En estos días estamos siendo testigos de una lucha entre una parte de los medios de comunicación y el Gobierno de Pedro Sánchez en la que los primeros demuestran una intención clara de desestabilización o de derribo del actual Ejecutivo. En una comunicación recibida en la redacción de Diario16, un lector nos decía que tal o cual medio se había cargado ya a dos ministros, que si nosotros no disponíamos de información para ir a por otro. En resumen, nos trasladaba la reflexión de si aún no habíamos cobrado pieza.

Los medios de comunicación tenemos otra función: controlar al poder, sí, pero no con el ánimo de derribar a un Gobierno. Desde que Pedro Sánchez llegó a la Moncloa no ha pasado ni un día en el que no se le haya querido buscar temas que desestabilicen al Ejecutivo. Se inició la cacería con Maxim Huerta y su multa de Hacienda, tema que estaba resuelto y por el que no existía ninguna reclamación de la Agencia Tributaria en el presente. Después del verano se continuó con el máster de la ministra de Sanidad para, una vez caída, intentar cazar la pieza grande, el propio presidente a través de un plagio en su tesis doctoral que luego se demostró que no era tal. Como Sánchez no cayó un medio de nueva creación sacó las conversaciones grabadas por el ex comisario Villarejo a la ministra de Justicia y han sido muchos los medios que han entrado en el juego del chantaje de quien ha demostrado ser una persona sin escrúpulos. Dolores Delgado ha defendido su honorabilidad en unos hechos ocurridos hace diez años y, como no ha dimitido, el ataque ha ido contra alguien tan digno como Pedro Duque con un tema de impuestos que los expertos han determinado que no es tal.

¡Basta ya! Los medios de comunicación tenemos otra función, así que dejémonos de gilipolleces en el control al poder, del tipo que sea, y a dar informaciones veraces en vez de que algunos se plieguen a los intereses de las élites que de un modo u otro les financian.

La investigación es uno de los puntales que soporta al cuarto poder, pero la investigación orientada a sacar a la luz todos los aspectos corruptos de, precisamente, esas élites políticas, financieras, empresariales, bancarias, mediáticas o sociales con el ánimo de determinar la responsabilidad que a cada cual le corresponda.

El control al poder viene por la denuncia y la defensa de los valores esenciales del ser humano, la defensa a las mujeres asesinadas por el terrorismo machista que nos asola, la denuncia de los atropellos de las élites financieras contra el pueblo y la defensa de los afectados como, por ejemplo, los del Caso Banco Popular-Santander. El control al poder también se ejerce por la denuncia de la desigualdad en todos sus ámbitos.

También lo es la denuncia de los movimientos de la Justicia que van en contra de la verdadera función del tercer poder de la democracia, las sentencias en contra de las mujeres, las instrucciones eternas que favorecen a las élites, los archivos de causas como, por ejemplo, la ocultación de miles de millones de euros en Suiza por quienes tienen alta representatividad tanto en el ámbito económico como en las más altas esferas del Estado y, por supuesto, el comportamiento poco ético de jueces que, según las grabaciones de Villarejo, pudieran haber estado presuntamente con menores de edad en viajes a ciudades caribeñas, por no hablar de quienes ocuparon las más altas instancias de la Justicia y ahora disponen de bufetes millonarios con clientes de dudosa reputación como Leonel Fernández, ex presidente de la República Dominicana, Félix Bautista o asesorando a algunos de los acusados por el caso Odebrecht y otros investigados por diferentes delitos en Latinoamérica, incluso los relacionados con la salud pública.

No se puede denunciar la corrupción del poder cuando se actúa bajo un método de trabajo corrupto. Mucho habría que hablar de dónde llega el dinero a algunas editoras y cómo se pliegan a los intereses de quien paga que, en realidad, está comprando algo que debería ser innato en el cuarto poder: la libertad. Cuando ésta se pierde se está amordazando la propia ética que tendría que ser la brújula de quien tiene la responsabilidad de, precisamente, controlar a quien la pierde.

Desde luego, lo que no es controlar al poder es atacar constantemente y sin misericordia a un gobierno por el mero hecho de que tiene la intención de implementar importantes reformas de tipo social que benefician a los ciudadanos, pero perjudican a los que se han beneficiado de la desigualdad, de la pobreza y de la precariedad laboral del pueblo.

¿Por qué no se habla de otras cosas que afectan a otros poderes, que son absoluta actualidad y que influyen negativamente en la ciudadanía? ¿Por qué no se habla de los comportamientos serviles vistos en algunas comisiones de investigación del Congreso, de los formatos que dan todo el poder a los comparecientes en vez de a los representantes del pueblo o de las conclusiones que no tienen consecuencia alguna para los responsables? ¿Por qué no se habla de cómo algunos miembros de la Justicia alargan las instrucciones de casos en los que están implicadas las élites de este país y que afectan a millones de personas? ¿Por qué no se habla con conciencia y más allá de la exposición informativa de la realidad que viven los millones de personas que viven en la pobreza o se destapa a los responsables de que un acto tan execrable sea posible en un país como España? ¿Por qué la gran mayoría de los medios de comunicación no realizamos la acción social de convertirnos en cómplices de la lucha sin cuartel contra el terrorismo machista yendo más allá de la mera publicación de las noticias de las mujeres asesinadas? Son muchos porqués y demasiadas pocas respuestas.

Sin embargo, se confunde en control al poder con el ánimo de destrucción de un gobierno que llegó por la voluntad de los representantes del pueblo y que, como tal, está intentando aplicar soluciones para los problemas reales de la gente con una agenda social en la que todos aporten en base a lo que tienen. Un gobierno así no interesa a las élites y, por tanto, utilizan a los medios como armas de destrucción masiva que aniquilen las esperanzas de quienes, gracias a esos poderes en la sombra, perdieron derechos y bienestar, pero, por más que les pese, jamás renunciaron a su dignidad y su conciencia social.

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