Si existe un día en el que la clase política queda más al desnudo sin duda ese es el 6 de diciembre de cada año. Entre los golpes de pecho patrióticos llenos de estulticia en los discursos, los revolucionarios del aire y los iliberales, todos y cada uno de los personajes que conforman el teatro de la política acaba desnudo. En un día en que podrían expresar lo común, lo que une, lo que supone ser constitucionalista, acaban haciendo todo lo contrario y señalan lo que les diferencia a ellos –aquí no cabe generalizar-, lo que les mueve a ellos, lo que al final no es más que el egoísmo de partido. Que sí, que luego uno de Podemos se va de cañas con uno de Vox, pero esa parte tras la tramoya no es más que producto de un sentir de casta, pero en los discursos pareciera que no tienen tiempo de señalar algo que una.

Por extraño que pueda parecer, a la vista de las últimas informaciones de los medios (de izquierda y derecha), el presidente Pedro Sánchez ha sido el único que se ha acercado al ideal que una fecha como esta debería reflejar. En una entrevista en El periódico se ha expresado en términos conciliadores, sin buscar en los intersticios de la oposición o los socios para hacer un discurso de la división. Ha actuado como presidente de todos y cada uno de los españoles defendiendo la Constitución. Lamentablemente sólo la ha defendido en un sentido positivista, es decir, en un sentido de derechos y no tanto de valores y prácticas. No es culpa suya pues no le han asesorado de forma correcta –el presidente es lego en esta materia aunque el ministro José Manuel Rodríguez Uribes le podría haber pasado una cuartilla pese a la envidia de los asesores monclovitas-, pero aun así ha sido quien ha pedido a todos los partidos que defiendan y trabajen en el marco constitucional. Lo que incluye a los separatistas que han apoyado la investidura y los presupuestos –algo que igual ha gustado poco en el paseo del Prado-.

De independentistas, regionalistas, trotskistas y radicales diversos no podía esperarse nada en este día en torno a valores y defensa del marco de convivencia –gracias al cual, por cierto, pueden expresarse en libertad y actuar como actúan-. Tampoco llega a extrañar, tal y como vienen actuando desde su horrible aparición, todo lo que viene de Vox. Por mucho que desde su Fundación Disenso intenten engañar a las personas con su amor hacia los libertarios liberales, al final se encuentran en buena compañía de los nazis. No de falangistas –al fin y al cabo estos son anticapitalistas en el discurso-, sino de nazis del III Reich. Lo más execrable que ha generado la humanidad como tal. Grupos nazis apoyando a Santiago Abascal en Barcelona a los que no han echado sino que han sido acogidos amistosamente por las tropas voxistas. Con eso queda claro de parte de quiénes están. Por mucho que digan que defienden la Constitución en realidad son iguales que todos aquellos que la destruirían para imponer un régimen totalitario.

Desnudo también ha quedado Pablo Iglesias pues su discurso populista, inventando una supuesta voluntad del pueblo que se sitúa por encima del marco de convivencia, por lo que éste debe adecuarse a esa voluntad que sólo ÉL conoce y define, se instala en el idealismo mágico de lo futurible. Populismo y demagogia al hablar de horizonte republicano –sólo el 40% apoyaría una república y eso sin conocer los detalles concretos sobre cómo quedaría constituida, lo que es como preguntar si quieren que no haya guerras-, mezcla de conceptos sin ton, ni son –si se fijan en el artículo que ha lanzado en Público se entiende que no conoce lo que significa la fraternidad-, y mucho voluntarismo de la emoción. Eso sí, las prácticas, que al final acaban definiendo realmente los proyectos, señalan que no se va por ahí, por ese camino. Y lo peor es que termina por dar la razón a ciertos argumentos de la derecha al decir que “la derecha no volverá a estar en el Consejo de ministros”. Cuando deroguen la ley mordaza –mucho más importante que esas leyes de igual-da que quieren impulsar-, cuando deroguen la ley laboral y todas esas cosas para evitar la pobreza de verdad, entonces, en ese momento, igual hay horizonte para otras cosas. Por cierto modificación constitucional que requeriría no sólo de un referéndum sino de un cambio constitucional para el cual no se cuenta en el Congreso con los votos necesarios (si PP y Cs no hay posibilidad). Mientras tanto demagogia y populismo.

