Nuevo escándalo en la política espectáculo española. Irene Montero ha sido entrevistada –por Rosa Villacastín– en la revista Diez Minutos. Un escándalo más grande que las murallas de Troya según parece por el calentón que han tenido los sectores más cavernarios de las redes sociales. No es nuevo este tipo de escándalo cuando es protagonizado por dirigentes de izquierdas. Desde hace casi cuarenta años se vienen repitiendo. Posiblemente porque no es habitual ver a políticos y políticas de izquierdas en revistas donde la cosificación de la mujer está plenamente presente en todas sus páginas o porque no dejan de ser armas ideológicas para presentar una realidad completamente paralela y glamurosa. Lo que no cabe duda es que cuando aparecen políticas y políticos de derechas no se forma ese escándalo, ni hay ese revuelo.

El primer político que alarmó a la prensa política fue Felipe González cuando concedió su primera entrevista como presidente del Gobierno a Jaime Peñafiel. Ni a Pedro J. Ramírez de Diario 16, ni a Juan Luis Cebrián de El País, no, a la revista Hola que era en aquellos tiempos la principal del papel cuché y la predilecta de las señoras del barrio de Salamanca. Hay que recordar que aquel González era el de los 201 diputados, el caballo ganador de Martín Prieto, el dios que diría años después Txiqui Benegas. Aun así, los cimientos de Ferraz temblaron al ver a su secretario general aparecer en un medio de comunicación de tal tipo –cabe recordar que, pese a que lo distante de los años hace perder la perspectiva, aquel era un PSOE bastante izquierdista, no como el actual-. Desde la derecha, como no podía ser menos, también se lanzaron al cuello del recién nombrado presidente. Que si ya se estaba acomodando al poder; que si ya estaba renunciando a los principios, etcétera. ¿Qué principios? Si era tan nacionalista como ahora, un regeneracionista… Pero hubo escándalo.

Comenzaron los años de perseguir a Miguel Boyer (ministro de Economía) porque andaba de romance con Isabel Preysler y poco más hasta que casi al comienzo del gobierno de José Luis Rodríguez aparecieron sus ministras en Vogue. Otro escándalo más. Una derecha que sólo sabía inventarse que el 11-M había sido ETA, con los peones negros (¿Recuerda señor Girauta?) danzando y que no sabía ni por dónde tirar vio la puerta abierta a criticar al gobierno por aparecer en una revista de moda. Las ministras Vogue dieron mucho juego en la actividad parlamentaria y a los desnutridos columnistas.

Poco más, a pesar de que las dirigentes de derechas aparecían cada dos por tres en ese tipo de revistas, y no por líos amorosos precisamente. Salvo, aunque no es una revista del colorín, cuando Soraya Sáenz de Santamaría apareció en El Mundo (y su revista) en una pose, digamos, sexy. Curioso que acabaron defendiéndola más las parlamentarias de izquierdas que las de derechas, pero ha sido la única ocasión en que se ha visto algo parecido hasta que Montero ha hecho su aparición en Diez Minutos o Pedro Sánchez llamando para hablar en Sálvame. Curioso que siempre sea con personas de izquierdas esos escándalos de la política espectáculo. Y aquí puede estar el problema en entender la política como espectáculo. Lo mismo sucede con las casas de las personas de izquierdas que, según la carcunda, deberían ser casi chabolas, mientras que se ve normal que un estólido que no ha pegado un palo al agua en su vida en la empresa privada tenga un palacio o dos. La ética para unos y la estética para otros.

Ahora bien si en la derecha deberían estar callados, dejar de montar escándalos por cosas que hacen con frecuencia y, por ello, no construyen tampoco un ethos de probidad y austeridad, en la izquierda puede existir debate sobre la conveniencia o no de aparecer en este tipo de revistas. Un grupo entiende que aparecer en este tipo de revistas supone mezclarse con el pueblo –llano les falta en alguna ocasión decir-. Una forma como otra cualquiera de hacer populismo y lanzar sus ideas en medios no habituales. Eso es lo que ha aducido siempre quienes han aparecido en ellos. Recuerda a aquella frase que tanto escándalo produjo en Francia con el PCF de “hablar como habla el pueblo”. A Íñigo Errejón este tipo de cosas le encantan, aunque luego hable raro. Esto se legitima por aparecer espectacularmente donde se supone lee el pueblo. Es un mecanismo electoralista legítimo pero que choca, hay que reconocerlo, con cierta ética y con cierta estética de la izquierda en general.

Éticamente no tiene mucho sentido aparecer en revistas donde la mujer es claramente cosificada, tratada como una mercancía –en este caso Montero no es más que una mercancía, política, pero mercancía- y que construye una realidad que en anda es semejante a lo material. Pueden tener una explicación como escape o fuga de una realidad demasiado dura, pero cuando esa dureza es la que se quiere transformar, al menos, no tiene sentido participar del juego. Si, además, todas estas mujeres y hombres de izquierdas que aparecen se autocatalogan feministas y aceptan aparecer en revistas donde las mujeres son tratadas en demasiadas ocasiones como carnaza –que no es lo que hace Villacastín-, igual te has equivocado de medio.

Estéticamente, cuando la izquierda en principio defiende la austeridad en las formas, la probidad, la defensa de lo común y supuestamente la lucha contra lo malo que hay en el capitalismo –luchar contra el capitalismo, se supone que ha quedado como utópico-, aparecer en revistas donde se fomenta el consumismo desmesurado, el lujo aspiracional (caso muy claro de Vogue) y la estetización de un tipo de persona para ser admitida socialmente –jamás habrán visto a médicas, doctoras, investigadoras como modelos en esas revistas-, aparecer en las revistas del colorín es cuando menos reprochable. Daniel Seixo va más allá aún. Porque este tipo de acciones pueden acabar provocando el populismo deluxe.

Ética y estética, sin necesidad de ir hechos un asco y con harapos como querrían en la caverna, señalan que es un error participar en este tipo de espectáculos. Por mucho que la política sea espectacular existen ciertos límites que, autoubicándose en la izquierda, se deben evitar. Sean del PSOE, sean de Podemos, o de IU. No es una cosa de partido y sí de vencer al ego en muchas ocasiones. Da igual que sea Sánchez, que Montero, que Garzón, hay que tener siempre presente que en la izquierda la ética es más importante que en la derecha, entre otras cuestiones porque lo que se trata es de derribar los mecanismos ideológicos del capitalismo/imperialismo. Y, hasta el momento, no se ha demostrado que el entrismo, la participación en esos mecanismos del colorín, haya funcionado. Eso hay que dejarlo para tipejos al servicio del imperio como Bernard-Henri Levy, hay que evitar ese tipo de comportamiento populista y demagógico. Especialmente porque ¿saben qué ha dicho la ministra? ¿Saben lo que dijeron las ministras Vogue? ¿Saben lo que ha contado cualquier político que ha aparecido en ese tipo de revistas? No. Porque lo importante nunca es el texto en estos medios de comunicación. Y como la imagen siempre se distorsiona… ¿para qué sirve entonces aparecer? Criticable y censurable, pero sin criminalizar como hacen en la derecha.

Post Scriptum. La crítica que aquí se ha presentado, ya se habrán dado cuenta, no es la que suele haber en los medios de comunicación, casi todos cavernarios, ni en ciertos sectores de la izquierda. Salvo excepciones muy excepcionales, lo habitual es ir a degüello o utilizar mensajes clasistas. Cada palo que aguante su vela –ahora que el estólido mayor del reino se ha puesto marinero diciendo incongruencias. Sí, es Pablo Casado-.

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