquierdas que se distingue de la derecha en matices analíticos y prácticos. Hay matices en la gestión pero no hay cambios estructurales y sí mucho totalitarismo moralista. Se persigue más a alguien por un comentario machista que las exclusiones impositivas de las grandes empresas (nacionales e internacionales). Al final como dice Diego Fusaro (¡Uy, sí! Ha ido a Casa Pound a dar charlas) esto no va de izquierda y derecha sino de siervos y señores; de los sustituibles y los intocables.

Si no hubiese una ex-izquierda (como suele decir Paco Arnau, sí otro neorrancio) en toda Europa harían lo que fue algo clásico en todo el movimiento obrero: el análisis concreto de la situación concreta. En Francia no lo hicieron cuando Reagrupación Nacional iba captando el voto de las clases populares; ni lo han hecho ahora que FdI se lleva voto popular en el sur de Italia. En España tampoco lo hacen pero bien que se quejan de que las clases populares y las mujeres estén dejando de votar a los partidos de gobierno como se ha visto en las elecciones regionales. Y tienen suerte de que Vox no entra a captar ese voto popular. Han olvidado el análisis materialista y divagan en mundos globalistas, buenistas y de color arcoíris.

Mininos y ratones

Gabriel Albiac, en su análisis de lo acontecido en Italia, ha estado muy afortunado al ver que Meloni y sus compinches no son guepardos, ni leones lampedusianos (por Il Gattopardo) sino simples mininos, aparentar que todo cambia pero sin cambiar nada en realidad. Porque con Meloni no va a cambiar gran cosa la situación. Lo peor es que la izquierda española, tan lista ella, sigue en la alerta antifascista. Como dice Víctor Lenore (El final de la farsa antifascista), si hubiesen leído a Pier Paolo Pasolini verían que el fascismo actual está en otro sitio, en un sistema totalizador que no necesita de la opresión del poder físico para ordenar la vida y reprimir los intentos de cambio.

Se está ante un juego de mininos y ratones en realidad, muy divertido de ver pero con poco fundamento. En cuanto aparecen cuatro discursos tradicionalistas, discursos que encajan con la forma de afrontar la vida de buena parte de las clases populares, se asustan y señalan como neorrancios. En cuanto se señala que la inmigración controlada por las mafias es un peligro cultural, político y social para Europa si no hay procesos reales de integración (y poca integración puede haber si no se atajan las causas materiales), se saca la tarjeta de la xenofobia (la presidenta de Finlandia, la de las juergas, ha legislado contra la inmigración descontrolada). En cuanto se expresan los valores católicos o cristianos se señala como Inquisición, cuando millones de europeos y españoles profesan esa fe.

Al final la izquierda, sin análisis materialista, no es más que la maestra regañona, el chivato de clase o el ricachón que quiere que hagas lo que él dice pero no lo que él hace. Mientras tanto… todos fascistas o neorrancios.

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