Pero quienes peor han salido parados han sido los dirigentes del PP. Estas gentes sólo son constitucionalistas cuando observan que pueden hacer mella al gobierno. El resto del tiempo demuestran que sólo piensan en sus cuitas y que además terminan por apoyar medidas, como poco, autoritarias. Así, Isabel Díaz Ayuso no ha tenido reparos en decir que desde el gobierno se quiere destruir la Constitución –difícilmente se puede destruir una ley, salvo que quisiese decir derogar- y en apoyar la carta que los militares mandaron al monarca Felipe de Borbón para que intervenga en la política directamente, algo que la Constitución prohíbe expresamente, por cierto. Nada de hablar de valores o de lo que une, al contrario señalando todo lo que puede dividir y hacer daño a España. Porque lo que les gusta es que España esté siempre mal y dividida para poder mangonear a sus anchas. Al carecer de alternativa y no presentar debate pues carecen de ideas más allá de la mera tecnocracia y el gestionar mejor o peor el capitalismo, deben enfrentar a los españoles siempre que pueden para tener algún argumento, ficticio eso sí, con el que seguir en la poltrona. Así es normal que Pablo Casado haya afirmado que “la Constitución es la consolidación de la reconciliación nacional y del éxito de una democracia que Podemos, los independentistas y el partido sanchista han puesto en la diana. No les gusta lo que representa: concordia, pluralidad y Estado de derecho”. O lo que es lo mismo, utilizar la Constitución para pegarle en la cabeza con ella al gobierno y los socios “momentáneos” del mismo. Utilizar la Constitución para agredir a los demás en base al pensamiento mágico que pone a Sánchez contra la misma. Bien que hable de valores pero no para atizar a los demás en un intento de apropiación de la Constitución que al final provoca lo contrario de lo que se dice que se quiere hacer.

Y tiene, además, la cara de hablar de libertad Casado cuando el PP ha generado el mayor atentado contra la libertad de expresión y de pensamiento con la ley mordaza, con su imposición de una sola religión posible –si se es sionista se permite pero con cuidado- que debe ser la que aromatice toda la legislación, de unas relaciones laborales que impiden en realidad la plenitud de establecer relaciones entre patronal y sindicatos salvo la de dominio de unos sobre el resto… Tiene cara para esto y mucho más, como pedir el voto a los socialdemócratas “moderados” -¿existen socialdemócratas radicales o es ignaro el pepero?- cuando él mismo es el epítome de todos los valores contrarios a la socialdemocracia. Un día más en la oficina de la ignominia y el insulto a la inteligencia de Casado.

Eso sí, por mucho que digan y hablen todos maravillas democráticas, todos y cada uno de los dirigentes políticos siguen incumpliendo el artículo constitucional que exige democracia en los propios partidos políticos. Todos y cada uno no dejan de ser sino dictadorzuelos de partido en mayor o menor grado. Pero de esto no hablan porque no les interesa. Un año más, la clase política demuestra que en demasiadas ocasiones está muy lejos del sentir de la calle. Si en los años de Transición todos los partidos modificaron sus propuestas para ajustarse a lo que la calle, con más o menos sapiencia pedía, cuarenta y dos años después sus herederos son incapaces de interactuar con la ciudadanía. O conmigo o contra mí es el aroma de época que se sufre, de momento, en silencio, aunque los gritos enmudecidos por el ruido mediático y político van elevando su volumen. Igual cuando sean ya chillidos es tarde. Nadie les pide que estén de acuerdo en todo pero sí que al menos sean capaces de acordar lo mínimo.

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